La Balona suma un punto de los buenos
Real Balompédica-Real Murcia | La crónica
(0-0) Los linenses arrancan un punto en un partido de superior categoría en el que incluso disfrutan de ocasiones para ganar
La Línea/La Balompédica ha sumado un empate de los que cotizan. De los que, como muy poco, suben la autoestima del equipo y de su hinchada. Es cierto que al final en la clasificación queda reflejado como otro empate en casa [y van demasiados, eso es cierto], pero, está escrito: no todas las tablas son iguales.
La Balompédica sumó ayer un punto ante uno de los colosos del grupo IV de Segunda B, el Real Murcia, que por mucho que esté atravesando una monumental crisis económica, no deja de ser un transatlántico y eso hay que saber valorarlo.
En un sumido en una extraordinaria batalla táctica, el empate no se puede considerar, ni mucho menos, un resultado descabellado. Pero si los marcadores –como sucede en el boxeo– se resolviesen a los puntos, en las cartulinas se hubiesen impuesto los de La Línea. Porque la Balona fue la que más veces asestó golpes de los que suelen acabar en KO. Aunque el rival, posiblemente porque se trata de todo un Real Murcia, fuese capaz de no doblar la rodilla.
Vaya por delante que Balona y Murcia ofrecieron un extraordinario encuentro de Segunda B, por mucho que no hubiese goles. Un auténtico patidazo, propio de una categoría superior. A fin de cuentas el fútbol también se puede paladear a veces sin salsa. Los pimentoneros atesoran dosis enormes de talento individual y los de casa lo contrarrestaron con las ganas, el orden y la solidaridad de que hacen gala en cada jornada. Cada uno dejó lo mejor de sí mismo. Y en ambos casos fue muchísimo.
La Balompédica se sintió cómoda jugando ante un rival que quería el balón. Empezó el partido casi como si ejerciese de visitante, que es como más rinde, porque lo de acarrear la pelota no es lo suyo. Prefiere buscar una contra o una jugada a balón parado.
De hecho los de casa la tuvieron en el minuto diez, cuando un remate de Kibamba a la salida de un córner que llevaba marchamo de gol se topó en su compañero Carrasco, que también había subido a rematar. Replicó Hugo Álvarez un minuto después, y estuvo certero Montoya, que está vivísimo en todo lo que hace.
En ese intercambio de sustos andaban unos llevando el balón (el Murcia) y otro saliendo de la cueva como alma que lleva el diablo (la Balona) cuando los anfitriones empezaron a sufrir más de la cuenta. Roger había introducido como variante a Kibamba jugando de lateral y poco a poco se fue abriendo por ahí la brecha. El Murcia olió la sangre y buscaba ese costado con insistencia. Empezó a dar la sensación de que lo que empezó siendo una fisura se tornaba en vulgar coladero y que más pronto que tarde llegaría el gol visitante.
El técnico linense deshizo su error, sentó a Joe (que se resentía de problemas en un hombro) y colocó al congoleño de central. Y ahí se sale. Literalmente se le queda pequeña la categoría.
Lo que muchos entendieron como un manchón en el expediete del míster era, sin embargo, una demostración de humildad digna de elogio. No todos los entrenadores son capaces de admitir tan pronto y con tanta determinación un fallo. No hay que peinar canas para recordar cómo lo pasó un tal González cuando a Burgueña tuvo una ocurrencia muy similar en ese mismo escenario.
En el 37’ llegó el segundo golpe casi-letal de la Balona. Un centro-chut de Pierre se envenenó, Juan Delgado no llegó al esférico y éste parecía colarse cuando lo vomitó el poste.
Manel cerró el primer periodo con otra réplica, un cabezazo que abortó el portero balono.
La segunda mitad fue diferente. No peor, pero sí diferente. Con dos equipos que seguían en su batalla de ideas, que no se hacían concesiones, pero con la Balona teniendo más el esférico, como más convencida de sus posibilidades.
Era el típico partido equilibrado que parecía llamado a resolverse en un detalle aislado, que no se produjo.
En el 75’ llegó la última opción de la Balona. Gato recibió en posición idónea dentro del área, pero le faltó el espíritu de killer y en vez de chutar, intentó una asistencia. El defensa rival llegó casi al mismo tiempo que las manos de sus compañeros a sus respectivas cabezas.
En el 83’ Víctor Curto, que había comenzado en el banquillo, casi le gana la espalda a Carrasco, pero en el forcejeo golpeó mordido y Montoya pudo retener el cuero.
Esta vez el público –que en esa casa es sabio como pocos– sí que despidió a los suyos con palmas. Porque este empate, por mucho que sea otro empate, sí que merece un aplauso. Y además estaba amortizado con carácter retroactivo con el triunfo en El Vivero de una semana antes.
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