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Gibraltar regresa a Utrech

La colonia tendrá que renegociar un nuevo estatuto y volver a articular su relación con España en situación de desventaja.

Un azulejo en un colegio de Primaria de Gibraltar recordando los 300 años del Tratado de Utrecht.
Pedro Ingelmo

25 de junio 2016 - 01:00

Shock. En un cruce de correos con Christian Hernández, presidente de la Cámara de Comercio de Gibraltar, le pregunto por su estado de ánimo: "Aún no puedo contestar. Estamos asimilándolo". Para los gibraltareños el leave decretado principalmente por votos ingleses rurales, de ancianos que siguen creyendo que son un imperio decimonónico o de trabajadores blancos poco cualificados y mal pagados de las zonas desindustrializadas que muy poco tienen que ver con ellos es un mazazo de unas proporciones que no se atreven a predecir.

Pongamos un simple ejemplo. En Gibraltar están asentadas 34 casas de juego online que generan al año unos 30.000 millones de euros. Exención de IVA para marketing, bajísimo impuesto de sociedades y exentos de pago de impuestos de juego en Reino Unido, aunque Reino Unido sí se lleva el 15% de las ganancias de residentes en su territorio. Otro simple ejemplo. Las gasolineras flotantes de Gibraltar, que se han ido reduciendo en los últimos años tras las numerosas denuncias ecologistas y la competencia de otros puertos del Mediterráneo, siguen teniendo un mercado de casi cuatro millones de toneladas y una clientela de 4.000 buques. En ambos ejemplos se juega con la permisividad europea gracias a los acuerdos del año 1973 con Europa, donde el Reino Unido sacó para su colonia la exclusión de la Unión Aduanera y de la armonización fiscal gracias a su estatuto fiscal. Nada de eso, y de otras muchas cosas, quedará. Gibraltar tiene cartas perdedoras y a las pocas horas de conocerse el resultado del referéndum, simplemente con la depreciación de la libra, ya perdió millones en todas las actividades que se llevaron a cabo en la Roca. Como recuerda el catedrático de Derecho Internacional de la Universidad de Cádiz, Alejandro del Valle, "Gibraltar llegó a Europa de la mano del Reino Unido y se va de la mano del Reino Unido".

Con resignación lo admite Christian Hernández, un firme defensor desde hace años de la colaboración con las empresas del Campo de Gibraltar y que antes de que se escuchara el vocablo brexit hablaba de proyectos conjuntos con los vecinos de La Línea para la recuperación económica de la localidad. Hernández reconoce que "a pesar del abrumador apoyo de los votantes de Gibraltar a la permanencia en Europa y la decepción de la Cámara de Comercio con el resultado final, Gibraltar está atada a la decisión del Reino Unido".

La decisión del Reino Unido devuelve a Gibraltar al Tratado de Utrecht. No de inmediato, desde luego, pero sí en el arranque de las negociaciones. Del Valle pone un poco de cordura: "De momento, nada cambia. España no puede cerrar la Verja y desde el aspecto legal el funcionamiento se mantendrá como hasta ahora hasta que no se finalicen las negociaciones del desenganche. España entró en Europa en 1985 y tuvo que negociar en condiciones de aspirante; ahora, Gibraltar se va y tiene que negociar en condiciones adversas".

Y una de esas condiciones adversas es que Gibraltar, por mor del brexit, pierde la relación con España obtenida en 1985, por lo que, como apunta Araceli Mangas, investigadora del Instituto Elcano para temas europeos, se regresa a los derechos que le reconoce a España el tratado de Utrecht, que en 1713 cedió la soberanía del Peñón a Inglaterra. En el artículo X de aquel legajo se establece el cierre de la comunicación terrestre como la opción exigida por España. Es cierto que, "salvo en los años iniciales, hubo siempre una gran porosidad y el cierre de la puerta de la muralla no era lo habitual". De hecho, los ingleses fueron realizando la ocupación de dos tercios del istmo y en 1908 ellos mismos se encerraron construyendo la famosa verja para estabilizar el territorio ocupado. España casi nunca reaccionó a estos avances hasta que en 1969 Franco decretó el cierre de la verja que construyeron los ingleses y que no se abrió hasta 1982, permitiendo el paso peatonal, y ya en 1985, con la inminente entrada de España en la UE, el tráfico rodado. Los acuerdos de entrada de España incluían no impedir el tránsito de personas, lo que, a su vez, reducía las posibilidades del control de mercancías. Fue uno de los peajes que hubo que pagar por Europa, cuando el Reino Unido ejercía de mariscal. España consentiría para Gibraltar un trato privilegiado.

En ese tiempo Gibraltar fue construyendo su economía, que David Cameron, a día de hoy un cadáver político, elogió en su discurso a los gibraltareños en el discurso dado a conocer el pasado martes: "En los últimos treinta años también se ha demostrado que Gibraltar ha sido capaz de transformar su economía enteramente. La economía de Gibraltar es altamente adaptable y sus resistencia nos servirá en los meses y años próximos", se consolaba Hernández.

Pero esto no es tan sencillo como parece. Gibraltar no tiene más remedio que llegar a un acuerdo sobre su nuevo estatus. Hasta ahora, analiza Alejandro del Valle, "ha existido conflictividad con el gobierno gibraltareño, sobre todo durante esta legislatura, pero no ha impedido mantener unas magníficas relaciones comerciales con el Reino Unido. Ahora hay que observar un acuerdo con Europa, que requiere unanimidad, por lo que España tiene veto".

Ya se ha intentado sustituir Utrecht en anteriores ocasiones y buscar nuevas fórmulas. Blair y Aznar estuvieron cerca, pero no lo consumaron. "Exploraron fórmulas que, por necesidad, tienen que ser imaginativas porque el concepto de cosoberanía no se adapta bien a nuestro tiempo, es una fórmula casi medieval, que ahora mismo debe tener la Isla de los Faisanes, que comparten amistosamente España y Francia, y poco más". En este caso, Francia es soberana de la islilla sobre el río Bidasoa, entre Hendaya e Irún, de agosto a enero y España lo es de febrero a julio. No parece una buena solución para Gibraltar.

Es posible que en esa proyección de una futura negociación Europa, tan desairada por los británicos, no tuviera inconveniente en entregar a España el istmo sin defensa alguna. La investigadora Araceli Mangas afirma que "España recobrará, sin las agobiantes inspecciones de la Unión Europea, la plena facultad de hacer controles tan rigurosos como crea conveniente y, llegado el caso, cerrar el paso cuando lo estime", pero no lo ve muy inteligente. "El cierre total no tendría sentido alguno ni sería bajo ningún concepto aconsejable; por razones políticas, humanas y humanitarias, además de económicas. El paso debe estar abierto, pero en las condiciones que España establezca". Así pues, "el trato a los gibraltareños sería el propio de nacionales de un Estado tercero".

Los derechos adquiridos en cuanto a propiedades y negocios no se verán afectados, pero todo ello variará porque habrá una negociación de cara al futuro. Es lo que Alejandro del Valle estima que puede ser un "apretar de tuercas por parte de España para lograr la unanimidad" y en la que Reino Unido -si por entonces es un reino unido- tendrá que abandonar a Gibraltar para conseguir beneficios en otros aspectos.

Porque, señala Mangas, la controversia se abriría en multitud de frentes que los gibraltareños difícilmente podrían defender, como un ataque en toda regla por varios flancos: "El colonial, el territorial, que incluye la Neutral Zone incorporada a Gibraltar, el marítimo y el aéreo. Despertaremos todos de la anestesia que sobre los conflictos territoriales produce la común pertenencia a una organización de integración".

Alejandro del Valle considera que España tendría que buscar "algo original" para reestructurar sus relaciones con Gibraltar sin perjudicar a la población del Campo de Gibraltar. "Un Mónaco del estrecho o un acuerdo hecho a medida como Andorra podrían ser un punto de partida para articular esas relaciones. Lo que es cierto es que el Reino Unido ya no podrá seguir negándose a negociar bajo el paraguas de Europa". Utrecht, en cualquier caso, es, de momento, a la anacronía que se regresa. Es el documento que España tiene en la mesa.

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