La esclavitud en Jimena de la Frontera en la Edad Moderna (I)

Instituto de Estudios Campogibraltareños

El crecimiento del comercio y los intereses hispanos en América conllevaron en el siglo XVI un paralelo incremento de la trata de esclavos en Cádiz y Sevilla

Centro importante del comercio negrero europeo era Lisboa, desde donde muchos esclavos acabaron en Gibraltar o Tarifa y no faltaron en Jimena

El castillo-fortaleza de Jimena de la Frontera.
El castillo-fortaleza de Jimena de la Frontera. / Erasmo Fenoy
Leopoldo Moreno Barranco

22 de julio 2024 - 04:00

Jimena/Durante la Edad Moderna, la cuenca mediterránea, donde se desarrollaba el largo enfrentamiento entre cristianos y turcosberberiscos, fue un foco continuo de esclavitud. El crecimiento del comercio y los intereses hispanos en América conllevaron en el siglo XVI un paralelo incremento de la trata de esclavos en Cádiz y Sevilla. Centro importante del comercio negrero europeo era Lisboa, desde donde muchos esclavos acabaron en Gibraltar o Tarifa y no faltaron en Jimena. Ceuta y Gibraltar fueron, por otra parte, dos núcleos fundamentales para el rescate de cautivos cristianos.

La esclavitud era el destino de quienes caían en manos de los del otro lado. Quedó en la memoria el asalto a Gibraltar de 1540, en el que los turcos fueron rechazados, ayudados los gibraltareños por tropas llegadas desde Medina y Jimena, no sin haber saqueado antes parte de la ciudad y conseguido gran número de cautivos. No les fue tan bien a los musulmanes el 3 de agosto de 1617 cuando los de Gibraltar hicieron una presa importante de “un navío de turcos que encalló a dos leguas de ella en la parte de Algezira”. La captura fue de ciento tres turcos, que cayeron en la esclavitud. El rey felicitó a los gibraltareños por la acción, ordenó que se repartiera la presa entre los que habían participado, renunciando al quinto que le correspondía, pero quiso que el barco con su artillería y pertrechos se vendiera para que se integrase en la armada del océano.

El duque de Medina Sidonia ordenó a su recaudador en Jimena que fuese a Gibraltar a comprar cinco de los recién esclavizados que fueran “de muy buen talle y fuertes y robustos, porque son para la silla”. Se llamaban Hamete, Mustafá, Alí, Hazen y Sayn y el documento incluye una breve descripción física; así Hamete era “un mozo alto de cuerpo, que le apunta la barba, con una verruga en el lado derecho de la naris”, pero dos de ellos presentaban heridas.

Parece que los turcos no venían a solazarse en las playas algecireñas. Hazen intentó escapar dos años después y llegó a Estepona, donde fue capturado. El recaudador del duque en Jimena, Martín Ortiz Lobatón, se encargó de devolverlo a su señor. Pero el duque de Medina Sidonia también redimía cautivos, porque poco más abajo el mismo legajo de cuentas recoge el pago de seis ducados a Gonzalo Martín Repilado, arriero jimenato, “por aver traído en su cabalgadura, de Ximena a Sanlúcar, dos muchachos que estaban cautivos y se rescataron en dineros que mandó dar el duque”. Corría el año 1620. Ese mismo año el tesorero ducal en Jimena enviaba a su señor la memoria económica de lo que “a gastado en el viaje que por m[anda]do del duque, mi señor, hizo a Çeuta a redimir catibos”, nada menos que mil ducados.

Esclavos en Jimena

No fueron muchos porcentualmente los esclavos en la Jimena de la Edad Moderna, pero los había y por ello en la visita del obispo Armengual de la Mota, en 1717, al explicar los precios de los servicios religiosos, se aclaraba que los entierros de párvulos costaban seis reales y los de esclavos el precio habitual para cualquier entierro. Quedaban igualados en el precio esclavos y libres a la hora de ser enterrados, pero constata la realidad de la esclavitud en Jimena el hecho de que se considerase oportuno incluirlos en la relación de precios de los funerales.

En 1684 había dos esclavos entre los noventa y siete testigos que declararon en un proceso judicial ocasionado por el incendio de la casa del corregidor, Diego Hurtado de Mendoza, a manos de un grupo de enfadados vecinos. Una testigo era María de Jesús, esclava de la que “no supo decir la edad, mas, según el aspecto que la testigo tiene, parece ser de veinticinco años”. Otro testigo era Juan Domínguez, esclavo de Gonzalo Fernández Platas. No se puede identificar ese porcentaje de dos esclavos entre noventa y siete testigos (1,94 %) con el de esclavos en la sociedad jimenense de la época, pero, a falta de informaciones más precisas, es un dato significativo.

He hallado en archivos de esta época, entre 1577 y 1787, cuarenta esclavos de mención directa, individual, además de los mencionados ocasionalmente, de manera genérica, como esclavos. Desaparecen en el siglo XIX, centuria a lo largo de la cual se prohibiría la esclavitud en España. Por supuesto, debieron ser muchos más los esclavos, porque buena parte de los legajos se ha perdido y bastantes se encuentran en pésimo estado de conservación. Faltan además para Jimena registros, como los parroquiales, que podrían ofrecer datos numéricos más seguros.

Eran los esclavos un producto de lujo casi exclusivo de los más pudientes. La esclavitud negra era habitual ya desde finales del siglo XV y no siempre su destino fueron las colonias americanas. En la ciudad de Cádiz los esclavos negros, que procedían del África subsahariana, eran mayoría, aunque también los había procedentes del mundo musulmán -turcos y berberiscos-; otros eran hijos de esclavos y no faltaban esclavos blancos. Según Morgado era habitual la explotación sexual y “entre 1600 y 1749 se bautizaron en la ciudad 11420 esclavos”.

Molino de San Francisco, en Jimena.
Molino de San Francisco, en Jimena. / Leopoldo Moreno Barranco

En Jimena predominaban los esclavos de origen musulmán norteafricano, mulatos, de color moreno o membrillo cocho, aunque no faltan esclavos negros y algún turco blanco. Las edades predominantes en los adultos iban de los veinte a los treinta y dos años, pero también los hallamos desde seis meses a cuarenta años. El 42,5 % eran mujeres. No eran baratos, pues de media costaban unos ciento cuarenta y cinco ducados, es decir, tanto como el valor medio de una casa en Jimena y pocos podían adquirirlos. Algunos ricos, como Antón de Ribera († 1632) poseían varios. En 1734 el corregidor, José Hurtado de Mendoza, tenía esclavos —no se precisa el número— que vendían pan de pésima calidad en una aceitería mugrienta.

Los esclavos debían trabajar en lo que ordenase su dueño. En Jimena los vemos de recaderos, tenderos, cortando y trasportando leña o harina, limpiando el cao de un molino y reparando su azuda en el caso de los hombres; las mujeres solían estar al servicio de sus señoras, asistiéndolas y ocupándose en las labores del hogar, aunque en algún caso las hallamos al servicio de eclesiásticos. Dando por sentado su ínfima consideración social, no he hallado, sin embargo, datos por ahora de que los esclavos en Jimena sufriesen una cruel explotación laboral. Recordemos que eran generalmente un bien de lujo adquirido más con la intención de resaltar la elevada condición social de sus amos que de explotarlos laboralmente en unas condiciones infrahumanas, aunque fuese ese su destino habitual en otros contextos.

No parece que fueran dedicados a durísimas tareas agrícolas; para eso ya estaban los jornaleros, que no eran tan caros. Los esclavos solían perder su nombre original y recibir uno “cristiano”; en general solo tenían nombre de pila, no apellidos, aunque he hallado algunas excepciones, como la de Agustín, esclavo de Juan Delgado de la Umbría, a quien vemos en 1577 trabajando en diversas labores en el molino de su amo. Este, uno de los dueños del molino del Corchadillo, en el río Guadiaro, estaba inmerso en un pleito por el reparto del agua con los dueños del molino de la Vega. En determinado momento del pleito se le nombra como Agustín Delgado, apellido de su dueño. En ese momento Agustín estaba preso en la cárcel denunciado por los molineros rivales y desde allí se le tomó declaración. El esclavo declaró como cualquier otra persona más.

También es mencionado con apellido Juan Domínguez, esclavo de Gonzalo Fernández Platas, allá por 1684, y Juan Gavilán, quien en 1708 era esclavo de D.ª Josefa Bravo de Laguna. María Pérez y María Hernández se llamaban dos esclavas moriscas que envió Álvaro de Esquivel, tesorero ducal, desde Jimena a Sanlúcar para que sirvieran en la cámara de la duquesa en 1578. Por ellas ordenó el duque a su contador mayor que entregara a Esquivel los doscientos ducados por los que este las había comprado.

Los esclavos jimenatos eran hijos de esclavos o botín de guerra, objetos de trasmisiones por compraventa y herencias. El término “cosa” referido a los esclavos aparece en los contratos de compraventa y la terminología comercial los menciona como si de cualquier mercancía se tratase. El 30 de octubre de 1604 Alonso Bocache vendió al licenciado Alonso Ramírez, médico, a Domingo, su esclavo color negro de 22 años, “avido de buena guerra” por 106 ducados y añadía el vendedor “e confieso y declaro que es verdadero y justo precio y valor que el dicho Domingo vale”. Renunciaba a las leyes “en razón de las cosas que se venden y conpran por más o menos de la mitad del justo precio”.

Niños y mujeres también fueron esclavos en Jimena. Tal destino le tocó en suerte a María, “de nación berberisca”, que fue objeto de compraventa en 1632 por dos mujeres: Catalina Sánchez Holgado la vendió a Lucía de Gámez. Las dos eran viudas, pero la frialdad neutra del contrato no distingue géneros ni estados: "Sepan quantos esta carta vieren cómo yo, Catalina Sánchez Holgado, biuda, … vª desta villa de Ximª … vendo e doy en venta real de agora para siempre xamás a Lucía de Gámez, biuda de Ambrosio Hernández, vª desta villa y a quien della [obiere] causa, es a saber a María, mi esclava, de nación berberisca, [vlanca], de hedad de hasta veinte e uno o veinte e dos años, con un hierro pequeño en el lado derecho de la nariz, la qual le vendo por libre de enpeño e ypoteca e con todo el [derecho e ación] que a ella tengo e me pertenesce, por sana al presente de toda enfermedad pública ni secreta,… por precio e contía de dozientos y veinte ducados. Los contratos de compraventa proporcionan información amplia sobre la esclavitud".

Son textos formulistas que no hacen distinción entre un esclavo y una acémila. Comienzan con el nombre de los contratantes. El vendedor otorga que vende al esclavo o esclava, de quien se dice el nombre y la descripción física; así María, vendida por Juan Ruiz de Cobaleda, era “de color membrillo cocho, de hacia veinte años de hedad” y fue vendida junto con “Ana, su hija, que será al presente de seis meses, mis esclavas”. A continuación vienen las garantías o seguro de comportamiento: “Aseguro a la dha María, esclava, de que no es borracha, ladrona ni huidora, ni tiene mal de corasón, ni [gota…], ni ojos claros que no ve, ni otra tacha ni enfermedad pública ni encubierta”. Sigue el precio de la venta, que en este caso fue de 220 ducados, y el reconocimiento de que “no vale más”. Renuncia el vendedor a las leyes en su defensa y, a continuación, se reconoce también la propiedad del comprador: “Y os la doy y entrego para que sea vuestra y de vuestros herederos y sucesores /e della agáis a vuestra voluntad, como de cosa vuestra e propia”. Acaba el contrato, como todos, tras obligar sus bienes al cumplimiento del mismo, con la data en Jimena, el 18 de septiembre de 1616.

Los contratos de venta de esclavos solían incluir un seguro de buen comportamiento y buen estado físico. Tal seguro era la garantía, durante un tiempo fijado en el contrato, de esas buenas cualidades del esclavo. Si en ese tiempo las aseguradas buenas aptitudes eran defraudadas, se garantizaba que el esclavo sería devuelto a su anterior amo y el dinero pagado al comprador.

Choca desde nuestra perspectiva actual comprobar cómo personas religiosas con un acusado sentido de la decencia y la moral no tenían reparos en comerciar con ellos sin mostrar remordimientos y en considerarlos mero ganado. Tras los bueyes y las vacas aparecen en 1639 un esclavo y una esclava que los cinco hermanos Arrieta Samaniego incluyeron en los 2.500 ducados que entregarían para dotar a su hermana, D.ª Marina de Arrieta Samaniego, a la que tenían tratado casar con D. Diego de Toledo y Lugo.

Los Arrieta Samaniego eran en el siglo XVII una de las familias más poderosas del pueblo. Decían los hermanos que “los dichos dos mil y quinientos ducados desta dote nos obligamos de se los dar y entregar, estando velados, en bueyes, vacas y una esclaba y un esclabo, oro y plata y un ajuar, casas y sensos”. En la extensa carta de dote que concedió el citado marido descubrimos que el nombre de la esclava era Melchora, valorada en 3.000 reales.

Artículo publicado en Almoraima. Revista de Estudios Campogibraltareños, 60. Abril 2024.

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