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España cae en el doble al perder los dos 'tie break' y el mejor deportista español de la historia tiene un adiós triste

Las declaraciones de Rafa Nadal

Alcaraz se tapa la cara y el equipo español refleja su desolación. / Jorge Zapata | Efe
José Manuel Olías

20 de noviembre 2024 - 00:22

Málaga/La sensación fue un tanto parecida a la Indurain subiendo Larrau en el Tour de 1996. Había dado síntomas antes de que ya no dominaba en esa misma carrera, pero dolía ver al mito siendo vencible. Igual había sucedido con Rafa Nadal en los dos últimos años de carrera, castigado por las lesiones y sin continuidad. En esa pelea contra el cuerpo y contra el tiempo siempre se pensaba que podía aparecer el cid de Manacor, siempre respetando al deporte, sin malos gestos y acatando la derrota. No es fácil gestionar el tremendo caudal de emociones de la presentación, tanta carga hasta las lágrimas durante el himno, pero hay algo hasta poéticamente bello en ver al ídolo hacerse humano para valorar lo que ha sido una carrera monstruosa, con poco parangón en la historia del deporte. Perdió Nadal ante van de Zandschulp, su primera derrota individual en Davis desde 2024 tras 29 victorias seguidas, un dato simbólico. Alcaraz dio aire en un notable partido ante Griekspoor y el duelo de dobles sentenció la eliminatoria a favor de Países Bajos, con un Koolhof, el Nadal del doble holandés, dominador.

Nadal perdió con claridad ante un Botic Van de Zandschulp gélido y suelto por un doble 6-4. 113 días sin competir, desde aquella derrota con Djokovic en los Juegos de París. Demasiada inactividad como para ver unas garantías competitivas en esta Copa Davis de Málaga. Sí estará latente el corazón y ese aura que juega un papel crucial en este tipo de escenarios, pero Nadal fue terrenal, absorbido por una versión paralela que desgraciadamente ha aparecido con frecuencia en los últimos meses. “Sí me gustaría seguir, pero no así”, fue un mensaje muy potente en la previa de este España-Países Bajos, eliminatoria que se barruntaba envenenada por todos los alrededores. Lo deportivo había quedado demasiado al margen. Es una situación natural, por la dimensión que ha adquirido el adiós de uno de los mejores deportistas de la historia. El Carpena envolvió a Nadal desde la presentación, sentimientos intensos, era un rugir constante con cada gesto del balear, incluso incómodo en la escena. Encontró un poso en los primeros juegos, que hacían atisbar una versión sólida, que su tenis fuese fluyendo según avanzaban los peloteos; retroalimentándose con unos gritos vivos y con un contexto controlado. Para Botic, el pegador neerlandés, sobre todo los dos primeros tiros, un tesoro ese carácter frío, como si la cosa y lo que había en juego no fuese con él. Con el 4-4 en la primera manga, una secuencia irreconocible de Nadal, devorado por el nerviosismo y demasiado peso en el escenario. Una doble falta y un drive, demasiado apagado, se iba un par de metros por el fondo. Sin hacer algo extraordinario amarró Botic el break, confirmado con rotundidad.

De mal en peor

De mal en peor en el inicio del segundo set, con una rotura en contra y un lenguaje corporal feo, pero siempre Nadal buscando acicates, ya sea dentro fuera. “Disfruta, Rafa”, le gritaba una señora que aparecía como ángel de la guarda. Fue aguantando Botic su saque con una rotundidad elogiable, porque los decibelios se disparaban con un puño del manacorí, encogido y buscando algún tipo de elemento espiritual para levantar un partido que se puso 4-1 en ese segundo set. El holandés mantuvo la serenidad hasta el final, incluso cuando Nadal recortó uno de esos breaks. Algún conato de desmoronamiento, demasiadas dobles faltas que no aprovechó el balear, pero no hubo forma. Nadal se atrapó.

Carlos Alcaraz supo cambiar el aire que había dejado el partido de la leyenda, tremendamente emotivo pero inevitablemente el final de una época. Es una suerte, “una bendición” decía el capitán, David Ferrer, que detrás de un jugador de la dimensión del mallorquín haya emergido el murciano, ya con 21 años ganador de cuatro grand slams y número uno. La carga de energía que sobrevolaba el Carpena era algo negativa y Griekspoor rompía el saque rival para ponerse 4-2 y bola para él en la primera manga. Estaba algo errático Alcaraz, haciéndose a la pista y al contrario. Pero ahí surgió el murciano en su mejor versión, imperial, para recuperar rápidamente el break y empezar un festival de tenis de alta escuela, como lo que es, un jugador top mundial, por momentos el mejor, como cuando enlazó la secuencia Roland Garros-Wimbledon-plata olímpica hace unos meses.

Alcaraz recordó que es el heredero. Mientras Nadal hacía un acto de contrición y honestidad quizá demasiado brutal en la sala de prensa, Alcaraz ofrecía una lección de tenis. Resolvía el tie break 7-0, en una muerte súbita inmaculada. Dejaba un par de botes pronto en la red de una muñeca mágica, la misma que usa para dejadas que sólo están en su cabeza, para percutir la moral de un rival al que le venía una avalancha encima.

En la segunda manga, rotura de salida para colocarse 3-0. Y ahí, a manejar y a dosificar de manera suficiente para lo que venía. No concedió más allá del 30 en ningún juego al rival, al que cocinó con derechas supersónicas, con mucho ritmo de bola, sólo alcanzable para los mejores jugadores del mundo. Griekspoor es un buen jugador, número 40. Pero en un Carpena incandescente que quería una alegría tras ver la derrota del mito, Alcaraz dio una clase antes de un muy complicado partido de dobles.

El dobles

Enfrente, Koolhof, uno de los mejores especialistas del mundo y que también se despide en esta Davis, junto al verdugo de Nadal, Van de Zandschulp. El doble, normalmente clandestino desde que los grandes nombres dejaron de jugarlo, emerge en las competiciones por naciones para reclamar su lugar. Alcaraz y Granollers, que ya se habían rodado en la fase anterior en Valencia, habían ensayado como pareja en los días previos. La experiencia olímpica con Nadal le recordó que debía mejorar pero también le sedujo. “Juego el doble mixto si hubiera”, decía en la víspera Alcaraz. En un partido de mucho nivel, con el murciano tirando voleas espectaculares, se fue al tie break después de que se desperdiciaran un par de bolas de rotura y ahí Koolhof impuso su jerarquía (7-4). Nadal empujaba desde el banquillo al equipo español, como soplando para conseguir una remontada de las que él firmaba. En la segunda manga, Alcaraz y Granollers rompieron pronto, pero los holandeses recuperaron en el 4-4 para que el murciano levantara un 0-30 con 5-4 con los rivales a dos puntos de las semifinales. Alcaraz, otra vez, con una volea de revés brutal, llevaba el partido al tie break.

Pero tampoco hubo manera y se acabó una eliminatoria que quedará en el recuerdo como la que acogió el último partido de la carrera profesional de Rafael Nadal. Tras el partido, un homenaje al mito en el que afloraron las lágrimas. Como él vaticinaba en la víspera, los finales perfectos quedan para Hollywood sólo. Pero su carrera fueron 20 años de alegrías casi continuas, con una huella indeleble en el deporte mundial que quedará para siempre.

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