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Ha sido constatado muchas veces a lo largo de la historia que las ideologías más extremas y nominalmente opuestas, con sus movimientos políticos, presentan entre sí más semejanzas que con otras más moderadas: los extremos se tocan, los polos opuestos se atraen. Lo que ha sucedido con la mundialización en las últimas décadas, y aunque muchos pensadores lo consideran "estafa", lo consideraremos "perversa entropía" (tendencia de los sistemas a degenerar). Mejor, lo llamaremos fraude: el fraude mundial que la globalización vinculada a la tecnología y la ruleta con control remoto de millones de operaciones financieras están produciendo ese efecto de nuevo. Radicalismo de géminis.
Los sentimientos colectivos se han globalizado también, y lo han hecho en tal medida que un votante de Trump en Alabama y miembro de la Asociación del Rifle es la versión yanqui de un soldado del ISIS, su teórica hidra islamista, su enemigo más odiado. Una muchacha antisistema de Berlín y un joven de ultraizquierda hecho tatuaje que deambula rabioso por las calles de Dresde son, más allá de las apariencias, correligionarios de un votante de Le Pen u otro que en la campiña inglesa se ha dejado inocular los miedos nacionalistas de Nigel Farage y ha votado sí al Brexit y quizá a la reconversión de su país en un paraíso fiscal, la versión digital del corsario Drake y de John Silver. Hubo un momento en que su odio, su desesperanza o el azar le hicieron coger a derecha o izquierda en la bifurcación. Dos senderos que llevan a la misma nada que producen la ira y el resentimiento: abrazar la violencia redentora.
La moderación no está de moda. Algunos pocos -por mucho que usted tenga, no es usted, ni de lejos- se han quedado no ya con su parte del queso, como contaba aquel libro de autoayuda profesional, sino con el queso absoluto y global. El miedo a un futuro que ya no es promisorio ni escenario de mejoras sociales convierten el recelo y el rencor en populismo a lo largo y ancho del mundo. En vez de los merengazos mentales del ecumenismo positivo y la conciencia cósmica redentora, cabe ponernos en modo Apocalipsis on, que es más sensato. Como afirmaba ayer en Babelia Panakj Mishra (La edad de la ira, Galaxia Gutenberg) "es hora de abrazar el pensamiento apocalíptico". Igual que los extremos se tocan, el pesimismo y el realismo van de la mano ante un estado de cosas degenerativo. Y es la única palanca para subvertir, quizá, las cosas. O darse al vino de Jerez, que es temporada.
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