"Siempre he dicho que soy hombre del Estrecho"
Entrevista | Gerardo Piña-Rosales, escritor
Linense que reside en Nueva York, publica nueva novela donde ahonda en su memoria familiar, titulada 'Voz que clama en el Estrecho' y que arranca a finales del siglo XIX
Piña-Rosales fue durante diez años director de la Academia Norteamericana de la Lengua Española
"Los hispanounidenses no son nunca extranjeros en este país, digan lo que digan Trump y sus seguidores", afirma
Gerardo Piña-Rosales nació en La Línea en 1948, emigró a Marruecos con ocho años y reside en Nueva York desde 1973. Fue director de la Academia Norteamericana de la Lengua Española hasta 2018 y fue profesor de Literatura en la Universidad de la Ciudad de Nueva York. Es uno de esos linenses errantes que no han olvidado su cuna. Acaba de publicar Voz que clama en el Estrecho, un ejercicio literario y de memoria, su memoria familiar. El lector podrá realizar un viaje por momentos atemporal, con muchos protagonistas, y compartir hechos y escenarios en el que cada uno de nosotros, habitantes de un territorio tan singular, identificamos con personas distintas.
Pregunta.¿Cómo definiría su novela?
Respuesta.Voz que clama en el Estrecho es una obra polifónica, donde se barajan y confunden lo autobiográfico y la ficción. Pero, a diferencia de las novelas tradicionales, los textos que la componen van desde lo puramente narrativo, tanto ficcionales como históricos o periodísticos, con incursiones en lo ensayístico, en los dietarios y crónicas.
P.Con muchas voces.
R. En realidad, más que de voz habría que hablar de voces, pues son las voces de los protagonistas las que entretejen el cañamazo de la novela. Esta novela, en la que invertí seis años, se puede considerar como un mosaico; las teselas de ese mosaico son las historias que la conforman. El hilo conductor es la voz misma del narrador, que nos cuenta no sólo su vida, o lo que considera su vida, sino las de los demás personajes, principalmente las de sus familiares, en un entorno donde se contrapuntea el Campo de Gibraltar, La Línea donde nací o San Roque, con el norte de Marruecos, Tánger, Tetuán...
P.¿Es un reto personal, un juego con el lector o no todo se puede contar bajo la uniformidad de un solo género literario?
R.Pues todo eso. Quería que esta novela superase, tanto por su forma como por su fondo, a mis anteriores Desde esta cámara oscura, Losamores y desamores de Camila Candelaria o Don Quijote en Manhattan. Me esforcé en escribir una novela, digamos “experimental”, una especie de homenaje a la literatura, a la que he dedicado toda mi vida. A lo largo de toda la novela siempre tengo presente al lector, pues al fin y al cabo uno escribe para alguien. Y no se escribe partiendo de la nada: la literatura es siempre un diálogo con otras literaturas. Para ser escritor hay que ser lector. Yo no hubiera podido nunca escribir esta novela sin la influencia consciente o inconsciente de autores a los que siempre he admirado. Son parte de mi familia.
P.En el relato hay casi instantáneas. ¿Influye su condición de fotógrafo?
R.En efecto, la fotografía es otra de mis pasiones. Es muy posible que haya influido en la novela, porque el detonante de muchas de esas historias suele ser una imagen. En mí prima siempre la imagen, concreta o nebulosa. Como se dice en la “Advertencia al lector”, en más de una ocasión tuve que acudir al álbum familiar. Una fotografía es siempre una representación del pasado. Pero no me limité a describir las imágenes, sino que intenté darles vida. Los retratados hablan, dialogan con el narrador y entre ellos mismos. En otros libros míos se reproducen mis fotografías, pero en esta novela opté porque fuera el lector quien reconstruyera esas imágenes “fantasmales”.
P.¿Cómo considera que ha evolucionado La Línea y el Campo de Gibraltar?
R.Todo cambia. Pero también todo permanece, al menos en el recuerdo. Aunque mi familia emigró a Tánger en 1956, donde residí hasta 1973, cuando me fui a los Estados Unidos yo seguía yendo a La Línea todos los veranos para visitar a mis tíos. Muchos años después, viviendo ya en Nueva York, como mis padres después de cuarenta años en Marruecos habían regresado a La Línea, donde se conocieron y se casaron tras la Guerra Civil, los visitaba a menudo. Fue entonces que comencé a recorrer, obsesivamente, toda la comarca. En mi archivo fotográfico hay miles de fotografías de todo ese entorno para mí tan querido. Siempre he dicho que soy hombre del Estrecho. Mi madre había nacido en Gibraltar y mi padre en Larache. Mis abuelos maternos están enterrados en Gibraltar, mi abuelo paterno en La Línea, y mi abuela, en Algeciras.
"Los hispanounidenses no son nunca extranjeros en este país, digan lo que digan Trump y sus seguidores"
P.Su memoria sobre estos lugares, cuando la compara con la realidad, ¿cuánto se pierde o se gana?
R.La memoria suele ser engañosa, pero para un escritor es primordial. En puridad, todos llevamos dentro no las memorias de nuestro pasado, sino los ecos de esas memorias. La visión de la realidad no es monolítica, sino cambiante, proteica. Cambia porque las personas cambian. La mirada de un niño no es la de un adulto. Nuestra comarca ha cambiado mucho, para bien y para mal. Una de mis preocupaciones es el medio ambiente, y en este sentido se han cometido verdaderas barbaridades. Y todo por la ambición, por la codicia y, por qué no decirlo, por la estupidez. Y es una lástima, porque nuestra comarca es de una riqueza cultural enorme.
P.¿Es esta obra un reencuentro consigo mismo?
R.Yo diría que en parte sí, un reencuentro con mi pasado, que no es nunca pasado, porque se encarna siempre en el presente. Quise recobrar el tiempo perdido, no a lo Proust, sino como un intento fútil, lo sé, de encararme con la muerte para decirle: “Todavía no, todavía no”.
P.Ha desarrollado su carrera profesional en Estados Unidos. ¿Cuál es el estado de salud de la lengua hispana en ese país?
R.Fui director de la Academia Norteamericana de la Lengua Española, cargo que abandoné en 2018, año en que murió mi querida esposa, Laurie, a quien, por cierto, está dedicada mi novela. En la ANLE siempre hemos insistido en que los emigrantes hispanos aprendan inglés, pero sin olvidar nunca el español. El español goza de muy buena salud en los Estados Unidos. Hay lingüistas que auguran la desaparición de nuestra lengua porque las nuevas generaciones prefieren expresarse en inglés. Se equivocan: a diferencia de otras comunidades, los hispanos se aferran a su cultura y a su lengua como a un clavo ardiendo. Después de todo, el español fue la primera lengua europea (no el inglés) que se habló en lo que hoy constituyen los Estados Unidos de América. En otras palabras, los hispanounidenses no son nunca extranjeros en este país, digan lo que digan Trump y sus seguidores.
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