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Nueva naviera en el Estrecho

Basado en una historia REAL

La Princesa Ana reeditará el próximo año el viejo idilio de la Roca con la Casa de Windsor Desde la de la reina en 1954, todas las visitas reales han avivado el conflicto con España

Basado en una historia REAL
Quino López Gibraltar

18 de octubre 2015 - 01:00

Es la mañana del 10 de mayo de 1954. Un yate arriba al muelle del Arsenal, en Gibraltar. No lleva el nombre en el exterior, pero tampoco le hace falta. Se ve el escudo real a proa y el monograma a popa. Todo el mundo sabe que es el HMY Britannia. Y todo el mundo sabe quien va dentro. Suena la música cuando del barco descienden Isabel II y su marido Felipe, duque de Edimbugo. Por el barco asoman dos niños, Carlos y Ana, los príncipes. La reina está Gibraltar. Recién coronada había emprendido una gira que le llevó a Bermudas, Jamaica, Panamá, Tonga, Fiyi, Nueva Zelanda, Australia, Islas Cocos, Sri Lanka (entonces Ceilán), Adén (Yemen), Uganda, Tobruk (Libia) y Malta. Cuando pisa el Peñón el revuelo en España es ya considerable. Tanto, que las relaciones nunca volvieron a ser las mismas. Ahora, 61 años después, Gibraltar sigue esperando a que vuelva. Con la misma euforia con la que la recibió aquel día en el que se reforzaron como nunca sus raíces británicas. Le ha mandado infinidad de mensajes, sin éxito. Desde entonces, sin embargo, la familia real sí ha visitado la Roca muchas veces. La próxima será el año que viene. Vendrá la niña que asomaba por el yate, la Princesa Ana. La polémica, como siempre, está servida.

El simple anuncio, a finales de enero de 1954, de que la reina Isabel II de Inglaterra iba a visitar la Roca motivó una enérgica queja del embajador español en Londres, Miguel Primo de Rivera, hermano de José Antonio y al que Franco había nombrado duque de Primo de Rivera. La protesta fue presentada ante Anthony Eden, secretario del Foreign Office, mediante una nota en la que se leía: "Esta visita puede causar un daño importante a las relaciones entre los dos países, dándose el agravante de que en el viaje de la soberana se han excluido lugares como Chipre y Guayana, por existir en ellos estados de opinión contrarios a la presencia británica". La reina estuvo en Gibraltar 36 horas. Asistió a varias recepciones, siempre junto al gobernador de entonces, George MacMillan. Se rebautizó una de las carreteras más importantes de Gibraltar, Queensway, pasó revista a las tropas en el Frente Norte, tuvo un encuentro con alumnos de la escuela de Gibraltar en el Victoria Stadium, plantó un árbol en conmemoración de su visita en Alameda Gardens y visitó los sitios históricos en la reserva natural de Upper Rock, con presencia permanente de los monos. "El Peñón es famoso en la historia por tres cosas: su fuerza inviolable, la lealtad de sus gentes y el papel estratégico jugado en numerosas ocasiones. Ésta en concreto podrá ser recordada como un hito en su historia e indica una determinación para seguir adelante en una senda de colaboración y cordialidad en aras del buen gobierno y la salvaguarda de la colonia y fortaleza de Gibraltar", manifestó. El caso es que a raíz de aquello el consulado español en Gibraltar fue clausurado (Ángel de la Mora y Arena, el consul, había salido del Peñón el 30 de abril), y se establecieron nuevas restricciones para los españoles que acudían al Peñón. Comenzó una política de presión del franquismo sobre las autoridades gibraltareñas que culminó con el cierre total de la frontera en 1969.

El segundo capítulo de este histórico desencuentro sucede 27 años después. El 29 de julio contrae matrimonio en la catedral de San Pablo de Londres el niño que asomaba por el yate, el príncipe Carlos de Gales, con Lady Diana Frances Spencer. A la boda del siglo asisten todas las casas reales, excepto una. El rey Juan Carlos I y la reina Sofia declinan la invitación. Ya se sabía que el 1 de agosto el heredero de la corona inglesa comenzaría su luna de miel. ¿Donde? En Gibraltar y en el Britannia. Carlos y Diana sólo pasan 105 minutos en el Peñón, pero son suficientes para que se produzcan dos reacciones. El pueblo gibraltareño volvió a reafirmar su condición británica con una euforia desmedida (20.000 personas los aclamaron en las calles) en un momento en el que se hablaba (incluso en Londres) de la posibilidad de la co-soberanía. La segunda reacción es en España. Enfado monumental. Carlos y Diana llegan en avión, son recibidos por las autoridades, pasean en coche descubierto por la Roca, llegan al muelle, se montan en el barco y se van. Antes, Isabel II habla por teléfono con el también tataranieto de la reina Victoria, Juan Carlos I. El rey intenta convencerla de que no vengan. Ella le responde: "Se trata de mi hijo, de mi yate y de mi roca", según desveló años después Boris Johnson, un alcalde de Londres.

La Casa de Windsor nunca ha cesado de enviar a sus miembros a Gibraltar, pese a la fuerte oposición del Gobierno español de turno. En 1993, por ejemplo, visitó el Peñón entre el 1 y el 3 de octubre el duque de York, tercer hijo de Isabel II (príncipe Andrés), y volvió a hacerlo menos de dos años después, los días 13 y 14 de julio de 1995. En 1996 fue el marido de la Reina, el Duque de Edimburgo, quien hizo una visita de trabajo los días 30 y 31 de mayo con motivo de los premios que llevan el nombre de su ducado. En 1998 visitaron el Peñón el duque de Kent, primo de la reina, los duques de Gloucester y la princesa Alexandra. En 2001, el príncipe Eduardo, en la que es una de las visitas más peculiares de la historia, por cuanto no se produjo queja alguna por parte del Gobierno de Madrid. La razón es que vino a entregar unos premios de la Fundación Duque de Edimburgo a jóvenes gibraltareños y, por tanto, el viaje no tenía carácter político, lo que no quiere decir que le gustara un pelo al entonces ministro de Exteriores, Josep Piqué.

Eduardo volvió en 2012 como parte de los actos de conmemoración de los 60 años de reinado de su madre. Entonces, como otras veces, España mostró su desagrado. Antes, en 2004, había vuelto la Princesa Ana, por el 300 aniversario de la conquista británica y la firma del Tratado de Utrecht. "No es una noticia que consideremos positiva para mantener ese diálogo que deseamos relanzar con las autoridades británicas en relación con Gibraltar", dijo el entonces ministro de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos. En 2009 volvió para inaugurar una clínica militar que lleva su nombre, Princess Royal Medical Centre, y que se había construido en el istmo que une el Peñón con la Península Ibérica, territorio que España no cedió a la Corona británica por el Tratado de Utrecht. El secretario de Estado de Asuntos Exteriores, Ángel Lossada, telefonea el 16 de enero a la embajadora de Reino Unido en España, Denise Holt, para transmitirle el "malestar" que había causado en el Gobierno el proyecto de esa visita. Elviaje "hiere la sensibilidad de la población española y, en especial, de la del Campo de Gibraltar, sin perjuicio del respeto a la figura de la Princesa y del Gobierno del Reino Unido", le transmite a Londres el representante diplomático español.

En octubre de 2014, el príncipe Miguel de Kent visita Gibraltar dentro de su labor como comodoro en Jefe de la Reserva Marina y Contraalmirante Honorario. El primo de Isabel II no tiene representación de la casa real británica y sólo esa vez el viaje pasa casi desapercibido.

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