Castellar, una fortaleza dependiente de Jerez de la Frontera (siglo XV)
Historia del Campo de Gibraltar
El mantenimiento de Castellar y Jimena era una pesada carga para el concejo jerezano y en algunos momentos llegó a ser insostenible
A partir de 1450, don Juan de Saavedra, señor de la villa, trajo pobladores al lugar que ya no serían exclusivamente hombres de armas sino agricultores y ganaderos
La dependencia de Castellar, en los años siguientes a su conquista por los castellanos, del concejo de Jerez era casi absoluta. La guarnición de la fortaleza, constituida en aquellos tiempos de inestabilidad fronteriza exclusivamente por gente de armas procedentes de la ciudad de Jerez, cuyas autoridades tenían la responsabilidad de defender y abastecer las fortalezas de la frontera en su zona de influencia, vivía en una continua situación de alarma, siempre en trance de sufrir un ataque de los granadinos de Ronda, Gibraltar o Marbella. Por la cercanía de estos enclaves musulmanes, estaban imposibilitados para salir fuera de las murallas y explotar la tierra mediante la agricultura o la ganadería.
Para el concejo jerezano, la pesada carga que suponía el mantenimiento de Castellar y de Jimena llegó a ser, en algunos momentos, insostenible. Hasta tal extremo, que el rey, frecuentemente, debía obligar a las autoridades jerezanas, mediante cartas muy expeditivas, a que enviasen dinero para las pagas de los defensores, trigo y cebada, y que proporcionaran las bestias de carga necesarias para su transporte hasta la fortaleza de Castellar “so grandes penas”.
El 14 de abril de 1434 se presentó en el concejo de Jerez una carta del Adelantado Mayor de Andalucía, don Diego Gómez de Ribera, fechada un día antes, en la que comunicaba que había recibido noticias de que “los moros se juntaban para venir sobre Castellar”. El 22 de junio –tres meses después de que don Juan de Saavedra y las milicias de Jerez tomaran la fortaleza a los granadinos– el rey Juan II envió una misiva al ayuntamiento jerezano en la que, entre otras cosas, le ordenaba que proporcionara las bestias necesarias para abastecer Castellar. La carta dice lo siguiente: “Bien sabéis como se ganó para mí a los moros del reino de Granada la villa y el castillo de Castellar, en la cual es mi merced que esté cierta gente de caballo y de pie para guardarla y defenderla. Por ello os mando que sin escusa ni tardanza alguna, deis bestias y hombres que lleven a la dicha Castellar el dicho pan para mantenimiento de la gente que en la villa y castillo está”. El 8 de enero de 1435 está fechada otra carta en la que el rey insta al ayuntamiento jerezano a continuar con las labores de abastecimiento de Castellar.
El alto precio adquirido por el pan y la cebada a finales del verano del año 1436 provocó el desabastecimiento de las villas de Castellar y Jimena. Por tal motivo, el rey de Castilla remitió una nueva carta a las autoridades de Jerez, fechada el 15 de septiembre de dicho año, en la que ordenaba “que fueran requisados el pan, trigo y cebada que tuvieran los vecinos hasta la cantidad de 970 cahices de trigo y 725 cahices de cebada que montan las pagas del pan, trigo y cebada que tienen cada un año las mis villas de Castellar y Jimena”. En 1435, y ante las exigencias del rey de Castilla, que deseaba conservar a toda costa la villa de Castellar, el concejo de Jerez decidió reforzar su guarnición con hombres y alimentos para varios meses. Fueron llamados muchos nobles jerezanos a los cuales leyeron la carta del rey y todos acordaron que estaban prestos de dar las 200 bestias para llevar alimentos a la villa de Castellar.
En las Actas Capitulares del ayuntamiento de Jerez, a lo largo del año 1435, aparecen frecuentes menciones al abastecimiento de la guarnición de Castellar, a las peticiones de su alcaide en ese sentido, a las cartas del rey Juan II para que la ciudad socorriera a dicha villa, a las cargas de trigo y cebada que debían enviar a la citada fortaleza y al reparto que se hacía de las bestias de carga y hombres para su guarda entre los jerezanos.
El 5 de julio de 1435, el escribano de cámara del rey Juan II, Diego Fernández de Molina envió una carta el Concejo de Jerez, fechada el 29 de junio, en la que, entre otras cosas, le dice: “Bien sabéis como el rey nuestro señor os envió mandar que cuando por mí fuese requerido, deis la gente de caballo y de pie y bestias para llevar segura la recua para el abastecimiento de la gente de Castellar”.
Don Juan de Saavedra, alcaide y señor de Castellar, ostentó, también, desde el año 1446 el relevante cargo de juez y corregidor en el cabildo jerezano. No cabe duda de que ese cargo tenía que ver con la necesidad de poder intervenir en la toma de decisiones del Concejo y someter a la autoridad del rey a los remisos regidores locales en relación con la obligación que tenían de mantener bien abastecidas y pagadas las guarniciones de Castellar y de Jimena.
La inseguridad y el peligro de sufrir ataques nazaríes no habían desaparecido en tiempos del rey Enrique IV (de 1454 a 1474), a pesar de que la villa de Castellar, su vecindario y su defensa dependían ya directamente de don Juan de Saavedra como señor que era de la fortaleza y de su término.
El 20 de diciembre de 1454 está fechada una carta que remite el rey de Castilla a su corregidor en Jerez de la Frontera instándole a que el Cabildo permita sacar pan para el mantenimiento de las villas de Tarifa, Castellar y Zahara “porque no tienen pan alguno de que proveerse y mantener a salvo aquellas fortalezas, pues aún no se puede sembrar ni recolectar ni tener ganados en ellas”.
Por aquellos años, la vida en las fortalezas fronterizas, como la de Castellar, estaba expuesta a un constante peligro y a frecuentes desabastecimientos, hallándose su guarnición, además, en continua alerta, pues las algaradas y ataques por sorpresa de las partidas musulmanas se sucedían con la intención de recuperar la villa o, al menos, impedir la llegada de hombres, armas y vituallas.
El principal problema con que se enfrentaban las autoridades civiles y militares de la frontera era, por tanto, el mantenimiento de esos enclaves fronterizos recién conquistados. De ahí que los reyes para atraer a la gente concedieran cartas de población a estos lugares cercanos a la tierra de moros en las que se tomaban medidas excepcionales y se hacían concesiones extraordinarias a los repobladores. Cuando una villa o castillo fronterizo se encontraba en situación extremadamente peligrosa solían, algunas veces, conceder el derecho de asilo, por el que el monarca otorgaba el perdón a los “homicianos” que permanecieran de manera continua en la villa al menos durante diez meses. En virtud de ese derecho, también podía quedar un delincuente libre de la justicia si moraba en el lugar privilegiado al menos un año y un día.
Don Juan de Saavedra, alcaide y luego señor de Castellar, las más de las veces se hallaba guerreando lejos de la villa, en expediciones de represalia contra territorio enemigo, o ejerciendo el cargo de juez y corregidor en la ciudad de Jerez, quedando la fortaleza bajo la autoridad de uno de sus oficiales o alguna otra persona de su confianza que asumía la defensa del lugar. Solo cuando la pugna por los castillos de la frontera suroccidental del reino de Granada decayó y, después de que el rey de Castilla hubiera concedido el señorío de la villa a don Juan de Saavedra en 1445, el concejo de Jerez pudo liberarse, en parte, de la pesada carga que representaba la obligación de mantener bien avituallada de alimentos y hombres de armas la fortaleza de Castellar, con lo que la ciudad se quitaba un gran peso de encima y el rey aseguraba, con la donación de la villa y de su término a uno de sus más afamados fronteros, la repoblación de los mismos y la defensa de tan codiciada fortaleza.
Sería a partir de 1450 cuando don Juan de Saavedra, señor de la villa, procedería a traer pobladores al lugar que ya no serían exclusivamente hombres de armas sino agricultores y ganaderos que debían acometer la explotación de las tierras que le había concedido el rey como retribución a los servicios prestados. Entre ellos, está documentado que trajo a un grupo de moriscos (de los que se tratará en otro capítulo). Sin embargo, el famoso frontero continuó desempeñando un papel fundamental en la defensa de la frontera cercana Gibraltar. En junio de 1456 el rey Enrique IV encargó a don Juan de Saavedra la vigilancia del territorio cercano a Estepona por si los granadinos llevaban a cabo alguna incursión, y, unos días antes, el 24 de dicho mes, notificó al Concejo de Jerez, que “yo mandé a Juan de Saavedra, mi vasallo y mi alcaide de la villa de Castellar que entre en tierra de moros, hacia Estepona… para lo cual le mandé dar cierta gente de caballo y de pie”.
En aquellos castillos roqueros, como el de Castellar, la vida era peligrosa, apretada e incómoda, con telas colgadas para separar los aposentos, generalmente de madera, que se ubicaban adosados a la muralla, en torno a la plaza de armas. La alimentación era escasa y el consumo de agua estaba racionado, pues en caso de cerco debían subsistir durante meses con la que les proporcionaban los dos aljibes que tenía la villa procedente de la lluvia. Salir de la fortaleza siempre era un acto muy arriesgado, a causa de la presencia de escuchas y patrullas enemigas que merodeaban por los alrededores de Castellar. Por ese motivo y por, la imposibilidad de poder sembrar los campos o tener rebaños de cabras u ovejas, se hallaban los defensores a expensa de las vituallas y hombres de armas que podían llegarles desde la ciudad de Jerez de la Frontera, al menos desde su conquista en 1434 hasta los años cincuenta de dicho siglo.
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