Personajes ilustres, famosos y populares (LIX)

Enciclopedia de La Línea

El autor recuerda la trayectoria de Diego Salinas, militar vinculado a la pérdida de Gibraltar

'El último de Gibraltar', cuadro de Augusto Ferrer-Dalmau que retrata a Salinas delante del Peñón.
'El último de Gibraltar', cuadro de Augusto Ferrer-Dalmau que retrata a Salinas delante del Peñón.
Miguel Del Manzano

13 de octubre 2019 - 05:00

La Línea/La Enciclopedia de La Línea recoge en el tomo III las biografías de 329 personajes linenses o muy vinculados a la ciudad. Están representados casi todos los estamentos y profesionales. Contiene historias de literatos, pintores, docentes, sacerdotes, médicos, cantaores, cantantes, bailaores, compositores, músicos y toreros, además de psicológicos, locutores, deportistas y actores.

Diego Gómez de Salinas (Militar)

Diego Gómez de Salinas nació en Madrid, un 3 de agosto de 1649, en la casa que sus padres, Pedro Gómez de Salinas, natural de Pamplona, y Agustina Rodríguez de Villarroel, de Madrid, tenían cerca de la madrileña Puerta de Moros. Pocos días después fue bautizado en la iglesia de San Andrés, que se encontraba a las espaldas de la mencionada Puerta de Moros. Pertenecía Salinas a una familia de hidalgos provenientes por parte paterna de las montañas de Burgos: por la parte materna su abuelo era Pedro Rodríguez de Villarroel, natural de Valladolid, regidor de la capital desde 1635.

La carrera militar

Comenzó en la milicia sirviendo como paje del Condestable de Castilla, Iñigo Fernández de Velasco. Salinas partió con el séquito del Condestable en 1667 alistado como soldado de a caballo, pero pronto fue ascendido a alférez de caballos. Consiguió el rango de capitán de infantería española, sirviendo con una compañía en el Tercio de don Fernando Valladares hasta 1668.

Este año pasó a Flandes con este tercio, ya al mando de su propia compañía, y se señaló en el sitio de Vorden, al este de Holanda. Como premio por sus servicios en Flandes, el Condestable, que era gobernador y capitán general de aquellos estados, le otorgó la patente de capitán de caballos corazas en 1670. En 1672 comenzó la Guerra de Holanda; y continuó en los Países Bajos hasta el año de 1673.

Tras la campaña de Flandes, volvió a España en ese año y pasó al Ejército de Cataluña, siendo agregado a las compañías de caballos de las Tropas de Toledo. En la campaña catalana destacó valientemente en varias acciones contra los franceses en la defensa de la ciudad de Puigcerdá en 1675, donde fue herido.

En diciembre de 1677, poco antes de que la Paz de Nimega pusiese fin al conflicto, fue reformado, pasando a Murcia donde quedó acuartelado. El período entre 1677 y 1685 nos es desconocido: no volvemos a encontrar a Salinas hasta 1685, año en que lo descubrimos en la ciudad de Pamplona sirviendo de nuevo en la carrera militar con el grado de maestre de campo de Infantería Española. En este año pidió el ingreso en la orden de Santiago; por decreto de 25 de julio, en consideración a sus muchos méritos se le hizo merced del hábito de Santiago, de que el Real Consejo de las Órdenes le despachó título en 10 de Noviembre de 1685.

En la ciudad de Pamplona le sorprendió la última guerra del siglo con Francia. Participó bajo las órdenes del virrey de Navarra, marqués de Valero, en la acción de los montes de Alduide, donde con mil hombres de la guarnición del castillo de Pamplona entró en Francia, puso en fuga a los franceses y demolió unas 300 casas que dichos franceses habían edificado en aquellos montes, liberando el territorio de invasores. Después del fin de las hostilidades, Salinas fue nombrado Sargento General de Batalla, y pasó a ocupar el gobierno de la plaza de Gerona, en un principio en calidad de gobernador interino. Allí permaneció, al menos, dos años, hasta que el Rey Borbón se acordó de él para que sirviera como gobernador de Gibraltar.

Pérdida de Gibraltar

Efectivamente, en diciembre de 1701 Felipe V le concedió el gobierno de la plaza de Gibraltar, sustituyendo a José de Garro. Al principio sólo con el cargo de gobernador militar: más tarde se le agregó el corregimiento y pasó a ser también gobernador de lo político, cargo que desempeñó hasta la pérdida.

Es en ese año de 1702 en el que el Rey publica guerra contra los aliados y comienza el juego de las potencias europeas. Gibraltar, como plaza vital que era, entró pronto en la estrategia de los aliados.

La primera intentona austracista en Cádiz en 1702 alertó al gobernador de Gibraltar y reiteró sus peticiones de ayuda a Villadarias y a Madrid, según sus propias palabras.

Los historiadores coinciden en que Salinas partió a Madrid a denunciar el estado de indefensión en que se hallaba la plaza. Salinas escribe a Villadarias, en repetidas ocasiones pidiendo refuerzos y al Marqués de Canales, que le había prometido la recluta de dos maestres de campo que estaban en Cádiz, pero las compañías resultaron ser inexistentes. Pocos días antes de la llegada de la flota anglo-holandesa a las costas gibraltareñas, Salinas escribía al gobernador de Málaga quejándose de la poca guarnición y de la menos prevención en que se hallaba la ciudad.

El 1 de agosto apareció la flota aliada en la Bahía, con la consiguiente alarma de la población. Los ingleses desembarcaron en las playas cercanas: la caballería de la plaza, unos treinta o cuarenta hombres de la milicia, intentó estorbar la maniobra pero la artillería de la flota los puso en fuga, con algunas bajas españolas. Los marines marcharon entonces sin oposición hacia el istmo, donde ocuparon los tres molinos de viento y las huertas colindantes y desde allí instaron al gobernador a que se rindiese. La respuesta de Salinas y del cabildo de la ciudad de Gibraltar a las pretensiones del príncipe de Darmstadt fue clara, concisa y un punto fanfarrona, a la vista de lo que sucedió después:

“Excmo. Señor, habiendo recibido esta ciudad la carta de V. Exc., su fecha de hoy, dice en respuesta: Tiene jurado por Rey y señor natural al Señor D. Felipe V; y que como sus fieles, y leales vasallos, sacrificarán las vidas en su defensa, así esta ciudad como sus habitantes; mediante lo cual no le queda que decir sobre lo que contiene la inclusa; que es cuanto se ofrece y deseo que nuestro Señor guarde a V. Exc. los muchos años que puede. Gibraltar y Agosto primero de mil setecientos cuatro”.

Salinas, viendo que la situación era seria, escribió a Villadarias pidiendo socorro.

Pronto se les acabó la paciencia a los generales aliados. El príncipe de Hesse escribió al gobernador español, intimándole a la rendición inmediata y amenazando con que “si dentro de media hora de recibir V. E. esta, no rinde la plaza á su legítimo Rey y Señor Carlos III, se pasará á todo rigor que mereciere la resistencia de V. E”.

Y a su vez el almirante Rooke también escribió al gobernador Salinas para que se rindiese. Ante la falta de respuesta, la flota comenzó su ataque sobre la ciudad. Después de un fuerte bombardeo, que desató incendios por toda la ciudad llegando incluso a afectar a la casa del gobernador, y de la toma del castillo del muelle nuevo, el Landgrave conminó de nuevo a la rendición en el plazo de una hora. Después de un intercambio de cartas, se reunió el Cabildo de la ciudad con los sargentos mayores, cabos y demás oficiales y determinaron capitular ante los aliados ante la grave situación en la que se encontraba la plaza. Lo cual llevaron a efecto a la mañana del 4 de agosto, tras pactar unas capitulaciones que estimaron honrosas.

Grabado sobre la toma de Gibraltar.
Grabado sobre la toma de Gibraltar.

La historiografía española, siguiendo a Salinas, pone el acento en dos puntos fundamentales: el mal estado de las defensas de la plaza y la falta de guarnición. Las andanadas desde la ciudad tuvieron poco resultado ya que hizo nulo efecto en los aliados. Por lo tanto, la causa de la ineficaz respuesta artillera pudo deberse también a la escasez de artilleros o a su inexperiencia antes que a la falta de cañones o a su mal estado. Así pues la causa de la rendición hay que buscarla probablemente en la actuación de la población civil durante el sitio. Las fuentes inglesas más cercanas en el tiempo coinciden en señalar que la captura de las mujeres, niños y demás gente inútil fue fundamental para que Salinas se rindiese tan pronto y sin haber presentado una fuerte resistencia, tal y como se esperaba de un soldado veterano de las guerras de Flandes y de Cataluña. Tras la salida de la guarnición y de la población, el gobernador y parte de los gibraltareños se unieron a las tropas del marqués de Villadarias que sitiaron la ciudad.

La siguiente noticia que tenemos de Salinas nos lo presenta en julio de 1706 todavía en el Campo de Gibraltar, ya que solicita autorización al cabildo gibraltareño para cortar madera en los montes de la ciudad con destino a Ceuta, sitiada entonces por Muley Ismail. Después de esta noticia, Salinas desaparece de la historia del Campo de Gibraltar.

Villaescusa de Haro se encuentra en la provincia de Cuenca. Era entonces una encomienda. Fue a esta encomienda, que a principios del siglo XVIII era un pequeño lugar con unos trescientos vecinos más o menos, a donde Felipe V destinó a Gómez de Salinas. La encomienda de Villaescusa parecía más bien un destierro encubierto antes que un premio.

Salinas, un sargento general de batalla que había gobernado plazas tan importantes para la monarquía como Gerona y Gibraltar, recibía como premio la encomienda de un lugarejo de Cuenca, en medio de la meseta. Allí debió de permanecer hasta que sintió que la vida se le acababa.

Testó el comendador Diego el 6 de febrero de 1719 ante el escribano Manuel López de Palacios, nombrando como heredera de todos sus bienes a su hermana Francisca, profesa a la sazón en el convento madrileño de la Concepción Jerónima. Poco después de hacer testamento, murió en Madrid, el 27 de noviembre de 1720 y fue enterrado de secreto en el mencionado convento de la Concepción. Su partida de difuntos está en la parroquia de San Martín, en Madrid.

Su cuerpo estuvo en el convento hasta que éste fue derribado en el año de 1890 para abrir la calle Duque de Rivas. Los sepulcros fueron trasladados a la Casa y Torre de los Lujanes donde debe de reposar su cuerpo mortal.

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