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Un estudio liderado por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), publicado en la revista Water Resources Management, indica que reducir el uso del agua y limitar la extensión de nuevas zonas de regadío, utilizar especies de cultivos adaptadas a los recursos hídricos disponibles y empoderar a los agricultores frente a los grandes distribuidores, son las medidas a promover para "evitar el colapso social y económico de Almería y de otras zonas de tierras secas que han seguido una modelo de desarrollo insostenible similar".
"La necesidad de estos cambios se vuelve más apremiante a medida que los impactos del cambio climático continúan aumentando. En este contexto, las reservas de agua subterránea representan recursos estratégicos vitales que no deben desperdiciarse", explican las conclusiones del trabajo de investigación desarrollado por la Estación Experimental de Zonas Áridas del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, en Almería; el Instituto Multidisciplinar para el Estudio del Medio Ramón Margalef de la Universidad de Alicante; el Departamento de Ingeniería Civil de la Universidad Católica de Murcia y la Universidad Politécnica de Madrid.
Los investigadores han analizado el impacto de la agricultura de invernadero en el sureste de España, uno de los epicentros mundiales de producción de frutas y hortalizas. De este modo, han podido constatar la importante rentabilidad del modelo y sus efectos ambientales y sociales, que incluyen "una distribución desigual de la riqueza, condiciones laborales precarias y el agotamiento y la contaminación de las reservas de agua subterránea".
"Nuestro estudio, que toma como ejemplo la agricultura de invernadero de Almería, muestra que el peaje social y ambiental de un desarrollo tan rápido como desordenado (sobre todo en su primera fase) puede convertir el milagro en un hecho efímero", señala Jaime Martínez Valderrama, investigador del CSIC en la Estación Experimental de Zonas Áridas (EEZA-CSIC). "El paulatino agotamiento de los recursos hídricos, su degradación, la pérdida de biodiversidad y la contaminación por plásticos, son la cara menos amable de un negocio que busca propulsarse con inversiones cada vez mayores", añade el investigador.
"Esto genera deudas y desigualdades sociales, que a su vez llevan a la intensificación de un modelo de producción que busca bajar los costes de producción a toda costa. El resultado es un agronegocio dependiente de recursos externos (energía, fertilizantes, mano de obra, capital) que lo sitúa en una posición de creciente dependencia y vulnerabilidad", explica Martínez Valderrama.
Se trata de un patrón que se observa en otras zonas áridas del mundo, como Perú, el norte de África, el noroeste de China o Arabia Saudí. Comprender estos mecanismos es clave para proponer soluciones, que van desde la búsqueda de recursos hídricos alternativos hasta la reducción de la superficie de cultivo, la búsqueda de cultivos mejor adaptados a la aridez o ampliar los márgenes de ganancia de los agricultores.
“En muchos casos el foco del problema se centra en los productores y los lugares de producción, donde son aparentes los daños. Sin embargo, es importante considerar toda la cadena de producción y repartir responsabilidades. No debemos olvidar que esa pertinaz búsqueda de la reducción de los costes de producción viene espoleada por consumidores y cadenas de distribución cuyo objetivo es comprar al precio más bajo posible”, concluye Martínez Valderrama.
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