La Línea y Gibraltar, unidos por los pedales: la historia de un taller de bicicletas con seis décadas de rodaje
Durante 65 años, este comercio no solo ha sido una tienda de bicis: es el punto de referencia para los transfronterizos que cruzan cada día la Verja para trabajar en el Peñón
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La Línea/La Línea de la Concepción es una ciudad llana, de esas que parecen haber sido diseñadas para que las ruedas giren suavemente mientras uno pedalea sin esfuerzo. Sin colinas, sin cuestas, el suelo aquí invita a deslizarse, como quien traza una raya sobre un papel en blanco. Y en este paisaje, entre el bullicio de las calles del centro y la cercanía de la Verja con Gibraltar, las bicicletas han encontrado su reino.
En La Línea, las bicicletas no son solo para el verano, ni mucho menos. Aquí, pedales y ruedas forman parte del día a día de los linenses, que encuentran en este medio de transporte una forma de vida, un hábito nacido del propio territorio y de una realidad particular: los trabajadores transfronterizos. Cada mañana, cientos de hombres y mujeres atraviesan la Verja para ganarse la vida en la colonia británica, y lo hacen en bicicleta, de un lado a otro, en un flujo incesante que recuerda la marea. Junto a la Verja, una escultura en bronce inmortaliza la figura de un trabajador en bicicleta, símbolo de orgullo y testimonio de esa relación indisoluble entre La Línea y el trabajo en el Peñón.
Ciclo Veloz
En este contexto social y urbano, Ciclo Veloz se ha convertido en un emblema. La tienda, ubicada en la calle San Pablo, lleva seis décadas como punto de encuentro para ciclistas de todo tipo. En su taller, el sonido de las herramientas acompaña el paso del tiempo, y las bicicletas, en todas sus formas y estilos, cobran nueva vida, preparadas para seguir rodando. Aquí, los clientes no solo encuentran productos, sino también la sabiduría de quien lleva años entendiendo que en La Línea, pedalear no es una moda pasajera, sino una costumbre que se transmite de generación en generación.
Moisés Fernández Moreno, con sus manos aún manchadas de grasa de tanto ajustar ruedas, tiene esa mirada de quien ha visto pasar el tiempo desde su taller. Y bien lo sabe él, que de pequeño correteaba entre las bicicletas y las cajas de repuestos, absorbiendo sin saberlo la sabiduría de aquel oficio que hoy lleva en las venas. En La Línea, Moisés es casi una leyenda: un profeta de las bicicletas. Su historia se entrelaza con la de la tienda, fundada por su padre hace ya 65 años, cuando las primeras bicicletas empezaban a definir el ritmo de la ciudad.
“Llevo aquí 64 años”, dice, y al pronunciarlo es como si trazara un mapa de esa vida que ha pasado entre cuadros, frenos y pedales. “Gracias a que somos una empresa familiar y el local nos pertenece, sobrevivimos”, explica, señalando la ventaja de tener ese rincón en la calle San Pablo. “Los negocios cambian mucho, pero la gente sigue montando en bici”. Su voz suena a promesa de continuidad.
“Antes, aprendías algo y eso era para toda la vida”, reflexiona Moisés, quien ha tenido que reinventarse para seguir en la rueda del oficio
Pero la competencia, claro, también se ha modernizado. “Esto es como un pastel de cumpleaños que, antiguamente, nos lo repartíamos entre cuatro”, comenta con una sonrisa que mezcla ironía y resignación. “Pero de un tiempo a esta parte, se han sumado muchos invitados: grandes superficies o las compras por Internet. Así que nos ha quedado una porción de tarta mucho más pequeña”. Sin embargo, Moisés mantiene su negocio a flote.
Y esa devoción silenciosa por el oficio, no se perderá: su hija Maite ya anda en el taller. Moisés se toma un momento para observar a su heredera mientras ella trabaja, inclinada sobre una bicicleta a medio reparar. “Yo tengo cuatro hijos y Maite es la única a la que le gusta trabajar con las manos”, comenta con una mezcla de orgullo y complicidad. Para él, verla aquí, en el taller que ha sido su vida, es una suerte de continuidad que le alivia. Maite pasó varios años trabajando como camarera en Gibraltar, pero pronto descubrió que lo suyo estaba más cerca del sonido de las llaves inglesas que del ajetreo de los restaurantes. “Se hartó y se vino al negocio familiar”, recuerda Moisés. “Ha empezado con las cositas más sencillitas y, poquito a poco, va cogiendo más responsabilidad”.
El taller es un mundo en sí mismo, y la mecánica de las bicicletas, un universo en constante cambio. “Antiguamente, la mecánica no era la de ahora”, explica Moisés, “ha evolucionado muchísimo. Antes, tú aprendías algo y eso era para toda la vida. Ahora tienes que estar todos los días comprando herramientas y actualizándote”. Y él, como todo artesano que se adapta a su tiempo, ha aprendido a aprovechar Internet para mantenerse al día en este laberinto. “Por ejemplo, han entrado las eléctricas. Eso sí que es complicado”, dice, con el tono de quien sabe que ese reto es ya parte de su día a día. Los patinetes eléctricos, sin embargo, prefiere dejarlos a un lado: en Ciclo Veloz solo se venden repuestos.
Maite, desde su rincón del taller, asiente. “El mercado cambia constantemente: modas, modelos…”, añade. Ahora las bicis para niños, por ejemplo, se llevan sin pedales, una tendencia que deja atrás a los viejos triciclos que alguna vez fueron tan populares. Para ella, este negocio es como un terreno en movimiento: “Muchos productos llegan nuevos. Algunos funcionan, otros no. Entonces, es ir probando y sobreviviendo”.
Maite sonríe al hablar de su clientela, esa peculiar mezcla entre La Línea y Gibraltar: “Aquí en La Línea, aunque sea para ir al Peñón, a la gente le gusta la bici de montaña"
En el taller de Ciclo Veloz, la clientela tiene un perfil propio: trabajadores transfronterizos que, cada mañana tras mañana, cruzan la Verja para ir a Gibraltar. Maite sonríe al enumerar los encargos más comunes: “Principalmente, arreglamos bicicletas de gente que se mueve entre La Línea y Gibraltar: un pinchazo, los frenos... Y ya después, pues, claro, alguna que otra vez vendemos algo de más categoría”. Lo dice mientras observa una bicicleta de montaña preparada para la ciudad. “Aquí en La Línea, aunque sea para ir al Peñón, a la gente le gusta la bici de montaña. Somos muy peculiares en la zona”, comenta.
Y es que Ciclo Veloz, como su clientela, es un lugar de mezclas, de historias cruzadas. “Gibraltar nos da clientes de todas partes del mundo”, añade Maite, enumerando las bicicletas exóticas que han pasado por su taller. “Me han llegado bicis de Holanda, de Estados Unidos...”. Así, en este rincón de La Línea, el pequeño taller de la calle San Pablo se convierte en un puente invisible entre tierras, culturas y generaciones, donde el pedal, a pesar de la modernidad, sigue siendo el rey.
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