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El olímpico que da nombre a un estadio saturado de atletas

Enrique Talavera, único olímpico algecireño, rememora sus vivencias en Seúl 88 y Barcelona 92, y se moja sobre el dopaje y el deporte en la ciudad

Raquel Montenegro, Gonzalo Valdés, Javier Rodríguez Ros, Javier Chaparro, Enrique Talavera y Francis Mena, en la mesa de El Cortijo de Guadacorte. / Reportaje Gráfico: Erasmo Fenoy
Francis Mena

20 de diciembre 2016 - 02:05

Los barrios/El primer y único algecireño olímpico se sienta a la mesa de la Tertulia Deportiva de Europa Sur en el restaurante El Cortijo de Guadacorte. El exatleta Enrique Talavera Rubio deja claro que está vivo, porque hay quienes se lo preguntan al ver que da nombre al estadio que es epicentro del atletismo en la ciudad y tal vez extrañado por eso de que en Algeciras es aún más verdad aquello de que nadie es profeta en su tierra. Vivo y con muchas cosas interesantes que decir. Dos olimpiadas, Seúl 88 y Barcelona 92, y un montón de campeonatos por todo el orbe dan para mucho. En la decimoquinta edición de la Tertulia participó el delegado de Deportes del Ayuntamiento, Francisco Javier Rodríguez Ros, que muestra sus inquietudes, esperanzas y preocupaciones sobre el deporte en la ciudad.

Enrique Talavera Rubio, a sus 49 años, dice estar "desconectado del deporte" más allá de su labor como entrenador de la Escuela Municipal de Atletismo, donde trata con unos 300 niños. Asegura que acabó cansado. "Recuerdo esas tardes y noches entrenando solo en las pistas de Riazor alumbrándome el entrenador con los faros de su coche... y llegaba a coger hasta doce aviones en una semana", declara con gesto, efectivamente, cansado.

Todo el sacrificio tuvo su recompensa con éxitos pero, sobre todo, con "el Nobel del deportista": estar en unos Juegos Olímpicos. Nacido en París, a los siete años ya estaba en la ciudad natal de su familia materna. Algeciras fue el punto de partida. Fue olímpico con 21 años pero lo más sorprendente es que su carrera empezó sólo cuatro años antes, con 17, dando vueltas al recreo -dos pistas de fútbol sala anexas- del Baelo Claudia bajo la tutela, cómo no, del incansable Paco Medina. "Cuando fui a mi primer campeonato de España no sabía ni qué eran unos tacos", reconoce. "Después de aquello me hizo una entrevista Paco Prieto [que fue periodista de Europa Sur] y le dije que iba a ser campeón de España e ir a unos Juegos. Sonó pretencioso pero fui". La primera vez que entrenó en una pista de atletismo fue en las que ahora lleva su nombre, entonces estaba en obras y tuvo que saltar la verja.

Llegó los Juegos Olímpicos de Seúl 1988. Para Enrique Talavera mucho más que el dopaje de Ben Johnson que conmocionó al mundo precisamente en la prueba en la que él fue partícipe, en los 100 lisos. Luego participó en Barcelona 92 y en casa guarda como amargo recuerdo la carta para estar en unos terceros Juegos, Atlanta 96. Una lesión de cuádriceps en una carrera milita, de la que tiene el récord, le dejó en tierra.

"Como experiencia me quedo con la de Seúl. En Barcelona los atletas españoles nos perdimos ciertas cosas porque había que ahorrar y un atleta en la villa olímpica costaba un dinero. Yo fui a Barcelona dos días antes de la final de cien", apunta el velocista algecireño que hizo los en 10.61, en Seúl. También recuerda cómo pasó medidas de seguridad con miembros del Drem Team "pero Jordan no podía ir a ningún sitio".

Sobre las leyendas de las noches de juerga en las villas olímpicas, dice, hay de todo. "Pero hay que ser ingenuo para creer que en un sitio con tanta gente joven de todo el mundo no haya relaciones. Reparten 15.000 preservativos y hay quien se los tenga que llevar a casa y todavía tenga alguno de Seúl, otro que los usarán, otros que no". Eso sí, tiene claro que Barcelona 92 superó como Juegos a su predecesor. "Había un abismo. En cuatro años la tecnología cambió mucho y Seúl fue la antesala de los juegos modernos. Barcelona fue mucho más espectáculo", dice Talavera que en la capital catalana partició en relevo.

Un tema estrechamente relacionado con el atletismo es el dopaje. Cree que para muchos atletas de muchos países "es un caramelo, una posibilidad de dar el salto a un nivel de vida mejor, a la fama y el dinero...". "Antes -durante la Guerra Fría- había dos superpotencias, la URSS y EEUU, que competían en todo y también en el deporte y por su desarrollo eran los que se podían permitir esos avances en el dopaje", relata el exatleta, que valora la verdad de los deportistas limpios. "El doping no hace milagro, es el milagro. Yo he visto a una persona comerse un plato de espaguetis hasta arriba y luego correr y quedarse a dos centésimas del récord del mundo". Recomienda el documental 9.79, cuyo título toma como referencia la estratosférica marca con la que Ben Johnson batió a Carl Lewis en la llamada entonces carrera del siglo en Seúl. Enrique Talavera estuvo allí.

El exatleta considera que el atletismo en Algeciras goza de buena salud, a pesar de sus carencias. "Está creciendo, antes para ir a las pistas aparcaba allí mismo y ahora tengo que hacerlo en San José Artesano", comenta. "Yo he estado en muchos estadios de todo el mundo y no he visto nunca el tráfico de zapatillas que tiene el de aquí; los niños se chocan".

A pesar de ello, cree que ahora los jóvenes tienen más facilidades. "Ahora tienen todos zapatillas de ciento y pico euros y mis primeras zapatillas me la regalaron en el Isla Verde y con ella fui a un campeonato del mundo. No tuvo ni fisioterapeutas". Lamenta,eso sí, que el atletismo en España esté tan lejos de otros países. "En Francia o Italia, el Estado coloca a sus olímpicos aunque sean de guardas forestales", sentencia.

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