Hermandades y cofradías en Gibraltar en los siglos XVI y XVII (I)

Instituto de Estudios Campogibraltareños

Entre las cofradías que, entre los siglos XVI, XVII y primeros años del XVIII existieron en Gibraltar, centramos nuestra atención en aquellas que tuvieron como titular a un santo

Se trata, por lo general, de cofradías que pueden relacionarse con determinados grupos sociales, profesionales y étnicos

'Escena', una revista fundada por el sanroqueño Juan Domingo de Mena

Un grabado de época de Gibraltar.
Un grabado de época de Gibraltar.
Francisco Javier Quintana Álvarez

02 de diciembre 2024 - 04:01

Gibraltar/El origen de las cofradías y hermandades de Gibraltar debe estar ligado al de la propia ciudad cristiana, pero no tenemos noticias de ellas hasta el siglo XVI, sobre todo a partir de la explosión fundacional experimentada en su segunda mitad, fenómeno que viene a configurar el panorama que, a principios del XVII, nos ofrece Hernández del Portillo, al que se sumaron otras corporaciones fundadas a lo largo de aquel siglo y del XVII. La promoción de estas asociaciones de laicos correspondió unas veces a la autoridad eclesiástica (Santísimo Sacramento, Ánimas, Dulce Nombre de Jesús), otras a los franciscanos (Vera Cruz, Nazareno, Concepción) y en otros casos, fueron los propios laicos los que decidieron asociarse para practicar el mutualismo asistencial, asegurarse unas honras fúnebres y dotarse de un cauce de participación y representación en la vida social de la ciudad, en torno a una advocación mariana o la devoción a un santo. En muchos casos, podemos relacionar estas últimas cofradías de santos, de forma más o menos explícita, con un grupo social determinado de marcado carácter profesional o étnico, aunque en casi todas parecen asociaciones de carácter abierto y no cerrado para los individuos de dichos grupos.

Estas asociaciones laicales suelen presentan unos elementos comunes. En primer lugar, la imagen del santo, colocada en el altar de una iglesia al que la cofradía dota de alhajas y ornamentos, lo que precisa de licencias o acuerdos con las autoridades religiosas que tienen jurisdicción sobre el templo. Los hermanos celebran solemnemente la festividad litúrgica del santo, generalmente con procesión pública, lo que sufragan con la demanda de limosna, con una bacinilla, para lo que también necesitan licencia del provisor episcopal. Las constituciones sinodales de 1591 establecían la obligación de acudir, junto a la cruz parroquial, a las procesiones generales.

Hasta 1637, el orden en la del Corpus Christi se determinó según lo dispuesto en la constitución apostólica de Gregorio XIII Exposcit Pastoralis (15-VIII-1583), por antigüedad probada o admitida por costumbre, colocándose más cerca del Santísimo y después de la cruz parroquial de la iglesia mayor las más antiguas y precediendo siempre las que vistieran hábito. Sin embargo, a partir de 1637 el vicario de Gibraltar dio precedencia a las que tuvieran reglas, según lo dispuesto en la constitución apostólica de Clemente VIII Quaecumque (7-XII-1604) que, entre varias disposiciones sobre la normalización de las cofradías, establecía que la única autoridad para erigirlas era la del ordinario mediante unas constituciones que justificaran su utilidad o necesidad piadosa, asistencial y caritativa. Esto provocará una catarata de pleitos en los que no solo se dirimía la antigüedad, sino la representatividad social de grupos social y económicamente diferenciados. Se considerará, desde entonces, canónicamente como cofradías a las que tuviesen constituciones, las que no, eran consideradas como hermandades. Precisamente por este motivo, a partir de ese mismo año, disponemos de algunas reglas, en las que se establecían los fines asistenciales de estas corporaciones, fundamentalmente relacionados con las exequias y memorias de los hermanos, el modo de celebrar cabildos, la elección y funciones de los oficiales, generalmente dos hermanos mayores y un mayordomo a cuyo cargo estaban los libros de actas, cuentas y el ingreso de hermanos, así como la cuota que debían pagar éstos y las limosnas recibidas, de las que debían dar cuenta a los visitadores.

En estas páginas, intentaremos esbozar un cuadro general, no un estudio exhaustivo, de cada una de ellas; algunas merecen estudios particulares, de otras no podemos decir más que lo que exponemos aquí. La nómina que presentamos incluye congregaciones de laicos que disponían de alguno de los elementos a que nos hemos referido. A veces, las noticias son escasas, pero nos permiten considerar la existencia de estas asociaciones, en cuanto realidades históricas. Independientemente de su consideración canónica, lo que nos interesa es el hecho social, no el jurídico. Las presentamos ordenadas por el probable orden de antigüedad, que no es definitivo y podrá ser modificado en cuanto contemos con nuevos datos.

Cofradías y ermitas

Gonzalo de Piña, en su testamento de 28 de octubre de 1523 mandaba que lo acompañasen en su enterramiento, además de los clérigos y frailes de San Francisco, “las cruces e hermanos del hospital e San Sevastián”. Lo mismo hizo Juan del Campo el 17 de enero de 1555, “las cruces e hermandades del hospital de la Misericordia e San Sevastián” y añadía la de la Vera Cruz, de la que era hermano y con cuyo hábito mandaba ser enterrado. Los albaceas de Sancho de Sierra tomaron en febrero de 1575 recibo, entre otras cofradías y hospitales asistentes al entierro, de Jerónimo Moro, “mayordomo de San Sebastián”, y de Juan de Pinedo, “de la cofradía de señora Santa Ana”. Debieron ser hermandades dedicadas al mantenimiento del altar y organización de la fiesta del titular de estas ermitas, quizá reducidas al mayordomo y unos pocos hermanos, sin constitución formal ni reglas ni actividad asistencial y debieron desaparecer a lo largo del último cuarto del XVI. A la de Santa Ana no hay referencia alguna cuando el provisor episcopal cedió la ermita a los mercedarios para que fundaran su convento en 1582. La Vera Cruz pudo ser, en origen, una de estas cofradías, pero se transformó, hacia 1554, en cofradía penitencial, ligada a los franciscanos. A lo largo del XVII, se la consideró la más antigua de la ciudad, ocupando el primer lugar, tras la cruz parroquial, en las procesiones del Corpus.

Nuestra Señora del Rosario y San Benedicto

Según Sancho Sopranis, Nuestra Señora del Rosario fue originariamente una cofradía de esclavos y libertos negros que, tras aceptar la entrada de blancos, por falta de hermanos, hacia 1637, acabaron siendo desplazados por éstos y se segregaron en torno a la devoción a San Benito de Palermo, tesis que podemos matizar. Su origen sería un caso parecido a los vistos de San Sebastián y Santa Ana, asociado al de la ermita de Nuestra Señora del Rosario, que se remonta al menos a 1558, y a la administración por parte del mayordomo y de los hermanos mayores de la ermita de la capellanía fundada en ella en 1566 por Francisco Benítez Pascual. Paralelamente, los esclavos negros de Gibraltar se agruparon en torno a la devoción a la Virgen de Rosario. Al carecer de personalidad jurídica, fueron un grupo agregado a la cofradía, con mayordomo propio, pero tutelado por el de los blancos, que controlaba los libros de cuentas y actas, aunque eran los negros los que llevaban el protagonismo en la demanda de limosna, las fiestas y procesiones. En el cabildo de 17 de noviembre de 1614, todos los hermanos y oficiales son blancos, aunque se constata la presencia de un negro, Juan de Vargas, hombre libre y letrado del que da noticia el doctor Tomás de Portillo en su galería de hombres ilustres de Gibraltar.

San Benito de Palermo. Escuela genovesa, siglo XVIII. Iglesia de Nuestra Señora del Rosario de Cádiz.
San Benito de Palermo. Escuela genovesa, siglo XVIII. Iglesia de Nuestra Señora del Rosario de Cádiz.

La talla de la Virgen del Rosario que se le encarga a Francisco de Villegas en 1615 pudo haber estado destinada a esta cofradía. El proceso de segregación comienza a vislumbrarse ya hacia 1630. Ese año, ante la pérdida del archivo que conservaba el mayordomo blanco difunto, el de los negros, Luis Fernández, obtiene licencia para demandar limosna; en 1632 para realizar la fiesta y procesión de la Virgen por la Alameda el día 8 de septiembre y en las cuentas de los años 1639 a 1643 que presenta al visitador se registra la hechura de la imagen de san Benito de Palermo, que sustituía a otra más antigua. Además, los testimonios de los años 1643 y 1646 atestiguan que, en las procesiones del Corpus, eran los negros, con su estandarte e imagen de San Benedicto, quienes representaban a la cofradía y que iban después de la Vera Cruz, pero ya en 1648 Luis Fernández denuncia la pretensión de los hermanos blancos de “levantarse con la cofradía”, es decir, no limitarse a la gestión de la ermita, sino también llevar la representación en las procesiones públicas. La muerte de Luis Fernández, a causa de la peste, hacia 1650, supondrá, de nuevo, la pérdida de los títulos de los negros y ya en unas informaciones de 1675, se dice que los labradores de Nuestra Señora del Rosario y los negros de San Benedicto acuden separadamente al Corpus, cada uno con su estandarte como cofradías distintas, aunque conservando ambos la misma antigüedad. El proceso de separación culmina en 1687, cuando, por sentencia del provisor diocesano, no se reconozca la antigüedad de la hermandad de San Benedicto, al carecer de reglas. En 1699, Pedro Cubero nos dice que en “Nuestra Señora del Rosario en la Alameda y varrio de la Turba está la cofradía de los labradores. Y la cofradía de San Benedicto”. En agosto de 1704, las imágenes de la Virgen y de San Benedicto fueron trasladadas a la iglesia mayor. Hay noticia de los hermanos mayores y mayordomo de los labradores aun en 1705.

San Ginés

El 17 de mayo de 1595, Pedro Cornielles, vecino de Gibraltar, contrató con Juan Martínez Montañés una imagen de San Ginés hecha en pino de Segura de siete palmos (147 cm.) colocada sobre una peana de medio palmo, que debía ser entregada en el plazo de dos meses y medio en condiciones de ser dorada y estofada por Alonso Vázquez. Cornielles no debió cumplir su parte del contrato, suponemos que la referente al pago, ya que Martínez Montañés otorgó poder el 3 de febrero de 1596 a su criado Melchor de los Reyes para que se presentara ante la justicia de Gibraltar una requisitoria de la justicia de Sevilla contra él. De Pedro Cornielles tenemos noticia el 4 febrero de 1598, se dice entonces que era comerciante inglés. Alguna relación debe tener este con “un mercader inglés muy rico, llamado N. Cornieles” que Pedro de San Cecilio dice haber conocido y tratado en Gibraltar y que se convirtió al catolicismo, tras asistir el 26 de enero de 1610 al entierro de fray García de San Juan, comendador de la Almoraima, siendo “después gran bienhechor deste convento donde solía venir a recogerse algunos días, y tratar del bien de su alma, mientras tuvo su casa en Gibraltar”. San Ginés de la Jara es considerado patrón e intercesor por gentes del campo, vinateros y marineros, lo que pudiera relacionarse, de alguna forma, con la actividad comercial de Cornielles. El caso es que la imagen de San Ginés esculpida por Montañés debía ser la misma que tenía altar en la ermita de Nuestra Señora de Europa, en cuyo inventario de 6 de abril de 1620 se detallan sus parihuelas, lo que indica que, por aquellos años, la imagen se sacaba en procesión, quizá el día de su fiesta, 25 de agosto, o en la procesión general de la Virgen.

Artículo publicado en el número 61 de Almoraima. Revista de Estudios Campogibraltareños. Octubre de 2024.

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