Fundación del Convento de la Almoraima en 1603
Historia y arte en Castellar de la Frontera
Los orígenes del convento se remontan a una ermita edificada por orden de los condes de Castellar
Las primeras noticias que tenemos del topónimo “Almoraima” se refieren a la torre de ese nombre, edificada por los musulmanes, que se levanta (aunque muy remodelada) en la cumbre de una colina, muy cerca del río Guadarranque y del inicio del camino que, dejando la carretera comarcal A-405, conduce hasta la villa-fortaleza. En los siglos XVII, XVIII y XIX, al territorio que rodea la torre se le llamaba “desierto de la Almoraima”, porque al encontrarse todo él cubierto de espesa arboleda y ser zona húmeda e insalubre, escasos eran los lugares habitados, a excepción de la llamada Venta del Agua del Quejigo y el Molino del Conde.
En 1594, doña Beatriz Ramírez de Mendoza y su marido, don Fernando de Saavedra, II conde de Castellar, mandaron edificar una ermita a una legua y media de la villa, junto al viejo camino que conducía a la fortaleza. La iglesia estuvo dedicada a Nuestra Señora de los Reyes, advocación sevillana muy querida por los Saavedra. En 1596 se concluyó la obra de la ermita en el mismo lugar que luego ocuparía el convento de los mercedarios descalzos.
En su crónica de la Orden de la Merced Descalza, escrita en 1669, el padre fray Pedro de San Cecilio relata las circunstancias que condujeron a la fundación de esta ermita. Refiere el cronista mercedario que “se hallaba en su villa de Castellar la condesa doña Beatriz Ramírez de Mendoza, en lo más florido de su juventud, y paseando un día, por divertirse, aquellos campos y dehesas, acompañada del Conde don Fernando de Saavedra, su marido, que andaba de caza con todos sus criados, advirtió que, habiendo no pocas caserías y hatos en que se recogen los vaqueros y ganaderos, era fuerza se quedasen éstos sin Misa los Domingos y Fiestas, por estar el lugar más de una legua distante de la villa, y ser el camino muy fragoso y difícil. Propuso remediar este inconveniente, y trató con el Conde fundar allí una ermita y en ella una Capellanía suficientemente dotada para que un clérigo viniese a decir Misa en dichos días”. La obra se comenzó en 1594 y tardó más de dos años en estar concluida. La ermita constaba de una sola nave de planta rectangular. Tenía artesonado de madera decorado con pinturas de estilo escurialense y presentaba su fachada principal con un soportal que miraba hacia la explanada que está ocupada, en la actualidad, por el patio o claustro del convento. Continúa diciendo el padre San Cecilio: “A un lado de ella estaba un colgadizo de su misma largura y de once pies de traviesa, dividido en dos suelos, alto y bajo. La mayor parte de éste servía de Sacristía. Lo restante, como también el suelo superior, era morada de un hortelano que cuidaba de la huerta contigua que hoy posee el convento…”.
La Condesa de Castellar encargó, al tiempo que ordenaba la edificación de la ermita, dos imágenes para la nueva iglesia: una talla de la titular, Nuestra Señora de los Reyes, y una imagen del Crucificado”. Décadas más tarde, cuando se construyó el edificio conventual, la nueva iglesia de los mercedarios, que ocupó el ala norte del mismo, se erigió aprovechando esta antigua ermita atravesándola de costado y quedando la nave de la misma partida en dos: la parte del presbiterio, con la imagen del Santo Cristo, se trasformó en la capilla que se encuentra en el muro del Evangelio, y la parte de los pies se prolongó para convertirla en la capilla de Nuestra Señora de los Reyes situada en el muro de la Epístola. De esta manera, la primitiva ermita quedaba embutida dentro de la estructura del nuevo edificio conventual simulando un falso crucero algo desproporcionado, como se puede ver hoy.
A principios del siglo XVII, la Orden de la Merced, consagrada desde sus inicios en 1218 a la redención de cautivos, había decaído de su primitivo fervor por la falta de actividad redentora, cuando la guerra de frontera contra los musulmanes hacía más de un siglo que había finalizado. Por este motivo, algunos religiosos de la Orden de la Merced creyeron que sería conveniente suplir con la contemplación y la austeridad de vida la falta de actividad y la molicie que la vida relajada había introducido en sus comunidades. Por ello, el fraile mercedario, fray Juan del Santísimo, con otros cuatro religiosos, decididos a reformar la Orden, emprendieron los contactos con la condesa de Castellar, que se había ofrecido como patrona, para redactar las constituciones que habrían de regir la nueva empresa monástica. Los cinco religiosos se presentaron, en los primeros meses de 1603 ante la condesa, doña Beatriz Ramírez de Mendoza, viuda de don Fernando de Saavedra, la cual se ofreció como fundadora y patrona de la nueva orden y prometió que les levantaría un convento en su villa de Castellar y otro en el Viso. No sin dificultades y con la oposición de una parte de los capitulares calzados, se aprobaron las constituciones de la reforma elaboradas pacientemente por doña Beatriz y por el fraile mercedario Cristóbal González, que fueron aprobadas en el Capítulo General de la Orden celebrado en Guadalajara el 27 de abril de 1603.
En el preámbulo de la escritura de fundación de la nueva orden se recogía que la Condesa tenía a bien fundar en la villa del Viso un monasterio de frailes descalzos y otro en la iglesia de Nuestra Señora de los Reyes “que yo misma edifiqué a media legua de la villa de Castellar, enfrente de la torre de la Almoraima”. En otro capítulo se refiere que “para servicio de la Orden, manda edificar las demás casas que para el dicho monasterio fueren necesarias y para el servicio de ella, han de labrar y edificar junto y pegado a la dicha iglesia; el cual monasterio se ha de llamar y tener su advocación de Nuestra Señora de los Reyes, como al presente tiene la dicha iglesia… Para labrarlo he de dar sitio bastante para la casa, iglesia y huerta”. Como se puede comprobar a través de la documentación conservada, una de las condiciones que puso la Condesa para patrocinar la fundación era que la iglesia continuara estando bajo la advocación de Nuestra Señora de los Reyes, aunque los frailes no respetaron este requisito y, andando el tiempo –probablemente a principios del siglo XIX– colocaron en la calle central del altar mayor de la iglesia conventual una imagen de Nuestra Señora de la Merced, trasladando la talla de la Virgen de los Reyes a una capilla lateral. Vienen después otros capítulos que hacen referencia al número de frailes, que “en el Convento de la Almoraima deben ser doce frailes cuanto más: los seis de Misa (es decir profesos) y otros seis hermanos coristas y legos”.
El Convento de la Almoraima se fundó el 19 de abril de 1603, al que dotó la Condesa con una renta anual de 941 reales sobre el almojarifazgo de Indias, y le añadió la capellanía de 22.856 maravedíes que fundara su marido, ya difunto. Según el fraile San Cecilio, para iniciar la fundación, “la Condesa les donó mil ducados, pagados en dinero de contado en la dicha villa de Castellar; los cuales se han de gastar y consumir en la dicha obra y no en otra cosa”. Doña Beatriz, sin embargo, se reservó el control de dicha cantidad, siendo ella o su alcaide de la villa los que pagarían a los constructores directamente según se fuera ejecutando la obra. También se comprometió la fundadora a donar a la iglesia conventual “seis casullas y seis frontales de los colores que manda el Ordinario Romano y un crucifijo y una custodia y arquita de plata que sirva de sagrario, y dos cálices con sus patenas de plata y ropa blanca del servicio del altar”. En otro lugar del documento se recoge que la Condesa donaba a los frailes la huerta que está pegada con la dicha iglesia, con sus frutales e aguas dulces; y, asimismo, “doy e aplico e adjudico al dicho monasterio otra huerta que llaman de Guadarranque, que está entre la dicha iglesia de Nuestra Señora de los Reyes y la dicha villa de Castellar”.
Entre el 1 y el 7 de mayo de 1603 se fueron reuniendo en Madrid, con la condesa de Castellar, los primeros frailes descalzos que fueron: fray Juan Bautista del Santísimo Sacramento, fray Luis de Jesús María, fray Juan de San José, fray Miguel de las Llagas, fray Sebastián de San José y fray Francisco de la Madre de Dios. Acabados de cortar y coser los nuevos hábitos, los frailes se vistieron con ellos el día 8 de mayo, festividad de San Miguel Arcángel, lo que explica que, en alguna documentación, el convento aparezca nombrado como de “San Miguel de la Almoraima”, aunque el documento original de la fundación está fechado el 19 de abril de ese mismo año. Doña Beatriz Ramírez de Mendoza hizo entrega del convento, en Sevilla, a fray Juan del Santísimo y a sus compañeros a finales de septiembre, y el 4 de octubre de 1603 tomaron posesión los mercedarios descalzos de la ermita de Nuestra Señora de los Reyes, de las casas anejas y de las huertas, según consta en uno de los cuadros que se exponen en el Convento y que fueron pintados en conmemoración del hecho. Sin embargo, el edificio conventual actual no se construyó hasta unos cuarenta años más tarde, como se expondrá en un próximo artículo.
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