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La Guardia Civil en La Línea (VII)

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Este séptimo capítulo está dedicado al orden público en la Aduana con Gibraltar (1910)

Cuadro del servicio en la Aduana de La Línea (1910)
Jesús Núñez - Coronel de la Guardia Civil y doctor en Historia

25 de marzo 2019 - 06:02

La Línea/Siempre fue preocupación del Ministerio de la Gobernación y la Dirección General de la Guardia Civil, junto al gobierno militar del Campo de Gibraltar, atender las necesidades de La Línea de la Concepción en materia de orden público, hoy llamada seguridad ciudadana.

Allí concurrían unas singulares circunstancias derivadas, para lo bueno y lo malo, de su vecindad con la colonia británica de Gibraltar. Otra cuestión diferente eran las capacidades para hacerlo como realmente se necesitaba.

La respuesta habitual consistía en enviar pequeños refuerzos puntuales cada vez que era necesario, si bien la verdadera solución pasaba por aumentar su plantilla con carácter permanente, cuestión nada fácil.

Sirva como ejemplo la situación y el servicio que prestaba la Guardia Civil en 1910 como único cuerpo policial de ámbito estatal allí desplegado para velar por la seguridad ciudadana.

Ello suponía no sólo garantizar la seguridad de personas y propiedades en el municipio, como en el resto de España, sino también asumir un servicio realmente delicado y penoso que no se daba en ningún otro punto del país.

De hecho, y en verdad, la Guardia Civil no quería prestarlo, pero siempre abnegada y disciplinada, cumplía una vez más lo ordenado.

Resulta que el 15 de abril de 1910 el gobernador militar del Campo de Gibraltar, general de división Julio Domingo Bazán, como delegado especial de orden público, dirigió sendo escrito al ministro de la Gobernación, Fernando Merino Villarino, solicitando aumentar la plantilla del puesto de la Guardia Civil de La Línea, con una pareja de infantería y otra de caballería.

La razón de ello era que había dictado un bando que “obliga a la fuerza de La Línea a una vigilancia excesiva que proporciona un trabajo constante y asiduo, si ha de cumplir su misión con el tacto preciso para evitar alteraciones en el Orden Público promovidas por los contrabandistas perjudicados por esa medida y con la perseverancia debida si ha de lograrse de una manera eficaz desaparezca el lamentabilísimo espectáculo que ante la vista de los extranjeros dan diariamente en el camino que une La Línea con Gibraltar, el numeroso personal maleante dedicado al comercio ilícito”.

Para entender bien lo que el general exponía hace más de un siglo, hay que conocer primero el importante y singular movimiento de transeúntes que tenía, desde finales del siglo XIX, la Aduana de La Línea.

Sirva la referencia del periodista Lutgardo López Zaragoza en su Guía de Gibraltar y su Campo, editada en 1899: “No tiene importancia en lo referente a su recaudación de derechos arancelarios, puesto que las mercancías que se introducen son muy limitadas; pero si la tiene para la represión de las introducciones ilegales de toda clase de artículos, especialmente del tabaco… Transitan diariamente por sus puertas sobre 15.000 almas, 300 caballerías y 300 carruajes; estando desempeñados los servicios auxiliares de reconocimiento por la sección veterana de Carabineros, compuesta de un sargento, dos cabos y cuarenta individuos, mandados por un primer Teniente.”

Volviendo a la petición del gobernador militar, el subsecretario del ministerio de la Gobernación, Juan Fernández Latorre, por real orden comunicada de 23 de mayo de 1910, solicitó parecer al teniente general Joaquín Sánchez Gómez, director general de la Benemérita.

Éste emitió su parecer el 21 de junio siguiente, tras recabar oportuno informe del teniente coronel Eduardo González de Escandón García, jefe de la Comandancia de Cádiz y subinspector accidental del 18º Tercio (Cádiz).

Respecto a la pareja de infantería contestó que podía “considerarse virtualmente aumentada” con los 4 guardias civiles asignados al puesto recién creado en la barriada de El Zabal Bajo.

En cambio, “la pareja de caballería se hace todo punto imposible”, debido a que tras los trágicos sucesos revolucionarios acaecidos en Barcelona el verano anterior, había 700 guardias civiles de refuerzo procedentes de otras provincias concentrados todavía allí.

Por otra parte, no era posible enviar más caballos al puesto de La Línea por haberse concentrado una veintena en la localidad coruñesa de Ferrol para atender prioridades de orden público allí surgidas. Y finalmente, la única fuerza de caballería reunida que quedaba en la provincia de Cádiz se hallaba en Jerez de la Frontera, donde era muy necesaria, por todo lo cual no había capacidad de cumplimentar nada de lo solicitado.

Realmente se trataba de una respuesta habitual y poco novedosa, pero en cambio si resultaba muy ilustrativo el extenso y sincero informe que el teniente coronel González de Escandón había emitido el 13 de junio a su director general. Abordaba con toda crudeza la corrupción de algunos guardias, sus causas y su propuesta de ejemplar expulsión.

Según relataba, el 12 de abril anterior el comandante militar de La Línea, teniente coronel de Infantería Juan García Aguirre, con aprobación del gobernador militar, había ordenado a la Guardia Civil un servicio diario continuado de mañana y tarde, “en la zona comprendida desde la neutral de la Plaza Inglesa y la verja que cierra la Aduana Española de la Línea, al objeto de mantener el orden y obligar al público que transita de una a otra población, a no salirse de la carretera y extenderse como lo venía haciendo el campo de uno y otro lado de ella, parándose a ocultar entre sus ropas los géneros de ilícito comercio que sacan de Gibraltar, dando el triste espectáculo ante la vista de los extranjeros”.

Tras explicar detalladamente la práctica del servicio y los medios empleados así como los refuerzos que serían necesarios, el jefe de la Comandancia de Cádiz no dejaba también de exponer con preocupación, “lo perjudicial que en la práctica resultan estos servicios para la honorabilidad y prestigio del Cuerpo, cuyos individuos por buenos que sean en general, no están exentos, algunos de ellos, de la tentación de prevaricar, tentación que constantemente les acecha y asedia en un servicio en que a cada minuto están presenciando actos ilícitos, y la ocasión de tomar parte en ellos es continua, no bastando la mayor vigilancia para impedirlo y dando lugar a sucesos como el que doy cuenta a V.E. con esta fecha, proponiéndole la expulsión de cuatro individuos de buenísimos antecedentes que en otro puesto y servicio hubieran continuado siendo excelentes Guardias Civiles”.

Concluía dando su visión de cuales debían ser las prioridades de servicio en esa zona, proponiendo “el que la fuerza de la Guardia Civil no prestase servicio alguno fuera de Aduana de la Línea de la Concepción, servicio que parece ser de la única competencia del Cuerpo de Carabineros que cuenta con numerosa fuerza, y dejar la del Cuerpo para las de vigilancia y persecución de la numerosísima población maleante y criminal que se alberga en La Línea y sus barriadas de Zabal, Colonia, Campamento, Puente Mayorga, Guadarranque y Palmones, que da margen a la práctica de importantes servicios que entran de lleno en la finalidad y objeto del Instituto”.

Poco podía imaginar entonces aquél teniente coronel, que tan sólo tres décadas después, la Guardia Civil asumiría las misiones de Carabineros, tras desaparecer con la ley de 15 de marzo de 1940.

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