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Y ganó como nunca (2-1)

2ª división B

La Balompédica supera sus miedos, rompe con sesenta y seis años de maldición y derrota al Cádiz con goles de Carlos Guerra y José Ramón tras verse por detrás desde el minuto cuatro.

Foto: Paco Guerrero
Foto: Paco Guerrero
Rubén Almagro

23 de noviembre 2014 - 20:17

Una afición toda una vida esperando este momento. Sesenta y seis años desde que la Balompédica había reeditado por última vez la versión futbolera de David y Goliat. Y al fin se repitió. El equipo de La Línea –conducido con enorme pericia por Rafa Escobar– doblegó al todopoderoso Cádiz, al conjunto que se permite el lujo de sentar en el banquillo a jugadores que cobran más que media plantilla de los de casa. José Ramón, que igual aún no es ni consciente de eso, anotó de penalti el gol más importante de su carrera. El que acaba con una maldición de más de medio siglo. El que aúpa a la centenaria Balona a la tercera plaza y saca a su rival de la zona VIP. El que confirma que esta Balompédica está autorizada a seguir desafiando a la lógica. El que hizo brotar las lágrimas de más de un añejo aficionado cuando al final se deshacía las manos aplaudiendo a los que ayer, más que nunca, fueron sus guerreros.

No hay mal que cien años dure. Ni Cádiz que lo resista. La Balona de Ismael Chico (don Ismael Chico), Carlos Guerra, Olmo, Juampe, Copi... y un tal Rafa Escobar al que más de cuatro que ayer no sabían dónde meterse quisieron destituir tras la segunda jornada, cambió ayer el rumbo de la historia. Esa Balona que lleva cinco años regalando satisfacciones y recibiendo menos reconocimiento del que se merece. Esa Balona que por fin exorcisó los complejos que le habían maniatado en sus anteriores duelos con el equipo que, por definición, representa la alta alcurnia en este grupo IV. Esa Balona que se mantiene invicta en casa y que por fin se ha dicho a sí misma que tiene derecho a conducirse sin miedo a nada.

Los primeros veinte minutos del partido fueron un espejismo. La Balona salió bajo los efectos de sus miedos y el Cádiz parecía jugar sobrado. El Municipal presenciaba en silencio lo que se antojaba una nueva entrega de una historia conocida. Cuatro minutos bastaron para que un desajuste defensivo permitiese a Kike Márquez marcar casi a placer. Y ocho después Airam Cabrera, al que generalmente se le daba tan bien este escenario, vio como el poste se interponía ante lo que parecía un gol cierto. Una de esas jugadas que marcan el devenir de un encuentro y que ahora, en medio de la infinita satisfacción de la victoria, quedan en el olvido.

En el 24 se produjo una falta lateral. Canario puso el balón en juego de acuerdo a las normas de algo que ha sido ensayado no se sabe cuántas veces. Fall tocó. Y Carlos Guerra remató en boca de gol el uno-uno.

A partir de ahí y hasta el descanso a Balompédica creció en la misma medida que el Cádiz se fue empequeñeciendo. La escuadra de casa quiso el balón y aunque lo más parecido al peligro fue un centro-chut de José Ramón que se paseó por el área pequeña sin encontrar rematador lo cierto es que el juego se desarrollaba de acuerdo a las normas que imponían los de casa, que paulatinamente iban deshaciendo sus grilletes.

A poco del intemedio los de La Línea pidieron con insistencia un penalti por una posible mano cadista. De esas que puede que existiera, pero que es casi imposible ver. Y aún menos de juzgar.

La segunda mitad tuvo menos contenido. Más pelea, menos idea. Pero a diferencia de Calderón, que hizo de la especulación un bien mezquino, Escobar mandaba mensajes de que quería ganar. De que ya estaba harto de esperar. Tomó decisiones arriesgadas antes (conceder la titularidad a LoloSoler y colocar a Polaco en el lateral zurdo) y durante. Y casi todas le salieron bien. Igual porque se lo merece.

Las ocasiones escaseaban mientras gente como Juampe era capaz de llevar el sacrificio al extremo, aunque mucha gente no se enterase. El empate tampoco hubiese sido un disparate. Pero el fútbol tenía una deuda enquistada con esta Balona que tanto enorgullece a su gente. Y llegó el 88’ y Óscar Martín entró en el área. Y se quedó parado. Y arrancó en el momento justo en el que Josete, como un pardillo, le metió el pie. Penalti. Indiscutible. Un interminable minuto hasta que José Ramón tomó el balón y lo miró como si estuviese sellando algún acuerdo secreto con él. Y gol. Y un estallido de júbilo más que justificado. Todo lo inédito tiene mucho de inolvidable. Y el Municipal nunca había visto a la Balona doblegar al Cádiz en Liga.

Lo que quedaba hasta el pitido final se tonó una angustia inabarcable. Con Lolo Soler tumbado en el suelo con una brecha abierta en la barbilla para aumentar la sensación heroica de lo que estaba sucediendo.

Y al caer la guillotina, mientras los aficionados visitantes –tan generosos en sus triunfos– se marchaban en silenio, llegó la explosión de alegría. De rabia contenida. De miradas cómplices porque ninguno de los cuatro mil que estaba en el Municipal se quedará ya sin ver a la Balona derrotar a aquel Cádiz que un día fue ilustre invitado del Ciudad de La Línea. Ni uno solo se planteó si esto vale o no como vendetta por la eliminación copera. Aquello queda ya muy lejos. Demasiado lejos. Y la afición de la Balona tiene derecho a disfrutar ahora del presente. Y el presente dice que este equipo hecho con cuatro perras mal contadas es tercero en la tabla y mira desde arriba a parte de la nobleza de la categoría. Qué grande puede llegar a ser el fútbol. Y qué grande puede llegar a ser esta Balona.

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