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Patrimonio natural campogibraltareño
Castelllar de la Frontera/Ante la planta de tratamiento de corcho de la Almoraima, aguardan 22.000 quintales de materia prima en planchas, tal cual fueron separadas del árbol, esperando a que pierdan algo de la humedad que traen del campo antes de ser procesadas. Ese millón largo de kilos es una cifra aparentemente alta, pero apenas representa una pequeña parte de la existente hace tan solo unos años.
La seca del alcornocal, al igual que la de la encina, viene esquilmando desde hace décadas y sin apenas control la población de estas y otras especies arbóreas, amenazando los ecosistemas de las dehesas y los montes, poniendo en riesgo un rico patrimonio natural y una forma de vida en el campo. La paulatina subida de las temperaturas, la ausencia de lluvias y el consiguiente estrés hídrico que sufren los árboles, así como la contaminación, los debilitan y los dejan a merced de un hongo, la fitóftora, que pudre sus raíces e impide la absorción de las sales minerales y del agua.
Basta con subir a un monte algo elevado para comprobar nítidamente los efectos que este mal está provocando en gran parte de las 14.000 hectáreas que componen La Almoraima, cuyas zonas arboladas aparecen moteadas de manchas grises, como heridas abiertas en el campo, con viejos y nuevos alcornoques muertos en apenas unos meses después de que el hongo tomase posesión de sus raíces. La finca ocupa el 80% del vasto término municipal de Castellar de la Frontera: la distancia de un extremo a otro de sus límites es del 60 kilómetros en línea recta y para recorrerla en todoterreno se necesitan varias horas de marcha por caminos de tierra o con asfalto en precario.
La finca, conocida como el mayor latifundio de titularidad pública de España y dependiente del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, tiene un aprovechamiento eminentemente forestal, aunque en los últimos años ha tratado de diversificarse dedicando 700 hectáreas a cultivos agrícolas tan diversos como trigo, algodón, olivo, aguacate, quinoa, remolacha o girasol, lo que demuestra la fertilidad de sus suelos. También cuenta con una interesante explotación ganadera de retinta, raza vacuna propia del Campo de Gibraltar y La Janda.
Los actuales responsables de La Almoraima quieren centrarse, sin embargo, en el ámbito forestal para evitar entrar en competencia con los productores locales y para conservar desde una perspectiva pública el alcornocal, uniéndolo al desarrollo de una oferta de turismo rural de calidad cuyo hito principal es el hotel El Convento, un establecimiento de cuatro estrellas cuyo edificio principal data de 1603, año en el que fue entregado a la orden de los Mercedarios Descalzos del vecino monasterio de La Almoraima.
El año pasado se dio un importante paso con la recolección en la propia finca de 40.000 bellotas de alcornoque que fueron plantadas en un vivero de nueva construcción y de las que han surgido otros tantos plantones. Con ellos se pretende iniciar ahora la repoblación de las zonas libres del hongo a fin de contar con más garantías de éxito, si bien el coste es alto. “La obtención de cada plantón está estimada en cuarenta céntimos, pero su plantación se eleva a 19 euros”, explica Florencio Alonso, un riojano que fue consejero de Hacienda de su comunidad autónoma y que desde 2018 dirige el destino de La Almoraima SA.
La empresa cuenta con 82 trabajadores contratados, a los que se suma un centenar más para las tareas del descorche y de la recolección de la curruca, como se conoce a los restos de los alcornoques muertos y cuyo corcho y maderas son también aprovechados.
Gran parte del retroceso del alcornocal se debe al abandono de las tareas de repoblación en los últimos años: mueren los árboles enfermos y/o más viejos, pero no crecen nuevos ejemplares porque la población de animales –ciervos, muflones y cerdos asilvestrados, más los gamos introducidos con fines cinegéticos en los tiempos en que la finca perteneció a la Rumasa de Ruiz-Mateos– ha crecido de forma notable al carecer de depredadores naturales y por la falta el pasto del que alimentarse. No solo se comen las bellotas, sino también los brotes de los nuevos árboles.
Para proteger los plantones, es preciso protegerlos con un mallado muy resistente que alcanza los dos metros de altura, necesario hasta que el árbol es medianamente adulto y para hacer inalcanzables los brotes más tiernos. De ahí el alto coste de su colocación, que incluye el transporte y la mano de obra. “Para el gamo, las hojas jóvenes del alcornoque son como el jamón para nosotros”, explica Juan Montoya, director de La Almoraima durante dos décadas. “El alcornocal no tiene solución a corto plazo, pero sí a largo”, añade en relación al lento crecimiento de los árboles y al parón experimentado en los últimos tiempos en las tareas de repoblación.
La pérdida de masa arbórea da paso, además, al crecimiento del matorral, lo que “eleva el riesgo de incendios forestales al tratarse de materia muy pirófita, al tiempo que reduce el hábitat de los animales y sus fuentes de alimentación”, señala Abel González, ingeniero forestal que trabaja en la finca.
El corcho es el producto estrella de La Almoraima. Tras el descorche de los árboles en verano, el proceso de tratamiento de la materia prima una vez llega a la planta de tratamiento se inicia con su cocción. Las planchas de corcho se apilan en enormes palés e introducidas en agua de pozo hirviendo, libre de cloro, durante aproximadamente una hora. De este modo se reblandecen y su corte es mas fácil en las expertas manos de una cuadrilla de hombres. El aroma que desprende el vapor de agua en la nave recuerda al del pan recién hecho. El último paso es su introducción en una gran secadora, un contenedor con una corriente de aire caliente.
Una vez concluido este proceso, las planchas se exportan rumbo a Portugal, un país que a base de lograr la excelencia en su manufactura se ha hecho (junto con Francia) con el monopolio del sector, quedándose con el valor añadido del corcho con la elaboración de tapones para las botellas de vino y elementos de decoración, como las láminas de aislamiento que son colocadas en suelos, paredes y techos.
La Almoraima y sus edificaciones fueron propiedad del Ducado de Medinaceli hasta que la familia la vendió a Rumasa en los 70. La expropiación del holding en 1983 hizo que la finca pasase a manos del Estado y, aunque ha habido algunos amagos para ponerla a la venta –la actriz Salma Hayek y su marido, el empresario francés François Pinault, llegaron a visitarla en 2004– no ha habido ni hay planes a la vista para enajenarla.
La Almoraima esconde muchos rincones para todo aquel urbanita receloso que quiera acercarse a conocerla. Hay alcornoques y quejigos de gran porte, rododendros del terciario que se resguardan en la umbría, madroños que en esta época dejan caer sus maduros frutos rojos para delicia de la fauna animal, pinos plantados en su día para la consolidación de los terrenos junto a la presa del río Guadarranque, acebuches de cuyas pequeñas aceitunas se extrae la acebuchina (un aceite muy valioso a nivel gastronómico) o brezos, que poseen una raíz en forma de bola muy demandada para la fabricación de pipas, dada la gran resistencia al calor de su compacta madera.
La empresa pública que gestiona las instalaciones organiza excursiones a caballo por el interior de la finca, la cual tiene aún muchas posibilidades de ampliar su explotación turística con la rehabilitación de varios cortijos existentes en su interior y de las casas que habitaban los antiguos guardas. Los caminos que la recorren son un continuo sube y baja con curvas, tras las cuales queda al descubierto un nuevo paisaje cada vez: montes repletos de árboles y arbustos, lajas a las que se asoman abrigos con pinturas rupestres, praderas donde pastan las manadas de gamos y buitres sobre fondo azul.
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