Carlos Espaliú Berdud

El resurgir de la guerra: la historia interminable

Treinta años después de que Fukuyama aventurara el fin de las guerras y las revoluciones sangrientas no cabe más remedio que reconocer que sus tesis de no se han cumplido

Edificios destruidos por los bombardeos del Ejército de Israel en Beirut.
Edificios destruidos por los bombardeos del Ejército de Israel en Beirut. / EP

11 de octubre 2024 - 14:12

En 1992, Francis Fukuyama publicó un libro, de una gran resonancia mundial, titulado El final de la historia y el último hombre (The End of History and the Last Man) en el que sostenía que la Historia, escenario de las luchas ideológicas, había terminado, tras la caída del comunismo y la victoria de las democracias liberales. Para Fukuyama, el final de la Historia -término que tomaba prestado de Hegel-, traería consigo el fin de las guerras y las revoluciones sangrientas. No negamos que aquellos acontecimientos vertiginosos dieron pie a un gran optimismo en occidente, pero treinta años después no cabe más remedio que reconocer que las tesis de Fukuyama no se han cumplido. Nada más lejos de la realidad.

Por el contrario, desde hace unos años asistimos, por un lado, al desdibujamiento de occidente y a la reafirmación de los regímenes totalitarios de China y Rusia en el escenario de las relaciones internacionales. Y, por otro lado, a la invasión por parte de Rusia del territorio de Ucrania y al conflicto tremendo entre Israel y Hamás-Hezbolá, tras el salvaje ataque del 7 de octubre de 2023 de Hamás a Israel y la brutal respuesta de Israel, tanto en Gaza como en el Líbano después contra Hezbolá.

Recordemos que, en cuanto a la guerra, tras milenios de permisibilidad, la humanidad había logrado, por fin, prohibirla tajantemente en el artículo 2.4 de la Carta de las Naciones Unidas, con la excepción de la legítima defensa individual o colectiva. Esta prohibición quedó amparada por el sistema diseñado, en 1945, en el Capítulo VII de la Carta para el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales, que se basó primero en el consenso de las Grandes Potencias aliadas durante el transcurso de la Segunda Guerra Mundial, y luego del resto de los países del mundo en la Conferencia de San Francisco que adoptó la Carta de las Naciones Unidas. En efecto, la Carta de la ONU previó que el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas tuviera la autoridad y la responsabilidad para mantener la paz y la seguridad internacionales, lo que implicaba la capacidad para imponer sanciones, incluso militares, contra los transgresores de la prohibición de emplear la fuerza. La clave de este sistema fue la decisión sobre la necesidad de unanimidad entre los miembros permanentes del Consejo de Seguridad a la hora de adoptar las decisiones más relevantes en estas materias.

Aunque esta prohibición de utilizar la fuerza armada ha sido violada en numerosas ocasiones desde 1945 y el sistema de acción colectiva previsto en el Capítulo VII de la Carta se ha utilizado raramente en la práctica, hay que reconocer que la invasión de Ucrania por parte de Rusia, dada la audacia de su intento de apoderarse del territorio ucraniano, precisamente por parte de un miembro permanente del Consejo de Seguridad, constituye una violación muy transgresora de la Carta, diferente en gravedad de otras precedentes violaciones del Artículo 2.4. La reacción de la mayor parte de la comunidad internacional condenando los hechos, así como la imposición de sanciones por parte de diversas organizaciones internacionales, confirma la relevancia de las acciones de Rusia en esta triste ocasión.

Junto a ello, en el conflicto que enfrenta a Israel y a los grupos armados de Hamás y Hezbolá, se han traspasado líneas rojas del derecho humanitario bélico, que es una rama del derecho internacional que trata de humanizar la guerra (ius in bello), que se había ido construyendo sobre la base de usos y tratados durante los últimos siglos, y que es paralela a la rama del derecho internacional antes esbozada que regula la prohibición del uso de la fuerza y el sistema de mantenimiento de la paz y seguridad internacionales (ius ad bellum). El propio secretario general de la ONU, en una carta dirigida al presidente del Consejo de Seguridad, de 5 de enero de 2024, lamentaba que se estaban produciendo en Gaza niveles devastadores de muerte y destrucción. Ahora el Líbano parece seguir esa tenebrosa dirección.

Estos conflictos, y otros quizá menos cercanos a nosotros, vienen a demostrar que el consenso mundial que llevó a prohibir la guerra y a humanizarla, se ha roto. Y esa ruptura está entrañando el desmoronamiento del régimen previsto en la Carta de la ONU, que debía ser la clave de la paz y la seguridad mundiales, y el dejar de lado las normas del derecho humanitario.

Ante este panorama amenazante, podríamos preguntarnos, ¿cuáles son las causas de esta vuelta a la barbarie? Desde luego se debe a la presión de los regímenes totalitarios, poco convencidos de las bondades del sistema garantista de la paz impuesto por la Carta de las Naciones Unidas, que huele demasiado a occidental y, sobre todo, a los Estados Unidos de América. Pero también el retorno de la guerra se debe al debilitamiento interno de la civilización occidental, que parece estar avergonzada de los valores que la hicieron grande, como los del cristianismo. En efecto, si nos olvidamos de Dios, habrá que encontrar otro fundamento a la verdad de que todos los hombres somos hermanos. Tengo para mi también que esta generación de la humanidad se había olvidado de los horrores de la guerra y está tirando por la borda el tesoro del consenso logrado para prohibirla, que la generación de sus abuelos había ganado a un precio muy alto.

Carlos Espaliú Berdud es catedrático de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales de la Universidad CEU, Fernando III, Sevilla.

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