Roberto Scholtes
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Estampas de la Historia del Campo de Gibraltar
A mediados del siglo XVI el Imperio Otomano era dueño del Mediterráneo Oriental contando con la colaboración de sus aliados berberiscos, como los de Argel y Túnez (estos desde el año 1574, pues antes había sido posesión española) y de algunos otros enclaves musulmanes de litoral norteafricano. Desde esos lugares amenazaban las ciudades costeras de Italia y de España y el resto del occidente Mediterráneo.
La conquista de los llamados presidios norteafricanos de Mostaganem, Tenes, Argel, Jijel y Tremecén por el general Pedro Navarro y el Cardenal Cisneros, entre 1497 y 1510, por orden del rey Fernando el Católico, representó un alivio temporal que no impidió que el poder otomano se hiciera cada vez más fuerte. Sin embargo, en el año 1571, coaligadas las potencias cristianas en la llamada “Liga Santa”, formada por el Imperio Español, los Estados Pontificios, la República de Venecia, la Orden de Malta, la República de Génova y el Ducado de Saboya, bajo el mando de don Juan de Austria, lograron derrotar a la poderosa escuadra turca en el golfo de Patras (en la famosa batalla de Lepanto). Desde entonces, el poder otomano quedó definitivamente sometido, en todo el Mediterráneo, a las potencias cristianas.
Pero, diecinueve años antes, el estratégico puerto y la ciudad de Gibraltar, sufrieron un inesperado asalto y el posterior saqueo por una escuadra de turcos y berberiscos.
En el año 1526, siendo general de las galeras de España don Álvaro de Bazán, también alcaide de Gibraltar, como refiere el historiador Alonso Hernández del Portillo, y abunda el cronista Pedro Barrantes Maldonado en su Compendio del asalto que los turcos hicieron en Gibraltar, este tenía en su puerto numerosas embarcaciones de guerra invernando a la espera de emprender acciones navales cuando llegara el buen tiempo.
En las galeras había centenares de cautivos turcos y norteafricanos utilizados como remeros que, cuando no estaban navegando, eran sacados a tierra. Muchos de ellos se encerraban en improvisadas cárceles, pero otros pasaban a servir como esclavos a los mandos militares o a ricos personajes de la ciudad. Estos galeotes musulmanes habían sido capturados en los años previos en combates navales acontecidos cerca de Argel o de otros puertos de la costa africana aliados de los turcos. En esas etapas de relativa tranquilidad marítima, a muchos de ellos se les permitía estar en la ciudad gozando de cierta permisividad vigilada.
Sin embargo, como las murallas de la ciudad, sobre todo las que daban al sur, cerca de la ermita de Nª Sª de Europa, presentaban algunos tramos casi derruidos, por esos lugares, aprovechando esa permisividad y la oscuridad proporcionada por la noche, un grupo numeroso de cautivos logró escapar apoderándose de una galera y poniendo rumbo al puerto de Argel, ciudad que estaba regida en aquellos días por un regado sardo de nombre Hassim Aga, aunque a las órdenes del bey o gobernador de la ciudad, el famoso almirante turco y pirata Jeireddín Barbarroja. Al parecer fueron los turcos y berberiscos fugados de Gibraltar los que convencieron a Hassim Aga y a Barbarroja de que la ciudad española estaba mal defendida, con parte de la muralla abatida y la artillería “apeada” (escribe Portillo), es decir, desmontada, y que se podía tomar por asalto y saquearla sin muchas dificultades, porque ellos sabían bien por donde atacarla.
Convencido Barbarroja de la posibilidad de tomar tan importante puerto, lugar de invernada de las galeras españolas, mandó preparar una flota compuesta por dieciséis galeras, dos bergantines y varias fustas y embarcar en ella ochocientos turcos, además de marineros y galeotes, al mando del pirata Caramani, compañero de andanzas de Barbarroja, y del turco Alí Hamet para dirigir las fuerzas de tierra. La escuadra abandonó el puerto de Argel, poniendo rumbo al Estrecho, a mediados del mes de agosto del año 1540. El 3 de septiembre avistaron la costa de Granada y, el día 9, al anochecer, se presentó la flota por detrás del monte, sin que los vigías que oteaban el mar desde la torre de los Genoveses se hubieran percibido de su presencia.
Los vecinos de la ciudad, orientada hacia la bahía, dedicados en esos días a las labores de la vendimia en sus pagos del Guadarranque y los términos de las antiguas Algeciras, vivían ajenos a lo que sucedía en la ribera mediterránea del Peñón, donde se hallaba la aldea de la Almadrabilla, cuyos moradores se dedicaban a la pesca y preparación de los atunes.
En aquella parte de la costa, desembarcaron a un berberisco para que entrara en la ciudad y conociera cómo se hallaba el vecindario y si estaba apercibido de su presencia. Al paso de unas horas el pirata retornó a su navío e informó a Ali Hamet y a Caramani de que en Gibraltar todo estaba en calma. Entonces, cuando la noche era avanzada, los navíos corsarios rodearon el Peñón y entraron en la bahía para desembarcar los hombres de armas cerca de la ermita de Nª Sª de Europa. En esta ocasión los vigías que estaban en la torre de los Genoveses sí oyeron arribar las embarcaciones, pero creyeron que era galeras de España, sobre todo cuando a sus llamadas reclamando que se identificaran respondió uno de los turcos, que hablaba la lengua de Castilla, diciendo: “No veis que somos las galeras de don Bernardino de Mendoza que retornan a puerto”.
Las fuerzas de asalto fueron desembarcando hasta que todos los piratas estuvieron al sur de la ciudad y comenzaron a invadir, primero el barrio de la Turba, y, luego, la Barcina y la Villa Vieja. Cuando los de Gibraltar, sorprendidos por lo inesperado del ataque, se dieron cuenta de lo que estaba sucediendo, ya era demasiado tarde. Los turcos y los berberiscos subían por las calles de la ciudad entrando en las casas más lujosas robando, matando y tomando cautivos. Al poco, comenzó a amanecer y los vecinos salían de sus hogares desapercibidos y desarmados para ir a los viñedos a continuar con sus labores, lo que facilitó la matanza y el saqueo. Numerosas mujeres y niños lograron refugiarse en el castillo y así evitar que las tomaran presas. Pero muchas de ellas no pudieron alcanzar la puerta de la fortaleza y fueron cautivadas con sus hijos por los asaltantes y llevadas a sus navíos.
Llegados a este punto, los centinelas que estaban situados en las murallas del castillo, tocaron a rebato y dieron la voz de alarma. Pero, aunque muchos caballeros y hombres del común pudieron hacer frente a los asaltantes con sus espadas, no consiguieron evitar que los turcos se hicieran dueños de toda la ciudad, a excepción del castillo, enclave en el que había logrado refugiarse buena parte de las aterrorizadas mujeres y de sus hijos. Entre los caballeros que se enfrentaron valientemente a los turcos -refiere Pedro Barrantes Maldonado, cronista de la Casa de Medina Sidonia que entró en Gibraltar a los pocos días del asalto- hay que mencionar a Andrés Suazo de Sanabria, que vivía en la Barcina y que logró meter en su casa a muchas mujeres con sus hijos, salvándolos así de la muerte o la cautividad.
Viendo que ya nada tenían que robar en la ciudad y que el alcaide de la fortaleza, don Gómez de Balboa, aunque estaba herido, había podido reunir a alguna gente de armas en el castillo, desde donde atosigarlos, decidieron retirarse y salir de la ciudad por la puerta que daba al sur y reembarcar en sus navíos, aunque llevando consigo a muchos hombres, mujeres y niños cautivos.
Pero los turcos, no contentos con el daño que ya habían causado, se dirigieron a los astilleros que tenía don Álvaro de Bazán en Puente Mayorga y se apoderaron de una galera que estaba desarmada, en reparación. Una vez tomada, la incendiaron. Luego desembarcaron y entraron en la Casa del Diezmo, en la que se guardaba el diez por ciento del grano y del vino producido por los agricultores del término, que era un tributo que debían abonar a la Iglesia sobre lo recolectado durante el año. Los asaltantes desfondaron todas las botas se vino que tenían allí los diezmeros y trasladaron a sus barcos los sacos de trigo y cebada que pudieron acarrear. Aunque, cuando los turcos, envalentonados, entraron en las viñas para tomar cautivos a algunos vecinos que se habían ocultado entre las vides, salió una partida de caballeros de Gibraltar y los atacaron matando a algunos y capturando a otros.
Los piratas, una vez en sus navíos, fondearon la escuadra en el centro de la bahía, a la espera de poder negociar con las autoridades de Gibraltar los términos de un acuerdo para el rescate de los cautivos que habían hecho aquel día. En Gibraltar se eligió y reunió una junta para parlamentar con ellos. Se entrevistaron en una galera con Ali Hamet y Caramani y, tras largas deliberaciones y tratos, se acordó que se entregarían, a cambio de la libertad de los cautivos, 4.600 ducados (unos 13 millones de euros en la actualidad), la mitad en mercancías y la otra mitad en dinero contante y sonante. Esa era la exigencia de los turcos. Sin embargo, no se logró reunir más que 800 ducados, pidiendo el resto, hasta alcanzar la cifra impuesta por los captores, al marqués de Tarifa. Mas, cuando llegó el dinero, unos cuatro días más tarde, ya los turcos habían levado anclas y zarpado con rumbo a Argel y unos setenta cautivos cristianos en sus bodegas.
Pero don Bernardino de Mendoza, Capitán General de las Galeras de España, que se hallaba en aguas de Mallorca, teniendo noticias del asalto y el robo que habían sufrido los de Gibraltar, embarcó gente de armas en la costa de Murcia y Granada y se lanzó en persecución de la flota de Alí Hamet y Caramani. Según las crónicas de la época la alcanzó el día 7 de octubre -transcurrido más de un mes-, en aguas de la isla de Alborán. Es probable que la batalla del mar de Alborán se diera en esa fecha, pero contra una flota distinta a la que procedía de Gibraltar o ampliada.
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