Pilar Cernuda
¿Llegará Sánchez al final de la legislatura?
Las claves
HA ganado Trump y nadie se llama a engaño, ni sus votantes ni los de Kamala Harris. Donald Trump inicia su nuevo mandato con intenciones que no ha ocultado en los cuatro años de Gobierno Biden: quería recuperar la Casa Blanca para un cambio profundo respecto a su periodo anterior. Cambio en su proyecto , en su equipo y en sus prioridades. Sin complejos.
Para la gran mayoría de los estadounidenses y de los ciudadanos de más allá de sus fronteras, Trump es un hombre ensoberbecido, ostentoso, profundamente machista, xenófobo, racista, despectivo con sus subordinados, muy simple culturalmente y que detesta que le lleven la contraria. Lo asumen sus votantes incondicionales, a los que atraen sus defectos porque los consideran apropiados porque Trump defiende su país por encima de cualquier circunstancia; y lo detestan sus detractores, que no comprenden que un personaje como él pueda ganar elecciones a candidatos con mejor formación, mejores principios, que respeta por igual a hombres y mujeres, a afroamericanos, wasp –white, anglo saxo, protestant–, ciudadanos de origen latinos asiático o europeo.
El por qué ganó tan ampliamente a Harris, incluso en votos populares, directos, lo analizan ya los expertos, que en gran parte coinciden en que su única fuerza era el rechazo a Donald Trump. Harris es ya agua pasada. El presente lo representa Donald Trump, que al día siguiente de ganar las elecciones empezó a tomar decisiones relacionadas con las políticas que pondrá en marcha a partir del 20 de enero, el día que tomará posesión ante el Capitolio. El edificio que representa mejor que cualquier otro el Estado, que acoge al Senado y la Cámara de representantes, y que una semana antes de que Biden asumiera la Presidencia sufrió el asalto una turba enardecida por un Trump que les acababa de repetir en un mitin multitudinario que Biden le había robado las elecciones. Una de las primeras decisiones de Trump, ya lo ha anunciado, será indultar a los condenados por aquel asalto.
Trump no se pone límites cuando se marca un objetivo, y acaba de alcanzar el que se había propuesto. Pero no es el Trump de hace cuatro años. No solo pretende que América Sea Grande, su eslogan de hace cuatro años, sino que América sea Grande De Nuevo. Da por hecho que el mandato de Biden ha sido un paréntesis, y llegará a la Casa Blanca con todo un diseño de cómo “recuperar” aquello que América perdió con el Gobierno demócrata.
Donald Trump no solo va a cambiar Estados Unidos, sino el mundo. Regresa a la Casa Blanca con procesos sociales revolucionarios que afectan a la vida de los cinco continentes. Trump está decidido a abanderar algunas de las iniciativas muy polémicas porque tiene la convicción profunda de que si continúan vigentes no solo impedirá que América sea grande sino que tampoco lo sea el mundo. O al menos el mundo que le interesa.
Para imponer su proyecto, sus nuevas políticas, Trump contará con un equipo que no tiene nada que ver con el que designó en su primer Gobierno. No serán su hija Ivanka y su marido Jared Kushner sus principales asesores, los que le acompañaron desde el principio hasta el final de su mandato, mientras otras figuras que empezaron con mucha influencia fueron cayendo una a una como las piezas de un ajedrez. El matrimonio ha anunciado que prefiere su vida tranquila en Palm Beach, alejada de la política, pero habrá continuidad familiar en los dos hijos mayores del futuro presidente, Donald y Eric. Y lo que ha trascendido hasta ahora es que Trump, mitómano desde siempre, podría incorporar a su equipo a Robert F. Kennedy Jr, hijo del carismático Robert Kennedy, asesinado en Los Ángeles en la campaña electoral de 1968 y hermano del presidente JFK asesinado en Dallas.
Robert F. Kennedy, republicano, es un activista que renunció a sus ambiciones políticas para apoyar a Trump y que destaca fundamentalmente por su postura contraria a las vacunas. Se da por hecho que será el responsable de sanidad y alimentación en el nuevo equipo porque lo anunció el propio Trump hace pocas semanas, lo que significa que desde el centro de poder de Estados Unidos, su Gobierno, se impondrán medidas que tendrán impacto social en el resto del mundo. Un Gobierno potente tiene capacidad de imponer modas más allá de sus fronteras, tanto sociales como empresariales, porque se trasladan a otros países a través de sus filiales.
Donald Trump es enemigo encarnizado de las llamadas políticas woke llevadas al extremo.
Desde que se conoció el resultado electoral han aparecido comentarios que señalan que Estados Unidos puede convertirse en el punto de arranque para que vayan perdiendo fuerza posiciones excesivamente radicales en los que se alienta el supremacismo LGTB, la transexualidad y el feísmo, el feminismo como un movimiento contra el varón y la diversidad de razas y culturas como choque contra todo lo occidental. En contra de lo que parece transmitir el resultado electoral de Trump, no hay rechazo masivo en la sociedad estadounidense a los principios del movimiento woke pero sí a su aplicación, a los métodos para imponer el derecho –justo– a la igualdad. Y sobre todo es creciente, incluso en las filas demócratas, a la imposición de llevarlo de forma drástica a los centros educativos, con el objetivo de que, desde niños, los ciudadanos acepten la igualdad… según los principios radicales woke.
Es probable que el rechazo a esa radicalidad se traslade fuera de Estados Unidos, y de hecho en Europa ya se advierten denuncias de personalidades de izquierda que piden moderación precisamente para aplicar de la forma correcta la igualdad de derechos.
Más allá de cuestiones sociales, que son fáciles de exportar por la relevancia del papel que juega Estados Unidos en el mundo, otras cuestiones llevarán necesariamente a aceptar nuevas formas de vida. Por ejemplo, la anunciada defensa de la economía estadounidense aplicando brutales aranceles a los productos extranjeros obligará a cambiar el planteamiento empresarial en el resto del mundo, así como a reestructurar sectores como la agricultura, energéticos, tecnológicos, manufacturas, alimentación y también los relacionados con la defensa de la naturaleza.
Trump desdeña la Agenda 2030, relativiza todo lo relacionado con la preservación del medio ambiente, considera falso el cambio que, según el futuro presidente, el mundo evoluciona como a lo largo de los siglos y ahora se imponen oscuros intereses utilizando una manipulación e interpretación malévola de datos que provocan alarma. Ni siquiera acepta que las catástrofes naturales estén provocadas por la falta de respeto del hombre al hábitat en el que se desenvuelve.
En el plano más inmediato, porque así lo ha advertido Trump durante la campaña electoral y lo ha reiterado al poco de convertirse en presidente electo, tomará decisiones relevantes respecto a la guerra de Ucrania y la que se desarrolla en Oriente Próximo.
Ha hablado telefónicamente con Zelenski y con Netanyahu, y les ha trasladado su intención de intervenir directamente para que antes de su toma de posesión Israel anuncie que cesa los ataques contra Gaza y el sur del Líbano, y en el caso ruso-ucraniano pretende que los dos países se sienten cuanto antes a negociar un acuerdo territorial que ponga fin a una guerra a la que no se ve fin sin que cedan las dos partes, Rusia y Ucrania. Trump cuenta con medios de presión que no tienen otros países: tanto Ucrania como Israel necesitan el apoyo militar y tecnológico de Estados Unidos para sobrevivir a las guerras que mantienen con Rusia por un lado y con organizaciones radicales palestinas y pro iraníes por otro.
Trump es un hombre que presume de innovar, pero a su manera. Va a potenciar las criptomonedas, y si finalmente incorpora a Elon Musk a su grupo de asesores externos, el peculiar emprendedor y multimillonario puede poner en marcha iniciativas que caerían en el surrealismo si tuviera el respaldo del Gobierno americano.
Donald Trump no será un presidente cualquiera. Se siente reforzado por el resultado electoral, que ha sido arrollador a pesar de sus asuntos con la Justicia, de sus condenas, sus intemperancias, su desprecio hacia las mujeres, la falta de transparencia de sus cuentas o la rivalidad que mantiene con la Unión Europea porque desde Bruselas no jalean todas sus propuestas e iniciativas.
De su mandato se puede esperar cualquier sorpresa, incluso que él mismo reflexione sobre las consecuencias de algunas de sus políticas más atrabiliarias. Pero nadie duda de que, para bien o para mal, se verá con el tiempo, desde los Estados Unidos de Trump se tomarán decisiones que afectarán sensiblemente a todos los ciudadanos del mundo.
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