Mirando al Peñón desde dentro
Esteban Bravo, representante de Exteriores en la comarca durante más de 30 años, acaba de jubilarse. En este tiempo, su trabajo y su vida personal le han permitido conocer muy de cerca a los gibraltareños
El Gobierno le ha concedido recientemente la Encomienda de Isabel la Católica, la más alta condecoración que un ministro, en este caso el jefe de la diplomacia, Miguel Ángel Moratinos, puede otorgar a un civil, pero Esteban Bravo, que acaba de jubilarse tras más de 30 años como representante del Ministerio de Exteriores en la comarca, hace gala de una extraordinaria serenidad. La tranquilidad que da un trabajo fiel, bien hecho y centrado en un tema tan complejo como el de Gibraltar.
Tras su jubilación, "que no retiro", Europa Sur ha querido acercarse a su figura en un momento en que presume de abuelo y quiere retomar su carrera de ingeniero, además de colaborar y participar en el desarrollo de la comarca que tan bien conoce.
Nacido en Galicia, Esteban Bravo, que aunque sigue ejerciendo de gallego se siente también andaluz, campogibraltareño y gibraltareño, comenzó su vinculación con el Campo en 1974, cuando entró a formar parte de la Comisión de Desarrollo de la comarca como delegado de Turismo. En el 76 se marchó a Toledo como delegado de Turismo y Cultura, periodo del que guarda un recuerdo gratificante: "Me encontraba muy bien allí. Atendía a las visitas de Estado que viajaban a Madrid y venían a conocer Toledo".
Estando en Toledo, recibió una llamada que cambiaría su vida. El entonces ministro de Exteriores, Marcelino Oreja, le pidió personalmente que se hiciera cargo de las relaciones con Gibraltar, algo que se materializó a finales del 78. "Dos meses antes, Estrasburgo había acogido la primera reunión de un ministro español con Gibraltar y el Foreign Office. El Peñón estuvo representado por Maurice Xiberras y Sir Joshua Hassan, entonces ministro principal, quien aprovechó una conversación a solas y muy distendida con Oreja para plantearle la reapertura del consulado en la Roca. El ministro español le respondió que eso era políticamente imposible en aquellos momentos pero que podían estudiarse otros caminos. Al volver a Madrid, Oreja me llamó porque sabía que yo era un gran conocedor de la zona y porque tenía algo que me hacía el más idóneo: era soltero", explica esbozando una sonrisa.
Quizás por ese espíritu emigrante del pueblo gallego, aceptó a pesar de lo a gusto que estaba en Toledo. Fijó su residencia en el propio Gibraltar, un dato seguro desconocido para muchos, y lo primero que hizo fue visitar a Sir Joshua: "Me recibió muy bien; estaba contento porque mi presencia abría un cauce directo de comunicación con Madrid. Me dijo también que no sería tan duro -ríe- y que me ayudaría. Además, me comentó que yo debía ser capaz de transmitir a los funcionarios de Madrid, que tanto hablaban de Gibraltar y tan poco conocían, la realidad del Peñón tal y como era. Y así hice porque la mía fue una inmersión total, pero no como un caballo de Troya enviado por el Gobierno español tal y como creen en Gibraltar sino todo lo contrario, ya que fue Sir Joshua el que solicitó e insistió a Oreja para que existiera ese contacto con España".
El ex representante de Exteriores se dedicó durante los primeros años a conocer cómo vivían los gibraltareños; cómo pensaban, "algo que conseguí leyendo, estudiando y escuchándoles"; y cómo sentían, algo que parecía más difícil pero que luego no lo fue tanto. Y todo gracias a Cecilia, la gibraltareña con la que se casó y sigue compartiendo su vida. "Cecilia es una de las personas que más me ha ayudado siempre. Su entrega ha sido en ocasiones incluso mayor que la mía sin tener ninguna obligación. Ha sabido estar en un perfecto equilibrio entre mi responsabilidad y sus orígenes", apunta en tono cariñoso.
La pareja tiene cuatro hijos que vivieron en Gibraltar hasta que se marcharon a estudiar a importantes universidades del Reino Unido, "prueba del buen funcionamiento del sistema educativo del Peñón".
Volviendo a su trayectoria profesional, tan vinculada por otra parte a la personal, la reapertura de la Verja marca un punto de inflexión, ya que se hace cargo de la oficina de Exteriores en la comarca, trasladando su base administrativa a Algeciras. En este desempeño permanece hasta el nombramiento en 2008 de su sucesor, Julio Montesino, con el que trabaja codo con codo hasta su jubilación. "Vine para dos años y llevo 31", dice.
En estos años ha vivido numerosas anécdotas. Recuerda especialmente una, ocurrida en los ochenta tras organizar la primera visita de la oposición gibraltareña a Madrid, "que fue todo un éxito. El encuentro se hizo con el beneplácito de Sir Joshua. Cuando le pregunté qué le parecía si recibíamos a la oposición, se echó a reír y me dijo: Es bueno que los conozcáis para saber lo que sufro a diario", cuenta.
Desde el 78 ha tenido también tiempo suficiente para aseverar con firmeza "que el gibraltareño conoce muy bien al español y viceversa, al menos en esta zona. El problema surge cuando se habla de política; igual que cuando dos hermanos se disputan una herencia. A mí me pasaba con mi suegra, que ya falleció. No podía hablar de política con ella, cuando era una mujer encantadora, una abuela fantástica y una persona de la que aprendí mucho sobre Gibraltar. Las demás diferencias entre unos y otros no son muchas. El gibraltareño tiene pasaporte y educación británicas pero es un mediterráneo, y como tal es vitalista y extrovertido. El andaluz también es básicamente mediterráneo, como yo lo soy ahora a pesar de ser celta en mis orígenes", manifiesta.
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