Jorge Páez Vera, el 'carro de fuego' de Algeciras que conquista Escocia con 76 años
El último hito del longevo atleta algecireño, ganar la carrera de 220 yardas de los prestigiosos Braemar Highland Games
Algeciras/Hubo un tiempo en el que los niños y jóvenes de Algeciras carecíamos de eso que ahora llaman instalaciones deportivas. Íbamos al jugar al fútbol a El Polvorín en Torre Almirante o a un terreno pedregoso en cuesta detrás de la residencia de militar, allí donde ponían la Feria; al baloncesto en el instituto -el INEMA- a riesgo de estrellarse uno contra la tapia que discurría por la cancha en diagonal; al tenis, solo una exigua minoría, al Hotel Cristina; los fondistas y velocistas donde podían y los saltadores de altura usaban una cuerda sostenida en los extremos por sendos amiguetes. Los saltadores de longitud, más afortunados, podían usar un foso en el estadio de El Mirador y si no, la playa. Es sorprendente que, con tal penuria de instalaciones, clubes y entrenadores, surgieran deportistas que han llevado el nombre de Algeciras por toda nuestra geografía y otras partes del mundo. Uno de ellos es Jorge Páez Vera, corredor y saltador desde nuestra adolescencia, siete veces campeón del mundo y siete veces campeón de Europa en salto de longitud en competiciones de atletas de 55 a 65 años, batiendo el récord del mundo en esta disciplina a la edad de 61 años. Creo que es plausible suponer que, en circunstancias más favorables, Algeciras habría tenido un campeón olímpico en un joven Páez Vera.
He tenido la oportunidad de ver unos videos de los Braemar Highland Games, un encuentro deportivo anual en el norte de Escocia que se remonta a 1815 y que tiene el patrocinio de la corona británica, cuyos titulares acuden el primer sábado de septiembre a presenciar las competiciones. En un ambiente de exquisita deportividad, acuden allí los mejores atletas de Reino Unido y otros lugares y pueden verse cosas imposibles de ver en otros sitios, como el así llamado tossing the caber, el lanzamiento de un tronco o poste de la luz o del antiguo telégrafo para entendernos, de más de 5 metros de largo y 40 kilos de peso, levantándolo por una punta y revoleándolo hacia adelante para que caiga sobre la otra punta. Hombres con faldas de colores provistos de fuerza y técnica compiten a ver quién tira el palo más veces de la forma esperada. El récord está en 26 veces seguidas de un tirón, una auténtica proeza.
Pues allí, en una campa verde rodeada de montañas, un día inusual de cielos claros en un ambiente festivo, estaba Páez Vera. No sé si las bandas de gaiteros con sus altos gorros de piel de oso y sus vistosos kilts desfilando solemnemente al paso marcado por los secos redobles de las cajas pudo intimidar a Jorge. Más bien pienso lo contrario que, como los hombres de las tierras altas de Escocia que se aprestaban al combate a la llamada de la flauta de guerra, como Lord Lovat y su gaitero Bill Millin en las playas de Normandía, esta música inspiró a Jorge, le enardeció y propulsó hacia la meta. Páez Vera, una vez más, a sus 76 años, ganó la carrera de las 220 yardas.
Viendo estos vídeos me vino a la memoria la figura de Eric Liddle, un carro de fuego, atleta escocés que logró la medalla olímpica de los 400 metros en París en 1924 y que murió en un campo de concentración japonés donde se hallaba internado por su actividad como misionero de la Iglesia de Escocia en China. Movido por una fe inquebrantable, su vida estuvo dedicada a la difusión del credo de la iglesia evangélica, a educar y acompañar a pobres y desvalidos y a correr en la convicción de que con ello agradaba a su creador.
No es difícil encontrar similitudes entre Eric Liddle y Jorge Páez, nuestro particular carro de fuego. Ambos comparten la disciplina, pasión, esfuerzo y sobriedad necesarias para alcanzar metas imposibles para la mayoría, metas que no se limitan al ámbito deportivo. Su determinación y convicciones profundas les lleva a correr no para batir a otros, sino para vencerse a sí mismos, a superar las limitaciones humanas, sean estas físicas o propias de su naturaleza. Son personas que contra sí solo pelean. Altruismo, generosidad, fraternidad y servicio a los demás les caracteriza. En un mundo empobrecido de referentes éticos, en el que la juventud no encuentra en quién mirarse, Liddle y, entre nosotros, Páez Vera son una fuente de inspiración, un poderoso mensaje. Son como luminarias encendidas, carros de un fuego que avivan la esperanza de un mundo mejor.
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