Pilar Cernuda
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La tecnología más avanzada y la historia más arraigada van de la mano en los sistemas de ayuda a la navegación del Campo de Gibraltar. El vivo ejemplo de ello se cumple en el faro de la Isla de Tarifa, la primera herramienta de seguridad marítima instalada en el Estrecho tras instalarse una linterna primitiva sobre la torre almenara de la Isla de las Palomas por orden de las Cortes de Cádiz hace 200 años. El primer faro de la punta sur de Europa y el segundo de la provincia.
El encanto de unos muros que han sido testigos de mucho más de lo que pueden contar y la seguridad que imprime su uso actual hacen que acceder al faro de Tarifa se convierta en una experiencia al alcance de muy pocos. A su cuidado están Francisco Miranda y otros cuatro compañeros del equipo de Sistemas de Ayuda a la Navegación, que mantienen los faros y balizas de la Autoridad Portuaria Bahía de Algeciras (APBA).
Entre restos de lo que fue una zona militar, fuertes murallas, búnkeres y un Centro de Internamiento de Extranjeros se erige el faro, una torre de 41 metros sobre el nivel del mar que realiza tres destellos que alcanzan a verse a 27 millas náuticas cada 10 segundos. Cada faro es único y este alumbra así todas las noches, gracias a un reloj astronómico.
Juan Antonio Patrón Sandoval, jefe del Área de Desarrollo Sostenible de la APBA, publicó sendos artículos sobre la historia del faro en la revista Aljaranda y, más recientemente, en la publicación de comunicación interna de la Administración portuaria Ojo del Muelle. En ellos explica que en 1811, en plena Guerra de la Independencia, se aprobó en las Cortes de Cádiz cobrar un impuesto a los barcos que cruzaran el Estrecho para la fortificación de la isla y la instalación de la linterna que sirviera de guía a los buques que navegaran por la zona.
Tras los trámites pertinentes, en 1812 se reanudaron los trabajos que ya se iniciaron en 1799 para recrecer la torre en dos nuevos cuerpos y colocar en el último un fanal. La Gaceta de la Regencia de las Españas publicaba el 13 de marzo de 1813 el anuncio de su encendido provisional con ocho mechas. Dos siglos después, dos bombillas halógenas de 2.000 vatios son las que ayudan a la navegación en el Estrecho.
Un patio andaluz recibe a los técnicos y a los pocos visitantes que acceden a las instalaciones, que tiene tres viviendas para los antiguos fareros que allí moraban. "En el faro todo es historia y tecnología a la vez", explicó Francisco Miranda. Tecnología adaptada a los tiempos y que, una vez declarada obsoleta, se queda en este edificio -que es Bien de Interés Cultural desde 1985- a la espera de que la modernidad falle y tenga que volver a hacer uso de la mecánica.
Al cruzar el patio se encuentra el corazón del faro, la cámara de servicio. En ella, cajas llenas de fusibles, ordenadores y dos grupos eléctricos dan energía a la linterna e informan a Algeciras de cualquier incidencia. Si los dos grupos fallan, se ponen en marcha los engranajes de una máquina de reloj inglesa, situada en el último descansadero de la torre troncocónica antes de llegar a la linterna, que es casi una tonelada de hierro y cristal tallado a mano en el que hay que introducirse para cambiar cualquiera de las dos bombillas, si se funden. La linterna gira sobre una cama de mercurio para dar a su haz la apariencia de destello.
Al punto más alto se accede mediante una estrecha escalera de caracol incrustada en el ancho de los 4 metros de muro, muy robusto, para soportar sin oscilación los fuertes temporales. "Por aquí debían subir los fareros con combustible para encender la mecha en sus tiempos", contó el técnico.
Además de los equipos necesarios hoy para que el faro siga alumbrando y avisando a los marineros de la proximidad de la costa, la misma cámara de servicio que da vida a la linterna alberga elementos mucho más modernos. Uno, una estación diferencial de GPS para reducir a centímetros el margen de error que ofrece la señal civil de los satélites en el Estrecho y reducir al mínimo los riesgos en la navegación, desde Rota a Málaga. Otra, una estación meteorológica del proyecto SAMPA de Puertos del Estado que recopila datos que le transmiten boyas y balizas situadas en todo el litoral. De ahí que la tecnología y la historia vayan de la mano en la Isla de las Palomas.
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