Moncho Núñez: "Ignorancia la ha habido siempre"

El educador de la ciencia Moncho Núñez.
El educador de la ciencia Moncho Núñez. / Antonio Pizarro
Miguel Lasida

26 de diciembre 2024 - 05:59

Llega a la entrevista Moncho Núñez Centella (La Coruña, 1946) después de un opíparo almuerzo con amigos y luego de satisfacer la curiosidad del mantel que le ofrece la Baja Andalucía. La curiosidad es el motor de la ciencia, materia en la que este paciente y elocuente conversador es diestro en su vertiente divulgadora. Hoy en Sevilla y mañana en Córdoba presenta su última obra, El calendario de la historia de la ciencia (Guadalmazán), un recorrido de los hitos del saber distribuidos por los días del año. Experto en contar la ciencia, Núñez recurre a asuntos cotidianos para explicar cuestiones complejas, como la química y la física del hogar.

–¿Dónde se producen más reacciones químicas, en una cocina, en un cuarto de baño o en una alcoba?

–La mayor parte de las reacciones suceden en el cerebro de la persona.

–¿Y si tuviera que concretar un lugar de la casa?

–Quizás en la alcoba se produzcan las reacciones más determinantes.

–Cuenta en su último libro un suceso de hace 500 años. Los astrólogos predijeron un gran diluvio debido a la conjunción de varios astros en la constelación de Piscis. Y no hubo diluvio. Los bulos no son un invento moderno, ¿verdad?

–No, qué va. Aquello además tuvo gracia porque, claro, Piscis era una constelación que en la astrología se vincula al medio acuático. Que tantos planetas estuvieran en Piscis hacía prever que se repetiría el diluvio universal. La gente se hizo auténticas arcas de Noé para sobrevivir a la hecatombe. Para más inri, creo que fue un año de sequía en Alemania.

–Se cumplen cien años del hallazgo del Australopithecus, el llamado eslabón perdido. Hay hoy quien antepone la teoría de la creación divina a la evolución de las especies. ¿Por qué?

–La gente que habla de eso, con o sin orejas, no sabe lo que dice. La evolución humana es un hecho que está contrastado desde muchos puntos de vista, paleontológico, antropológico, genético, geológico... Es un hecho.

–Hace 100 años se produjo el primer gran caso de obsolescencia programada. ¿Pueden protegerse los ciudadanos del abuso de los oligopolios?

–Es muy difícil. En 1924 hubo un cártel que defendió que las bombillas no podían durar tanto, pues había que vender más. Las bombillas que antes duraban decenas de miles de horas pasaron a durar mucho menos. Aprovecharon para repartirse el mercado y lo lograron hasta la Segunda Guerra Mundial. La idea arraigó. Hoy conocemos muchas formas de obsolescencia programada, aparatos de los se que dice que es mejor tirarlos, porque sale más barato comprar uno nuevo que arreglarlo.

–¿No está eso muy presente ahora?

–Hoy hay una forma sibilina de obsolescencia que es la vinculada a la moda, al diseño. Y cambio de zapatos no porque esté programado que tenían que romperse sino porque otros están de moda. Y quien dice unos zapatos dice un coche, un ordenador... Lo que está por ver es si un mundo con los recursos limitados puede soportar este mercado de sustitución continua.

–Se ha cumplido un siglo del nacimiento de la radio. ¿Se puede equiparar a la irrupción de Internet?

–Me resulta fascinante la radio. Se concibió como un modo de transmisión de una persona con otra. Sin embargo, hoy la entendemos como una radiodifusión, es decir, una emisora que difunde sus programas en varios formatos. Eso ha influido de un modo tremendo en nuestras vidas. La radio sigue existiendo a pesar de la televisión y de muchas otras cosas, porque es un soporte poco agresivo. Puedes escuchar la radio cuando te acuestas y levantarte con la misma emisora según coges lucidez. Eso no te lo permite la televisión.

–¿E Internet? ¿Son las consecuencias sociales y políticas de la aparición de la radio comparables a la de Internet?

–No sé si somos conscientes de lo que significa Internet. Le veo más riesgos a Internet pese a que todos conocemos las fechorías hechas con la radio y aquí en Sevilla supongo que los mayores recuerdan lo que se retransmitió durante la Guerra Civil. Con Internet se pueden cometer muchas fechorías. Es una cosa que va pareja a todo descubrimiento tecnológico. Cuanto más potente sea el arma creada, más daño se puede hacer.

–Ha dicho alguna vez que quien tiene un conocimiento científico adecuado es quien acepta las nuevas tecnologías. ¿No cabe cuestionar el uso de ciertos avances tecnológicos?

–Hay que aceptar que el progreso es inevitable. Todo aquello que el ser humano pueda descubrir lo descubrirá. En el momento en que inventamos una herramienta de piedra, inventamos algo que nos sirve para cortar la carne pero también para matar a un animal... o a un humano. Eso no puede evitarse.

–¿Y qué hacer?

–Es imprescindible una educación humanística y moral que vaya en consecuencia con el progreso, que seamos conscientes de lo poderosos que somos, de cuáles son nuestras armas y que sepamos someter nuestro poder al bien común.

–La ciencia se fundamenta en el pensamiento crítico, en el cuestionamiento. ¿No percibe últimamente un cierto cuestionamiento de la ciencia?

–El pensamiento crítico es el pilar fundamental de la ciencia. Sin pensamiento crítico no hay ciencia. Cualquier científico, en el momento en que llega a una conclusión, se pone inmediatamente a probar si lo que ha concluido es falso. Cuanto más avance en ese camino, más contrastado estará el descubrimiento. El científico necesita que su experiencia sea reproducida por otros. Así es como se avanza. La mentira no conduce a ninguna parte.

–¿Por qué ha perdido reputación la ciencia?

–No estoy seguro de que la ciencia haya perdido reputación.

–Se lo digo por quienes cuestionan el cambio climático, quienes defienden que la Tierra es plana...

–Mire, ignorancia la hubo siempre.

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