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Los primeros habitantes

150 aniversario de La Línea

1870-2020. Miguel del Manzano recorre en una serie de entregas los principales hitos del proceso por el que se creó La Línea

Varias barracas, en los arenales del Zabal
Miguel Del Manzano Pratts

17 de enero 2020 - 06:01

La Línea/Como ya hemos comentado, en 30 años aumenta considerablemente la población del recién creado municipio de La Línea, que pasa de 330 habitantes en el año 1870 a 31.862 en 1900. Los nuevos habitantes proceden principalmente del resto de la comarca y de Andalucía. También llegaron de otras zonas deprimidas del país y fueron numerosos los extranjeros de Génova, Malta y Portugal que fijaron aquí su residencia.

La Agencia Consular Portuguesa, abierta en 1875, se elevó a Vice-Consulado en 1879 a la vista del incremento de esta colonia, que llegó a alcanzar las 2.000 almas. En La Línea se estableció un barrio portugués y su vía principal era la calle Lisboa.

Otro grupo numeroso fue el de los malteses. Venían del mismo Gibraltar, pero como allí no les dejaban establecer residencia, se venían a La Línea.

Se dedicaban principalmente a la conducción de coches de caballo y al comercio. Era curioso observar que todos los cocheros eran malteses. Por aquel entonces, el único medio turístico para visitar la Roca era el coche de caballo. Los malteses que hacían fortuna se quedaban en Gibraltar.

Pero la población de aluvión más numerosa llegó de los pueblos cercanos y de las provincias andaluzas. Un buen contingente era de la provincia de Málaga, principalmente de la Serranía de Ronda. Otro era de la sierra de Cádiz, y otros, de Andalucía oriental, sobre todo agricultores y pescadores. También llegaron castellanos y gente de otras regiones de España.

Esta primera población de aluvión formó una amalgama de gente abierta, generosa, sencilla y hospitalaria. Las grandes obras portuarias en la colonia de Gibraltar atrajeron a miles de obreros, que se asentaron en La Línea ante la prohibición de pernoctar en la fortaleza. Ya entonces la estancia resultaba mucho más barata en esta parte (como sucede hoy en día), por lo que muchos gibraltareños escogían residir aquí y trabajar allá.

Todos aspiraban al trabajo en Gibraltar, por ser el más seguro y el mejor pagado. Es muy difícil aventurar el primer censo de la ciudad por las grandes oscilaciones que producían los flujos y reflujos migratorios. Vinieron artesanos, pintores, albañiles, vendedores, carniceros, zapateros, verduleros, transportitos y un sinfín de otros oficios.

La vivienda linense

En 30 años la población se había multiplicado casi por 100. Esta extraordinaria riada de emigrantes durante el último cuarto del siglo XIX acarrea grandes problemas, sobre todo de vivienda. Venía gente de todas partes, atraída por el trabajo de Gibraltar. Aquí se trabajaba y se comía.

Los agricultores llegaban en busca de las parcelas que las autoridades concedían a los que quisieran cultivarlas, sobre todo en los arenales del Zabal. Los pescadores pretendían faenar en las playas de Levante y Poniente, donde era fácil echar el copo y capturar excelente pescado. Los artesanos sabían que eran necesarios, tanto para abastecer a La Línea como a Gibraltar.

A consecuencia de esta avalancha humana se produjo un hacinamiento de población, que iba ocupando los lugares que los militares les permitían, desatándose el angustioso problema de la escasez de vivienda. La comida y el trabajo no eran problemas. La vivienda constituía la esencial preocupación de los habitantes de la zona.

Cientos de personas llegaban diariamente a La Línea y no tenían donde albergarse. Lo inmediato era acudir a los materiales que proporcionaban el entorno o los desechos que llegaban de Gibraltar. Todo ello, unido a la prohibición de realizar en esta zona edificaciones de carácter permanente, establecido por Real Decreto de 24 de julio de 1862, llevó a la construcción de alojamientos con materiales ligeros, de rápida y fácil destrucción, si las necesidades militares así lo requerían. Esto hace que, durante algún tiempo, se autorice la construcción de tales barracas, lo que entorpecería luego la debida ordenación urbana de la ciudad.

Al principio, a excepción de un reducido grupo de la clase pudiente, la mayoría de la población se vio obligada a construirse una chabola o barraca.

La chabola era un espacio muy reducido, generalmente de una sola estancia, con tablas recubiertas de cartones, latas y otros materiales pobres de desecho, con techumbre de cartón embreado o simplemente encalado, que se sostenía con travesaños de madera. Se levantaban sobre la arena, la cual se amontonaba a su alrededor para inmovilizarlas, constituyendo la única fijación de tales chozas al suelo.

Solamente servía para dormir o para resguardarse de las inclemencias del tiempo, realizando el resto de su vida a la intemperie, en los arenales que rodeaban la mencionada chabola.

La barraca se construía con un espacio algo más amplio, dividida por lo general en dos compartimentos, además de la cocina, que se hacía en el exterior. Tenía una estructura de piedra con barro y se cubría con un techo de madera y latas, conseguidos en los vacíes de Gibraltar. En algunos casos llegaban a soportar un tejado. No tenían unas buenas condiciones climáticas, porque en invierno resultaban muy frías e inhóspitas, mientras que en verano se caldeaban con el sol. A finales del siglo XIX había en La Línea más de un millar entre chabolas y barracas.

El patio de vecinos

En numerosas ocasiones, se construía un muro de mampostería que cerraba un amplio espacio casi rectangular, en cuyo interior, y adosadas a dicho muro, se instalaban aquellas barracas; un acceso practicado en el referido muro, comunicaba estas viviendas con el exterior. Disponían de un pozo para abastecerse de agua potable para sus usos domésticos y los servicios o retretes eran comunes.

Estas edificaciones recibieron el nombre de patios, los cuales en un más avanzado progreso de edificación, sustituyeron el referido muro de cerramiento por viviendas de mampostería, con huecos a la vía pública, formando verdaderas manzanas, siendo características de sus fachadas, la puerta y la ventana, que se sucedían, correspondientes a cada una de las viviendas.

Aguadores linenses cogen agua de un pozo

El patio era un recurso económico del espacio, de los servicios y del agua. La Línea llegó a tener más de setenta patios. La mayoría de las viviendas poseían una habitación multiuso (salón, dormitorio y comedor) y una cocina. Los demás servicios eran comunes. El pozo era un elemento de primera necesidad, pero se convirtió en un ornato simple y bello.

Cada vivienda se denominaba “partido”, que los había de una habitación, de dos y hasta de tres. En algunos de ellos, la cocina era un simple poyete, donde se apoyaba el anafe de carbón. Había patios de una sola planta, que eran los más numerosos, y de dos plantas, que eran los que tenían mayor número de vecinos, como Serruya, Negrotto, Celeste, etc.

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