Roberto Scholtes
¿Podrán las bolsas europeas batir a EEUU en 2025?
Refiriéndonos a los tres premios de física, química y medicina, sostenemos que la actividad científica premiada está sesgada hacia aplicaciones que se dan en un entorno de inmensa capacidad para el cálculo y relacionar variables, y sin embargo en algunas materias como la física hace décadas que no hay nuevas teorías ni descubrimientos. Por su parte, el premio de economía hay que verlo en un contexto, también teórico y matemático, pero donde crisis económicas y financieras con desastrosas consecuencias, persistencia de desigualdad y pobreza, efectos contradictorios del comercio y las multinacionales sobre sectores, países y trabajadores, son realidades demasiado evidentes para que los comités de los premios las ignoren. Y sin embargo, los premiados este año, aunque investigan manifestaciones de poder en economía como son las instituciones llamadas extractivas, se quedan en un trabajo histórico, empírico, y no avanzan hacia una teoría que nos guíe sobre la evolución de instituciones negativas que siguen incrustadas en nuestras economías democráticas.
Los premiados en física de este año, John Hopfield y Geoffrey Hinton, tienen 91 y 78 años, y desde 1980 aplican herramientas de la física para avanzar en el conocimiento estadístico llamado Machine Learning (ML). El ML se inspira en la estructura neuronal del cerebro, con nódulos relacionados, que realizan diferentes funciones. Los premiados toman de la física la memoria asociativa que permite almacenar datos y establecer patrones, y juegan con ellos dando peso diferente a los nódulos. Así se tratan los datos que forman las imágenes, y puede aplicarse a fotografía enseñándole al sistema a guardar las partes de una imagen con unas características; aunque burdo, un ejemplo puede ser los sistemas de borrado y corrección que utilizamos con las fotos. Es indudable la utilidad de aplicaciones que en los trabajos de Hopfield generan materiales como plásticos degradables, o facilitan valoraciones masivas de viviendas por las tasadoras con el ML de Hinton, pero no dejan de ser aplicaciones sobre descubrimientos antiguos, que se reconocen ahora cuando se ven sus implicaciones comerciales. Y en ningún caso pueden compararse con la portentosa idea, en su momento, del concepto del átomo, o el descubrimiento de la neurona por Cajal, por ejemplo.
En química, David Baker trabaja con las proteínas, que controlan y llevan a cabo las reacciones químicas que posibilitan la vida, funcionan también como hormonas, son señales del organismo, anticuerpos protectores, y forman los tejidos. Como están formadas por 20 aminoácidos o bloques, Baker en 2003 los combina para formar nuevas proteínas, útiles para medicinas, vacunas, nanomateriales y sensores pequeños. Esto está muy bien, pero desmerece que compartan el premio dos investigadores de Google, que con la idea de Baker, hace cuatro años diseñan un modelo para imaginar la estructura de cualquier proteína posible, con el mérito principal de tener a su disposición sistemas con una inmensa capacidad de cálculo. La oportunidad comercial oscurece aquí el mérito seminal de Baker.
El de medicina se da a Víctor Ambros y Gary Ruvkun, que hace más de 40 años, estudiando lo que pensaban era una proteína en la cadena genética de un gusano, vieron que era un núcleo celular que influía en la transmisión genética. Se tomó como una curiosidad hasta que en 1993 comprobaron que estaba presente también en vegetales, y en 2000 en animales y la persona humana, y era un regulador que podía modificarse para bloquear enfermedades con alguna probabilidad genética como el cáncer. Los premiados tenían ya todos los reconocimientos y premios posibles, pero hasta que es evidente la
importancia en la fisiología del ser humano, y todo lo que comercialmente comporta, no les dan el Nobel.
En economía, Daron Acemoglu, Simon Johnson y James A. Robinson, reciben el premio por investigar cómo las instituciones contribuyen a la prosperidad o miseria de las naciones. Su idea principal es que hay instituciones que están diseñadas por una élite para extraer recursos de la población en forma de trabajo, recursos naturales, medioambiente y financieros, y estudian cómo aparecen y mutan. Tomando el largo período colonial construyen una base de datos, y los estructuran para identificar causas y efectos con variables como el ahorro, productividad y capital humano. Concretamente, muestran que el producto que tenía un grupo de países a finales del siglo XX se correlaciona inversamente con la urbanización y densidad poblacional que tenían alrededor de 1.500; la prueba de esta reversión de fortuna es bastante sólida, con un coeficiente negativo de 0.7 (siendo 1 la existencia de una relación absoluta, y 0 ninguna relación). La idea de que la prosperidad depende de las instituciones está vagamente en el origen de la economía, en Adam Smith y John Stuart Mill, y se menciona que los premios de este año se inscriben en una tradición de economía política, y teorías como la de juegos, donde en un equilibrio Nash sofisticado se encuentran explotadores y explotados, con sus debilidades y fortalezas; y también forman parte de una tradición estadística y experimental de relaciones causales.
El trabajo de los Nobel va poco más allá de lo empírico, y aunque probar el efecto de las manifestaciones de poder en economía no es poco, vanamente intentan demostrar que se palia con desarrollos democráticos, cuando las decisiones de producción no tienen por qué coincidir con los valores democráticos. Al igual que está ocurriendo con otras materias, se echa en falta una teoría predictiva, que sería útil para ver en qué escenarios, en qué condiciones, las instituciones extractivas que están presentes en nuestros sistemas actuales, evolucionarían y cómo hacia comportamientos más inclusivos, rompiendo la tendencia a la concentración de los frutos del progreso y el bienestar.
También te puede interesar
Lo último
No hay comentarios