Las torres artilleras del Jaime I, el abandono de un vestigio clave de la Guerra Civil y de la línea de defensa del Estrecho

Los cañones que bombardearon Algeciras el 7 de agosto de 1936 fueron trasladados e instalados en 1941 a escasos kilómetros de la ciudad, donde mantuvieron su función de vigías a lo largo de más de cuarenta años

Fotos de las torres artilleras del acorazado Jaime I, emplazadas en la costa entre Algeciras y Tarifa

Una nueva vida para tres gigantes del Estrecho

Los cañones de proa del Jaime I, en Cascabel, con el Estrecho a la derecha.
Los cañones de proa del Jaime I, en Cascabel, con el Estrecho a la derecha. / Vanessa Pérez
José Juan Yborra y Luis Miguel Mur Moreno

01 de noviembre 2024 - 03:01

A medio camino entre Guadalmesí y el casco urbano de Tarifa, las dos imponentes torres artilleras que en su día convirtieron al acorazado Jaime I en una temida arma de guerra otean ahora desde sendos enclaves estratégicos -Cascabel y Vigía- el estrecho de Gibraltar. Abandonadas e inermes. Los dobles cañones de aquel buque fueron los que, bajo el mando de la República, lanzaron el 7 de agosto de 1936 de forma indiscriminada sus proyectiles contra la desprotegida Algeciras, con el objetivo de frenar el desembarco de las tropas franquistas procedentes del norte de África, destruyendo buena parte de la ciudad y castigando de forma notable a la población civil.

El profesor José Juan Yborra Aznar y el ingeniero Luis Miguel Mur Moreno han redescubierto ahora ambas baterías y recuperado la abundante bibliografía existente sobre el Jaime I, botado en 1914 en Ferrol y hundido en 1937 en el puerto de Cartagena en extrañas circunstancias, muriendo los más de 300 tripulantes que estaban abordo.

Interior de la torre de artillería, con los dos imponentes cañones.
Interior de la torre de artillería, con los dos imponentes cañones. / Vanessa Pérez

Concluida la Guerra Civil y en una colosal maniobra de ingeniería, con el apoyo y complicidad de la Alemania nazi, las dos torres -situadas en la proa y en la popa del buque- fueron reflotadas, transportadas y reinstaladas en 1941 en sus ubicaciones actuales como parte de una estructura de defensa costera, desde la desembocadura del río Guadiaro hasta Conil, llamada a evitar una posible invasión de la península Ibérica por las tropas aliadas.

El abandono a mediados de los años 80 de las instalaciones militares vinculadas a los dos torres ha provocado su continuo expolio, poniendo en peligro una parte fundamental del patrimonio militar de España, clave para entender momentos trascendentales en la historia de nuestro país.

El informe que reproducimos a continuación, firmado por Yborra y Mur, describe los episodios acaecidos en torno al Jaime I y pone el acento en la necesidad de conservar sus torres artilleras:

Un doble montacargas conecta una sala inferior, situada junto al polvorín, con la superficie, donde se encuentran los cañones.
Un doble montacargas conecta una sala inferior, situada junto al polvorín, con la superficie, donde se encuentran los cañones. / Vanessa Pérez

Las torres artilleras del Jaime I en el estrecho de Gibraltar

El Jaime I fue uno de los tres acorazados de referencia de la armada española en el primer tercio del siglo pasado, junto con sus gemelos el España y el Alfonso XIII.

Tras la pérdida de buena parte de los buques de guerra en la campaña de Cuba de 1898 y tras la Conferencia de Algeciras de 1906, el nuevo contexto internacional favoreció un sistema de alianzas que acabó empujando un ambicioso plan de renovación naval militar. España, ahora aliada de Francia y del Reino Unido, recibió importantes ayudas para la renovación de su flota, con la contraprestación de que esta debía socorrer a los nuevos socios en caso de conflicto con alguno de la Triple Alianza (Alemania, Italia y el imperio Austro-Húngaro). Se tejió un plan de defensa mutua mediante el cual España debía ayudar a Francia en la contención de las escuadras italianas y austro-húngaras, convirtiéndose en el principal apoyo galo en el tablero mediterráneo.

La Sociedad Española de Construcción Naval fue la encargada de la renovación de la flota. A pesar del nombre, este organismo era propiedad mayoritaria de varias empresas británicas: la John Brown & Company, la Armstrong Whitworth y la Vickers-Armstrong, por lo que todos sus buques seguían el patrón de la Royal Navy.

Se decidió construir tres acorazados en la factoría de Ferrol, que llevaron por nombre España, Alfonso XIII y Jaime I. La serie llevó el nombre del primer ejecutado, el España. El Jaime I fue el último en botarse y, aunque estaba previsto que superara en potencia y dotaciones a los dos primeros, acabó ejecutándose siguiendo los mismos parámetros, por lo que pueden considerarse como buques idénticos.

Placa de un motor, fabricado en la ciudad alemana de Colonia (Köln).
Placa de un motor, fabricado en la ciudad alemana de Colonia (Köln). / Vanessa Pérez
En los convulsos años treinta participó en la Revolución de Asturias, bombardeando en octubre de 1934 el barrio gijonés de Cimadevilla. Su primera misión bélica consistió en dirigirse hasta el estrecho de Gibraltar

El Jaime I comenzó a construirse en los astilleros ferrolanos en febrero de 1912, apenas dos meses antes del hundimiento del Titanic. Aunque su botadura tuvo lugar en septiembre de 1914, el estallido de la Primera Guerra Mundial y los problemas derivados para dotarlo de armamento, hicieron retrasar su entrega a la Armada española.

Durante la década de los veinte tuvo una ajetreada hoja de servicios: en 1922 fue enviado a Estambul durante la Guerra de Independencia turca, donde sufrió un ataque que acabó con el acorazado en los astilleros croatas de Pola; junto con el Alfonso XIII escoltó a los reyes de España y al general Primo de Rivera en su visita de estado a Italia, en 1923. Participó activamente en la campaña de África, bombardeando en 1924 varias posiciones de la costa del Rif y participando activamente en el desembarco de Alhucemas, el 8 de septiembre de 1925.

En los convulsos años treinta participó en la Revolución de Asturias, bombardeando en octubre de 1934 el barrio gijonés de Cimadevilla y transportando hasta ese puerto tropas y municiones. Cuando estalló la Guerra Civil, el Jaime I estaba atracado frente a la rada de Santander. Su primera misión bélica consistió en dirigirse hasta el estrecho de Gibraltar.

Entrada a las instalaciones militares abandonadas de Cascabel.
Entrada a las instalaciones militares abandonadas de Cascabel. / Vanessa Pérez
Desde las más tempranas horas del 7 de agosto de 1936 realizó un extenso bombardeo que se prolongó más de ocho horas sobre Algeciras

La rebelión de la tropa frente a la oficialidad determinó que el barco permaneciera en el bando republicano y en estas circunstancias arribó a la bahía de Algeciras a primeras horas del 7 de agosto de 1936. Dos días antes había tenido lugar el desembarco en esta ciudad de un contingente de tropas franquistas transportadas a la península desde África. El convoy militar pudo llegar hasta el puerto algecireño gracias a la intervención del cañonero Dato, que hostigó al destructor gubernamental Alcalá Galiano, el cual no pudo impedir que las tropas arribaran a Algeciras.

La mañana de ese 7 de agosto tuvo lugar la primera acción de guerra del acorazado Jaime I. Desde las más tempranas horas realizó un extenso bombardeo que se prolongó más de ocho horas sobre la ciudad. Sus proyectiles alcanzaron al Dato, que tuvo que ser transportado a los astilleros de la Carraca para su reparación, pero también impactaron en un buen número de objetivos civiles. El frente marítimo urbano resultó muy afectado: desde los tinglados portuarios a un buen número de viviendas de la Acera de la Marina y el escarpe oriental de la Villa Vieja. Sus proyectiles arrasaron agencias y viviendas, restaurantes y tabernas, llegando a afectar seriamente a consulados como el británico, el de Uruguay o el de Argentina. Muchos de ellos explotaron en las vías de salida de la ciudad en dirección a El Cobre o Pelayo, hacia donde huía buena parte de la población.

El 17 de junio de 1937 se produjeron una serie de explosiones. Como consecuencia, se produjo el hundimiento del barco, que se llevó consigo las vidas de más de trescientos de sus de tripulantes

En estos primeros días de agosto del 36, el Jaime I bombardeó otros enclaves sureños como Puente Mayorga, Ceuta o Melilla. El 13 de agosto recibió en el puerto de Málaga el impacto de un proyectil aéreo y a partir de entonces comenzó toda una sarta de incidentes que fueron afectando al acorazado. Dos días más tarde se vio implicado en la matanza de los buques-cárcel Sil y España 3 en Cartagena; en abril de 1937 encalló en Punta Sabinar: logró hacerse a la mar y navegó hasta la cercana Almería, en cuyo puerto sufrió un mes después las graves consecuencias de tres bombas que impactaron en él lanzadas por varios Savoia italianos. Cuatro días después fue atacado por varios hidroaviones y en estado extremo pudo desplazarse hasta Cartagena, donde entró en un largo periodo de reparaciones que concluyó de forma inesperada: el 17 de junio de 1937 se produjeron una serie de explosiones cuyo origen sigue sin estar del todo claro. Como consecuencia de ellas, se produjo el hundimiento del barco que se llevó consigo las vidas de más de trescientos de sus de tripulantes.

Sin embargo, aquí no acaba la historia del Jaime I.

Parte inferior del cañón de proa, a varios metros por debajo de la superficie.
Parte inferior del cañón de proa, a varios metros por debajo de la superficie. / Vanessa Pérez

El plan de defensa del Estrecho

Apenas cuarenta días después de acabada la Guerra Civil, el Estado Mayor del general Franco, plenamente consciente del valor geoestratégico del estrecho de Gibraltar, decidió elaborar un plan de defensa de todas las costas del canal desde Conil hasta la desembocadura del Guadiaro.

El 10 de mayo de 1939 se creó la Comisión de Fortificación de la Frontera Sur, que fue dirigida por el general de artillería Pedro Jevenois Labernade, que elaboró varios informes en los que se basaron un buen número de obras de fortificación y artillado del territorio costero. La intención de Jevenois era bien clara: “Asegurar la defensa de nuestras costas inmediatas al Estrecho, impidiendo en ellas, bien una ampliación de la ocupación inglesa de Gibraltar, bien un desembarco en las proximidades de la Bahía que nos obligue a retirarnos; la otra, principal y primordial, de incalculable importancia internacional, es lograr el cierre del Estrecho” (Arévalo Rodríguez, 2018: 3).

Para ello, se tomaron varias decisiones:

1. Construcción de nidos de ametralladoras y ubicación de cañones para fortificar el litoral ante un posible desembarco y para defensa del frente de tierra.

2. Construcción de carreteras y pistas militares.

3. Localización de varias baterías de costa, donde ubicar cañones y edificios anexos como alojamientos, refugios, polvorines, observatorios y puestos de mando.

4. Erección de emplazamientos de artillería antiaéreas y reflectores de iluminación.

Siguiendo una planificación que recuerda a las de la Línea Maginot francesa o la Línea Sigfrido y el Muro Atlántico germánicos, toda la costa norte del antiguo Fretum Gaditanum se convirtió en un espacio prioritario para la defensa nacional.

El ejército hispano tuvo a la ingeniería militar alemana como la principal aliada a la hora del diseño de los proyectos de fortificaciones y aprovisionamiento de material bélico e industrial

Tras el estallido de la II Guerra Mundial y la consolidación de las relaciones entre Madrid y Berlín, el ejército hispano tuvo a la ingeniería militar alemana como la principal aliada a la hora del diseño de los proyectos de fortificaciones y aprovisionamiento de material bélico e industrial que los hiciera viables.

Justo un año después de iniciado el conflicto, en octubre de 1940, fue presentado un proyecto de artillado e iluminación del Estrecho y se crearon varias comisiones que comenzaron a estudiar diferentes opciones. El comandante Carlos Parallé de Vicente fue quien se encargó de dar forma a este propósito. Eran años de restricciones; España estaba recién salida de un conflicto que había esquilmado las reservas económicas. Esta razón es la que justifica que para la iniciativa de la defensa artillera del canal se tuviera recurrir al aprovechamiento de material. Las miradas se posaron en las dos torres artilleras del acorazado Jaime I, las cuales habían sido reflotadas y se decidió trasladarlas hasta el extremo sur peninsular para otorgarles una nueva función, en este caso, terrestre. Para ello se optó por ubicarlas en dos baterías de costa próximas ubicadas entre Guadalmesí y Tarifa: las conocidas como Cascabel y Vigía.

La reconversión de un material artillero naval a otro terrestre llevó consigo la realización de onerosas obras, ya que fue necesario la ejecución de tres estructuras:

1.- Soterramiento de las torres artilleras del acorazado en la cima de sendas posiciones desde la que se poseía una función de control-discreción sobre el Estrecho. Solamente debían asomar a la cota tierra la torre y los dos cañones. La cabeza de la torre posee unas medidas de 7,25x7,50 m. Los cañones, de 30,5 cm poseen una longitud de 15,90 metros de largo. Son de acero forjado y templado al aceite y se trata de los originales fabricados por la casa Vickers-Amstrong en Sheffield en 1914, como aún puede observarse en sendas leyendas grabadas en la cabecera. En el interior de las torres -que se distribuye en tres niveles subterráneos- se conservan bombonas intactas con gas, botellas de oxígeno, los motores completos que hacían girar la torre, el mecanismo de tiro del motor, buena parte del cableado eléctrico recubierto de plomo, piñones de rotación y los cierres de los cañones. Se. En el enclave de Vigía se conserva en perfecto estado el medidor del ángulo de tiro S.E de C.N. (Sociedad Española de Construcción Naval) fabricado en los Talleres de artillería de San Carlos de San Fernando.

Un largo pasillo interior entre gruesos muros de hormigón, diseñado para absorber la onda expansiva de los cañonazos y resguardar posiblemente a los soldados.
Un largo pasillo interior entre gruesos muros de hormigón, diseñado para absorber la onda expansiva de los cañonazos y resguardar posiblemente a los soldados. / Vanessa Pérez

2.- Ejecución de una fundación para cada torre artillera que debía albergar el polvorín, las salas de proyectiles, el montacargas de pólvora, el de proyectiles y el mecanismo hidráulico central. En las salas de proyectiles aún se conservan los raíles fijados al techo para transportarlos desde el almacenamiento. Las amplias estancias están oportunamente blindadas con sólidas estructuras de hormigón hasta la zona de tiro. Para ello se ejecutó otra estructura soterrada que tuvo que alcanzar la misma profundidad que la de la torre artillera. Cabe destacar el excelente grado de conservación de los montacargas.

3.- Construcción de una sala de máquinas para cada torre artillera compuesta por un amplio espacio para ubicar un grupo electrógeno diésel para corriente alterna, un grupo compresor, un grupo de baterías para alumbrado de emergencia y un cuadro de distribución de corriente alterna. No se deben olvidar sendos grupos de bombeo de combustible para alimentar un depósito nodriza a cada grupo electrógeno, los correspondientes transformadores de corriente, válvulas, electroválvulas y depósitos para aceite hidráulico.

Interior del cañón.
Interior del cañón. / Vanessa Pérez
El primero de agosto de 1941 quedaron soterradas e instaladas las dos torres, procedentes de la Sociedad Española de Construcción Naval, que fue la encargada de reformarlas y adaptarlas tras ser reflotadas del puerto de Cartagena

Para el servicio de suministro eléctrico, la torre artillera de Vigía contaba con un grupo electrógeno de motor Deutz de 4 cilindros de tracción directa al generador. La generación eléctrica de Cascabel proviene de otro grupo electrógeno Deutz de dos cilindros en paralelo motor diésel y generador traccionado por correa. Ambas torres disponen de generadores de corriente alterna Brown Bovery con una tensión de salida de 220 V y una capacidad total de generación de 395 Amp., lo que los dota a cada uno de una potencia de 150 Kva. Ambas salas de generación disponen del correspondiente cuadro de protección.

El primero de agosto de 1941 quedaron soterradas e instaladas las dos torres, procedentes de la Sociedad Española de Construcción Naval, que fue la encargada de reformarlas y adaptarlas tras ser reflotadas del puerto de Cartagena. Dos semanas después se efectuaron las primeras pruebas de lanzamiento de proyectiles y se realizaron tres disparos por tubo. Los medios de puntería con los que se contaba se reducían a un telémetro Goerz C. de 4 metros de base. Desde entonces fueron utilizadas con regularidad hasta el 8 de septiembre de 1977, fecha en se ejecutaron los últimos disparos. En el verano de 1985 quedaron taponadas las piezas artilleras. Con el cierre coetáneo de la batería se produjo el abandono de las instalaciones. Desde entonces, su proceso de degradación no ha hecho sino aumentar.

Los cañones que bombardearon Algeciras a principios de la Guerra Civil, en un hecho que permanece en la memoria de los ciudadanos que lo vivieron, fueron trasladados a escasos kilómetros de ella, donde mantuvieron su función a lo largo de más de cuarenta años. Paradojas del destino. Hoy el olvido y la desmemoria se suman a su estado de abandono y resulta necesaria su conservación y la oportuna puesta en valor. 

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