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El Señorío de Castellar en los siglos XV y XVI

Historia del Campo de Gibraltar

Juan de Saavedra recibió la alcaidía de la villa recién conquistada por merced del rey Juan II, que más tarde se la concedió en señorío

El señor de Castellar recibía del rey las pagas anuales para el mantenimiento de la guarnición de la fortaleza “por estar dentro de tierra de moros”

Molino del Conde en una fotografía tomada en 1979.

Castellar/Después de la toma de la fortaleza de Castellar por don Juan de Saavedra y las milicias de Jerez, el que era hasta esa fecha alcaide de Jimena de la Frontera recibió, por merced del rey Juan II, y en remuneración por los servicios que había prestado a la Corona, la alcaidía de la villa recién conquistada y, el 7 de septiembre de 1445, este mismo monarca se la concedió en señorío.

El privilegio original de la concesión, que se custodia en al Archivo Ducal de Medinaceli, dice lo siguiente: “Don Juan, por la gracia de Dios rey de Castilla, etc..., por hacer bien y merced a vos el alcaide Juan de Saavedra, y acatando los muchos y buenos y leales servicios que me habéis hecho y hacéis cada día, y en remuneración de aquellos, os hago merced y gracia y donación de la mi villa de Castellar, que vos por mi tenéis, con su castillo y fortaleza, y de su término, y tierra, y jurisdicción, y con los vecinos y moradores que en ella y en el dicho su término viven y moran, y vivieren y moraren de aquí adelante, y de los montes y prados y pastos y aguas corrientes, estantes y manantes”.

Además de todas las prerrogativas y potestades expresadas en el documento, el señor de Castellar recibía del rey las pagas anuales para el mantenimiento de la guarnición de la fortaleza, “por estar dentro de tierra de moros”. Es evidente que la concesión de la villa como señorío a don Juan de Saavedra tenía un triple objetivo: por una parte, descargar al sufrido Concejo municipal de Jerez de la Frontera de la obligación de proveer el mantenimiento de la fortaleza; por otra, vincular a tan valiente frontero a las fortalezas recién incorporadas y a su defensa y, en tercer lugar, favorecer la repoblación del término.

Desde que recibió la villa en señorío, la actividad militar del bravo capitán fue constante, desde su cargo como corregidor y juez en el Cabildo jerezano y desde su posición avanzada de Castellar, llevando a cabo tan audaces incursiones por tierra granadinas que hicieron de su nombre uno de los más temidos por los nazaríes y de su persona una de las que mejor conocían la frontera suroriental de la Andalucía cristiana. Pero la vida aventurera de los fronteros tenía también su quiebra y el día malo de don Juan de Saavedra fue el 10 de marzo de 1448, cuando, tras un desafortunado encuentro con los nazaríes fue hecho prisionero y llevado al reino de Granada, aunque pocos meses después fue rescatado previo pago de una cuantiosa suma que consistió en 12.000 doblas de oro, recuperando la posesión de la villa que, entretanto, había sido reconquistada por los musulmanes.

Escudo de armas de los Condes de Castellar. En campo de plata, tres fajas ajedrezadas de oro y gules, cargada de una virada de oro; bordura de gules con ocho aspas de oro. Al timbre, corona condal.

En 1503, don Fernán Arias de Saavedra, segundo señor de Castellar, vendió la villa, con su término, a la reina doña Juana I de Castilla por la cantidad de 4.769.544 maravedíes, pero su hijo, don Juan de Saavedra –el que sería primer conde de Castellar– reclamó ante el Consejo de Su Majestad la devolución de la fortaleza por considerar ilícita su venta, ya que la villa se había declarado en 1456 de mayorazgo y, por tanto, no podía ser enajenada. Pero el 13 de febrero de 1505, don Fernando el Católico exigió a don Fernán Arias de Saavedra la restitución de los maravedíes que recibiera por la villa de Castellar, por cuanto no la pudo vender por tenerla vinculada. Y el 20 de octubre del mismo año, a pesar de haber resuelto el Real Consejo que no podía mantenerse en poder de la Corona la villa de Castellar, considerando don Fernando el Católico de interés para la Monarquía la posesión de la fortaleza, dio órdenes para que no se entregase a los Saavedra por “convenir quedarse en poder de la Corona”. No obstante, el monarca no tuvo más remedio que devolver definitivamente la villa de Castellar a don Juan de Saavedra por Real Cédula dada en Valladolid el 20 de agosto de 1506.

Por aquellos días surgieron desavenencias entre el concejo de Gibraltar y el de Castellar a causa de diferencias en la apreciación de los límites entre ambos municipios. Gibraltar, desde que pasó a poder de los castellanos en 1462, se había convertido en uno de los municipios de mayor extensión de la comarca. Con la anexión de los territorios que pertenecieron a la Algeciras medieval se transformó en una próspera ciudad portuaria y en un reducto militar de estimable valor. En sus atarazanas, a mediados del siglo XVI, se construían y reparaban las galeras de la Armada de España. De los montes de Castellar procedía buena parte de la madera utilizada en los arsenales ubicados en la desembocadura del río Guadarranque. El pleito suscitado fue librado en la Real Chancillería de Granada y, aunque se hicieron numerosas visitas a las lindes y se tomaron declaraciones a los más ancianos de ambos pueblos, el litigio continuó sin resolverse hasta que en el año 1861 se trazó definitivamente la línea divisoria entre los municipios de Castellar y de San Roque.

Carta autógrafa redactada en Madrid el 10 de noviembre de 1539 y conservada en el Archivo Ducal de Medinaceli, mediante la cual el rey Carlos I concede el título de conde de Castellar a don Juan de Saavedra, nieto del conquistador de la villa.

Aprovechando el desconcierto imperante en España durante el reinado de doña Juana I y la regencia del Cardenal Cisneros, el duque de Medina Sidonia, antiguo señor de Gibraltar, preparó un fuerte ejército y atacó esta ciudad. El 26 de marzo de 1507, la reina doña Juana, ante la posibilidad de volver a perder la Corona aquella plaza de tanto valor estratégico, comunicó apremiantes órdenes a los Concejos de Andalucía para que acudieran con sus milicias con el fin de socorrer a la ciudad sitiada. También se dio aviso a don Juan de Saavedra, señor de Castellar, para que se dirigieran con gente armada a la Roca. Al comprobar el Duque que le sería imposible mantener el cerco de Gibraltar, levantó el campamento y retornó a sus dominios. En los treinta años siguientes nada sucedió en Castellar que sea digno de mención. Nuevos vecinos fueron llegando a la villa para establecerse en ella conforme se iba retirando la frontera hacia el Este y disminuía la capacidad ofensiva de las tropas musulmanas, tan activas en las décadas precedentes.

Una parte de ese nuevo vecindario procedía de Gibraltar, donde los peligros de ataques berberiscos y turcos estaban empujando a muchas familias a buscar refugio en municipios del interior. El antiguo patio de Armas de la fortaleza se fue cubriendo de pequeñas y blancas viviendas separadas por adarves y estrechas calles de clara influencia islámica. Conocemos los nombres de los vecinos que, en representación de los que moraban en la villa en 1549, firmaron con el conde de Castellar la conocida “Escritura de Concordia y Cesión del Baldío” (de la que se tratará en otro capítulo). Eran los siguientes: Pedro Rodríguez, Pedro Lorenzo, Benito Hernández, Hernán Martín, Alonso Antón, Francisco Hernández, Lope Díaz, Alonso Jiménez, Francisco Rodríguez, Juan Acedo, Juan Vázquez, Domingo López, Juan Alonso, Alonso Pascual, Manuel Jiménez, Alonso López, Juan Catalán, Toribio de Molina, Juan Cano, Juan Mozo, Hernán Rodríguez, Catalina Rodríguez “La Camacha” y Leonor Rodríguez.

El Mesón de la villa, una de las regalías del señor de Castellar. Ningún vecino podía poseer un mesón, un molino o el horno para cocer el pan.

El 10 de noviembre de 1539 el rey Carlos I concedió a don Juan de Saavedra, nieto del conquistador de la villa, el título de conde de Castellar mediante carta autógrafa dada en Madrid que se conserva en el Archivo Ducal de Medinaceli y que, entre otras cosas, dice que “Teniendo respeto a los muchos y buenos servicios que vos, don Juan de Saavedra, cuya es la villa del Castellar, nos habéis hecho y hacéis y esperamos que nos hagáis de aquí adelante, tenemos por bien que os podáis llamar y titular Conde de la dicha vuestra villa del Castellar. Firmado: Yo el rey”.

En 1540 los turcos asaltaron Gibraltar y, subiendo por el río Guadiaro, atacaron, también, a los desprevenidos vecinos de Castellar que labraban sus tierras en la dehesa de Majarazambús. Como consecuencia de la rebelión de los moriscos de las Alpujarras en 1568 y tras la campaña de sometimiento acometida por don Juan de Austria, los moriscos vencidos fueron obligados a abandonar el reino de Granada. Una parte de esos moriscos exiliados vinieron a sumarse a los vecinos de Castellar en el año 1571.

Armadura de madera de la iglesia de la villa. A la izquierda de la imagen se puede ver la reja u oidor desde donde los Conde podían asistir a los oficios religiosos sin mezclarse con sus vasallos.

La vida de los habitantes de estos señoríos jurisdiccionales plenos constituidos en la Baja Edad Media, era de una total dependencia con respecto al señor del lugar. En estos señoríos tardíos que se extendieron por el valle del Guadalquivir y amplias zonas de la provincia de Cádiz, como Castellar, el señor era también el amo del lugar y de sus moradores. Su inmenso poder no pudo ser atajado por los concejos municipales, porque sus cargos eran nombrados por el señor del lugar que, al margen de las autoridades municipales, nombraba un Gobernador para que los vigilase y controlase sus actuaciones.

La vida del señor de Castellar, en el siglo XVI, se desenvolvía en la Corte, lejos de la villa, ajena a lo que acontecía en sus dominios en los que nada se escapaba a su control ejercido con mano de hierro por los Gobernadores por él nombrados. Así, el 20 de febrero de 1595 tomó posesión don Gaspar Juan de Saavedra, conde de Castellar, de la villa, fortaleza, jurisdicción civil y criminal, alto, bajo y mixto imperio, de el mesón y el horno de la dicha villa, dehesas de Matilla, Espadañal, Almoraima Baja y Alta, Majarazambús, huertas de dichas dehesas, viñas, bodegas y venta y molinos del Soto y Arroyo Dulce. Es decir, que el señor de Castellar era dueño de la tierra, los medios de producción y de la vida y la hacienda de los vecinos, sus vasallos.

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