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La Trocha a pie | Diario del camino desde Asta Regia a Algeciras
Algeciras/La Trocha es un camino histórico que desde tiempo inmemorial conectaba el paleoestuario del Guadalquivir con la antigua bahía de Algeciras. La senda, investigada por José Juan Yborra y Jesús Mantecón, dio lugar en 2019 al libro publicado por la Diputación Provincial de Cádiz La Trocha: la vía de la estrella. El camino histórico que vertebró la provincia de Cádiz. La senda posee valores históricos, geográficos, sociales y literarios de lo más interesantes. A pesar del estado en el que se encontraba tras décadas de olvido, su trazado permanece y es posible realizarlo atravesando la desvertebrada provincia de noroeste a sureste siguiendo una ruta de 137 kilómetros en cinco etapas.
Los caminantes han querido comenzar el antiguo camino de la Trocha en Mesas de Asta, una pedanía jerezana que se encuentra a los pies del yacimiento de Asta Regia, el olvidado enclave tartésico, luego turdetano, luego romano y más tarde árabe. Ahora es una vasta meseta cubierta de trigales que las últimas lluvias han hecho reverdecer. Entre los brotes recién nacidos convive la cerámica sigilata con asas de ánforas, bases de recipientes y restos de hormigón romano sin nadie que se preocupe en llegar a las entrañas de lo que fue el principal asentamiento tartésico en las orillas de un Lacus Ligustinus que hoy solo podemos imaginar. Al puerto de esta ciudad de renombre llegaban los minerales de la Faja Pirítica Ibérica y de sierra Morena hasta Cástulo. Desde aquí podían embarcarse hasta los destinos más orientales atravesando la peligrosa travesía del Estrecho o podían seguir la vía terrestre hasta la bahía de Algeciras, que es la que los caminantes se han propuesto realizar.
Al dejar atrás la sepultada Asta Regia, la Trocha debe vadear el arroyo de Tabajete. Aún se mantienen los recios tajamares de sillares romanos labrados en arenisca y calcarenita. A partir de aquí, el camino atraviesa pagos de viñas que presienten un mar alejado por los siglos. Hileras de vides, azudes de albariza, pozos y bienteveos jalonan las onduladas colinas en un silencio tan circular como el cielo.
Al llegar al arroyo de la Loba suena el ruido periódico y sibilante de las aspas de los molinos y la tierra húmeda marca surcos de recientes escorrentías. Poco a poco, humildes viviendas y ladridos de perros avisan a los viajeros de la cercanía de la ciudad que se muestra altiva al fondo del camino, a levante, tras ventas vacías, troncos de caballos dispuestos con jerezanas maneras y centros comerciales que se extienden aterrazados en busca de bodegas con tejados a dos aguas y agujas góticas. Los caminantes ascienden la meseta donde se asienta Jerez entre el zoológico y la capilla del Calvario, junto a la antigua Cruz de Asta. Tras bordear el ábside poligonal de Santiago, penetran en el casco histórico por san Juan y a través de la calle Francos alcanzan el Arenal.
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