No es país para humildes (3-2)
Atraco El 'árbitro' Gorostegui Fernández echa de la liguilla a la Balona, al expulsar sin motivo a Francis e ignorar un penalti de libro en el minuto 88, con 2-2 en el marcador Casta Los albinegros no se dan nunca por perdidos e igualan por dos veces la ventaja del Tenerife con sendos tantos de David Hernández
Un atraco a silbato armado. Un despropósito malintencionado. Una cobardía de un arbitrucho incapaz, ejerciendo de sicario de sabe Dios qué bastardos intereses.
Un tipejo vestido de negro y sus dos silenciosos escuderos echaron a la Balona ayer de la fase de ascenso a la Liga Adelante. Los albinegros tenían a su merced al todopoderoso Tenerife -todopoderoso, por lo que se ve, en muchos apartados- cuando en el minuto 88 Sergio Rodríguez enganchó a David Hernández a un metro del marco y, derribándole, le impidió anotar el dos-tres que suponía la clasificación. Un penalti de esos que se adjunta en DVD para explicar en el curso arbitral qué faltas merecen la pena máxima. Pero a Gorostegui Fernández, que dice ser juez, y a uno de sus auxiliares, que lo vio seguro, le temblaron las piernas, le pudieron el nombre del Tenerife y el montón de personas que había en las gradas del Heliodoro y dijo aquello de "siga siga" que deja impune tantas tropelías. El mangazo de los mangazos. Un escarnio. Una vergüenza para el fútbol, si es que a este bendito deporte le queda algo de eso. Que a la vista de lo de ayer, que tan dolorosamente recuerda a lo del Nuevo Los Cármenes en 2006, se antoja muy difícil de creer.
En ese puñetero minuto 88 la guillotina había completado su trabajo. La Balompédica perdió el temple, cayó en la provocación de este presunto árbitro y acabó perdiendo el partido y con ocho sobre el césped. Un injusto punto final a una campaña enorme, histórica, una liga preñada de machadas, que brindó muchas alegrías a gente que está muy necesitada de ellas. Demasiado bueno, demasiado importante, para que aspire a oscurecerla una sola persona, por muy indeseable que resulte.
Hasta que fue perpetrado este asesinato deportivo, el partido, como la ida, había resultado muy intenso, emocionante a más no poder, pero carente de fútbol. Por un lado y por otro. Un duelo propio de estos dos equipos y más aún si se cruzan en una liguilla, en la que los errores se pagan marchándose a casa.
El Tenerife pareció dar el golpe definitivo nada más comenzar. Justo lo que tanto temía Rafa Escobar. No había corrido el primer minuto cuando Perona empezó su lección magistral de cómo jugar entre líneas, se fue y la puso en el segundo palo, donde Kike López casi empezó a celebrar el tanto antes de rematar.
Con dos-cero en el cómputo de la eliminatoria y el público entregado a la Balompédica le costaba sujetarse contra las cuerdas. Parecía que se avecinaba el K.O. Pero si algo tenía este equipo que ayer protagonizó la última entrega era coraje, su capacidad para competir siempre incluso en las situaciones más adversas. Con todo en contra, porque a este grupo parecía que eso le ponía, se rehizo del mazazo, se recompuso y en una jugada ensayada hizo el empate apenas habían pasado unos segundos del cuarto de hora. Juampe Rico botó una falta, Copi hizo una dejada en toda regla y David Hernández hizo el empate. Los linenses estaban a un gol de voltear la eliminatoria apenas un cuarto de hora después de haber visto como el rival descerrajaba su arma esperando darle el tiro de gracia.
No tardó en llegar la siguiente adversidad. Javi Gallardo se resintió de sus problemas musculares y el banquillo se vio obligado a llevar a cabo la primera de las interminables reconversiones que acometió durante la mañana. Ismael Chico se fue al costado zurdo de la zaga y entró Ximo Forner. Para nada. O para casi nada, porque su equipo no le encontró nunca.
Ese momento de indefinición fue rentabilizado por el Tete, como le conoce su hinchada. Otra vez fue Perona. Pagola despejó en contra de lo que señala el manual, al borde del área, donde nunca debe dejarse el esférico. Porque sucede lo que sucede, que llega Víctor Bravo y la clava (2-1).
Otra vez el corazón en un puño. Una vez más a remar contra corriente. Y otra jugada a balón parado. Y otra vez Juampe Rico, y la defensa que se lo come. Y otra vez llega David Hernández y acaricia el esférico y lo pone en el marco. Vuelta a empezar.
Tras el descanso pasó de todo. Casi nada bueno. El conjunto blanquiazul consiguió llevarse el partido donde quería y a la Balompédica se le acabó el poco fútbol que había enseñado. Lo peor comenzó, paradójicamente, en una decisión muy celebrada. Víctor Bravo se autoexpulsó al cometer una falta innecesaria cuando ya tenía una amarilla (57'). Esa acción condicionó al árbitro, que se asustó. Que se preguntó qué sería de su futuro si al final se clasificaban los parias esos que llevan cincuenta años sin estar en Segunda y que pagan las nóminas por adelantado, que no tienen deudas millonarias y que se atreven a competir a estos niveles. Y en la primera que tuvo se inventó una segunda admonición a Francis y volvió a equilibrar el número de guerreros que participaban en cada uno de los bandos.
El Tenerife afrontó lo que quedaba de encuentro con cuatro atrás. La Balona se desabrochó del todo. Se quedó con tres atrás y acumuló gente en el pivote a ver si encontraba de una vez la pelota. Estaba más cerca el tres-dos que el dos-tres. Cada ataque local era un sinvivir, pero no lo completaban.
En esa situación cabe el análisis de qué puñetas hacía la Balona jugándose su destino con dos hombres sobre el césped, Ezequiel y Javilillo, que han pasado casi desapercibidos, sobre todo el segundo, durante toda la temporada. Y por qué Ocaña andaba tan lejos de la portería. Pero por un lado éste es el entrenador que trajo el equipo hasta aquí y por otro se antoja inútil analizar el fútbol, cuando queda demostrado que el resultado no estaba en las manos de los que jugaban. Sino de "los otros".
Llegó el minuto 88 y la tragicomedia final. Y las lágrimas de impotencia. Si alguien busca algún reproche porque una derrota en el mismo escenario en el que el Real Madrid se dejó dos ligas echase a la Balompédica de la competición, que busque en otro sitio. Lo único justo a estas alturas es dar las gracias a ese grupo de valientes que, contra todo pronóstico, proporcionaron tantas satisfacciones durante los últimos diez meses, desear la mejor de las suertes a los que no sigan en ese barco... y, así es el fútbol, empezar a soñar de nuevo.
También te puede interesar