Obras urgentes en la ciudad
150 ANIVERSARIO DE LA LÍNEA
1870-2020. Miguel del Manzano recorre en una serie de entregas los principales hitos del proceso por el que se creó La Línea
La Línea/Una vez constituido el nuevo Ayuntamiento de La Línea, se hizo necesario dotar a la ciudad de servicios y edificios públicos, entre los que destacan el matadero y la parroquia de La Inmaculada.
Al igual que el mercado de abastos, el matadero municipal fue objeto de especial atención por parte de las autoridades locales, ya que también entrañaba actividades relacionadas con la higiene y la salud pública.
El matadero estaba íntimamente ligado al mercado de abastos, especialmente a los puestos de carnicería, así como al alcantarillado, ya que el vertido de las aguas sanguinolentas y hediondas provocaba unos olores insoportables. Por estas circunstancias se fue aplazando su ejecución hasta que se logró un solar adecuado en las afueras de la ciudad.
A finales del año 1877, el Ayuntamiento se propone la construcción de un Matadero Municipal, que era una necesidad muy urgente, para evitar el peligro que suponía la venta de carne incontrolada, sin pasar por los registros sanitarios correspondientes. De esta forma, se proyecta, de forma provisional, la construcción de un centro donde se puedan sacrificar las reses que posteriormente fueran consumidas por la población.
Como ya ocurriera en otros casos, el Ayuntamiento manifiesta la falta total de fondos para poder acometer una empresa de tal envergadura. Nuevamente, el arquitecto gaditano, Adolfo del Castillo, que había realizado los proyectos de la Plaza de Toros y del Mercado de la Concepción, el que remite al Ayuntamiento un estudio para la construcción del Matadero Municipal. El proyecto es aprobado y la contrata se le concede al gibraltareño señor Navarrete. Se inician las obras, pero, poco después, el Ayuntamiento declara nulo el contrato suscrito y propone realizar las obras por cuenta de la administración municipal. Para tal fin, levanta un empréstito por el total de las mismas sobre el proyecto de Adolfo del Castillo.
Cuando se construyó era alcalde Enrique Rovira Ortiz. Su emplazamiento correspondía estratégicamente a las realidades y características urbanas de nuestro pueblo, pero pronto, el desorbitado crecimiento de nuestra población, le pondría cerco y le incorporaría, de hecho, dentro de nuestro núcleo urbano.
En terrenos de San Felipe y próximo a las ruinas del demolido castillo, casi en la playa de nuestra singular bahía, con fácil acceso para su necesario e imprescindible drenaje, el matadero estaba flanqueado por la derecha por la residencia y patio de servicios de la misma, en que habitó hasta su muerte, Luis Ramírez Galuzo, y por la izquierda, por el edificio que ocupaba la fábrica La Encarnación, propiedad de don Luis, en la cual se producían fideos, pastas para sopas y bebidas gaseosas.
El matadero era un edificio bastante espacioso, constituido por un amplio salón embaldosado, dos habitaciones más que suficientes para el uso que se le destinaban (despieces) y tres grandes corrales para las reses a sacrificar. Estaba situado en el Paseo de Andrés Viñas.
El matadero constituía en aquella época una fuente más de los recursos municipales. Su edificio, construido sin pretensiones arquitectónicas, que como ya hemos apuntado, fue proyectado como el Mercado de la Concepción y la Plaza de Toros por el arquitecto gaditano Adolfo del Castillo Escribano, llenaba las necesidades más elementales para el uso a que se destinaba, con amplios locales para el depósito de los productos obtenidos, hasta su inmediata distribución a las carnicerías locales, que se encargaban de su venta al público.
En la parte posterior un amplio corralón con sus obligados “burladeros” y la gran puerta por la que cada día llegaba, en bullicioso tropel, ajenas del cercano final que les esperaba, las reses conducidas a su inexplotable destino, por hábiles caballistas, adiestrados en la luminosa escuela que es el campo andaluz.
En este matadero se podía admirar el extraordinario arte en que habían convertido su oficio los miembros de la familia Serrano que allí, con curioso y merecida exclusividad, desempeñaban el oficio de matarifes, a las órdenes del profesor veterinario Vicente Serrano Marchante, responsable del establecimiento.
Para otros, tenía un especial incentivo. A su alrededor merodeaban, buscando la oportunidad de una tolerancia o burlando la deficiente vigilancia que apenas allí existía, los chavalillos o mozalbetes que soñando en días de gloria, en tardes apoteósicas, se jugaban la vida intentando lancear, a la luz de la luna o en tibios amaneceres, cualquier vaquilla propicia.
Una mañana, una de las reses que era conducida al matadero escapó del encierro a los llanos de San Felipe, que en tiempos ya lejanos habían servido de campo de fútbol al legendario equipo Victoria Eugenia. Los aficionados que siempre andaban por allí en espera de oportunidades, acosaron a la res, procurando instrumentarle algunos pases. Uno de ellos fue aparatosamente corneado y conducido a la Casa de Socorro, en la que fue hospitalizado. A los pocos días, hallándose de visita pastoral en La Línea el Obispo de la diócesis, Marcial López Criado, hizo la obligada visita a los enfermos y al encontrarse en el establecimiento hospitalario con el torerillo herido, le dijo, después de las palabras de consuelo de rigor en estos casos: “En lo sucesivo ten en cuenta, muchacho, lo que dice el Guerra: El arte del toreo no consiste en saber ponerse delante del toro, sino de quitarse a tiempo”.
Parroquia de La Inmaculada
Entre las primeras edificaciones realizadas desde que comenzó la formación de esta ciudad, entonces aldea, se contaba la Ermita de Nuestra Señora.
Era de propiedad militar, y su capilla era tan pequeña que apenas daba cabida a unas 80 personas. Se hallaba junto al cementerio, en una de las esquinas de la plaza, hoy llamada de la Constitución. En agosto de 1870, el Ayuntamiento, a iniciativa de la mayor parte del vecindario y dado el mal estado de la capilla de Nuestra Señora, decide la construcción de una nueva iglesia. En diciembre de este mismo año es designada una comisión para elegir el lugar de su edificación. En marzo de 1880 se demolió la ermita, dado su estado ruinoso.
El sacerdote encargado de la Capilla y la comisión nombrada al efecto encomiendan los planos a Enrique de Mesa, ese mismo año de 1870. En diciembre, la comisión elige el lugar donde se ubicará el nuevo templo. El sacerdote encargado de la iglesia, con el grupo de fieles y la comisión, dan inicio a los trámites legales. El 2 de mayo de 1873, por el obispo de Cádiz, Félix María de Arriete y Llano, se procedió a colocar la primera piedra, en terrenos cedidos gratuitamente por Juan Garesse y bajo la dirección, también gratuita del maestro de obras, Juan Gil. Posteriormente el Ayuntamiento cedió más terrenos, en los baldíos existentes al norte de los Pabellones Militares.
Comienzan las obras, que se van realizando a medida que lo permiten las colectas, por lo que sufren numerosas paralizaciones. En 1873, el obispo, Féliz María de Arriete, le erigió en Parroquia independiente de la de San Roque. En 1875, siendo obispo Jaime Catalá y Albosa, se gestiona que sea reconocido, por el Gobierno, el Curato creado en 1873.
Al empezar el año 1879, el obispo convoca una Junta de Personas Notables, que acordaron erigir un templo parroquial usando las obras realizadas, haciendo este ofrecimiento de cuantos recursos fuesen necesarios. Las obras fueron dirigidas por el cura ecónomo Santiago Fernández Caro. Se invirtieron en esta obra más de nueve mil duros, obtenidos de las limosnas de los feligreses y otras ayudas.
El nuevo templo fue inaugurado el 8 de diciembre de 1879, festividad de la Inmaculada Concepción, bajo cuya advocación fue puesto.
Aunque abierto al culto, aún quedaba mucho por hacer en su interior: faltaban las bóvedas, el coro, el órgano o el retablo del altar mayor.
Debido a los temporales de lluvia, se resienten los tejados, hasta el punto de no poder celebrarse misa los días de lluvia. El párroco debe volver a buscar recursos, implorándolos al vecindario.
Fue reconocida esta parroquia por el poder civil por Real Decreto de 22 de mayo de 1880.
En 1898, se erige el archivo, sacristía y habitación del párroco, José Fernández Ramírez. En 1899, el alcalde Manuel Santoro de la Rosa expone al Ayuntamiento “que debido al notable crecimiento del vecindario, en su mayoría de clase obrera, se hace necesario un reloj público, que marque las horas para ir con puntualidad a sus trabajos, el cual estaría instalado en la torre de la Iglesia Parroquial. En esta cuestión, al igual que en el logro de muchas mejoras realizadas en la parroquia, hay que hacer destacar la labor del padre Rodríguez Cantizano”.
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