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José Bretón y el peor de los crímenes

Galería del Crimen | Capítulo 23

España quedó conmocionada en 2011 tras conocer que los niños Ruth y José fueron asesinados por su propio padre, que incineró sus cuerpos en una hoguera

Por el honor de nuestra vecina

Ilustración de José Bretón. / Miguel Guillén
Pedro M. Espinosa

30 de noviembre 2024 - 06:00

Han pasado más de 13 años pero José Bretón sigue negando haber matado a sus hijos. Al menos en público. En privado, entre asesinos, sí que se le suelta más la lengua. “Estoy aquí por haber asesinado a mis hijos. A mi José y a mi Ruth”, confesó en un taller de reinserción a Miguel Carcaño y Sergio Morate, según publicó el periódico El Mundo en octubre de 2021. “Estuve quince días planeándolo todo, porque quería hacerle daño a ella. Tranquilos, los niños no sufrieron. Yo jamás les haría daño”, les dijo. “Lo que yo hice es lo peor que puede hacer un ser humano”.

Lo que hizo Bretón, y por lo que un jurado popular de la Audiencia Provincial de Córdoba le condenó a 40 años de prisión, fue simular el secuestro de su hijos, a los que previamente había matado y arrojado a una gran hoguera en la finca familiar de Las Quemadillas en la que la Policía sólo halló pequeños huesos. El diagnóstico erróneo de la antropóloga de la Policía Judicial llegada desde Madrid, que señaló que el mayor de los huesos encontrado era un fémur de ratón, dilató la detención del padre de los niños. Y eso que el ya fallecido comisario Serafín Castro y los miembros de la UDEV de Córdoba nunca tuvieron dudas de que los huesos de la hoguera eran de los niños.

Su mujer, Ruth, también tuvo claro desde el inicio de la investigación que tras la desaparición de Ruth, de seis años, y de José, de dos, se encontraba su marido. “¡Tú te los llevaste y tú me los devuelves! ¡tú te los llevaste y tú me los devuelves!”, le gritó por teléfono en una llamada grabada por orden judicial y que tuvo lugar el 14 de octubre de 2011, seis días después de que Bretón asegurara que había perdido a los niños mientras jugaban en unos columpios del parque Cruz Conde, en Córdoba. 

José Bretón (Córdoba, 1973) fue un niño revoltoso al que su estricta familia trató de meter en vereda con escaso éxito. Tras estudiar en los Trinitarios y pasar por el instituto se matricula en Derecho, aunque apenas si aparece por la facultad. Su objetivo es conseguir una prórroga para no hacer la mili. Pero, en uno de sus habituales bandazos, en 1993 se alista como soldado profesional y es destinado a Cerro Muriano. Con lo que no contaba era con el estallido de la guerra de Bosnia, en la que acaba como conductor de ambulancias entre abril y octubre de 1994. Aquella experiencia parece que le marca. Se vuelve más maniático y obsesivo si cabe. Tiene mala suerte con las mujeres. Su primera novia lo deja por otro. Bretón cae en una profunda depresión. Acude a un psiquiatra que le receta tranquilizantes. Una noche se monta en su coche y acude a la finca familiar. Se encierra en el vehículo, se toma 80 pastillas y deja abiertas dos bombonas de camping gas. Su padre le rescata de una muerte dulce. 

Sólo un año después, a finales de 1998, conoce a Ruth Ortiz, una chica de Huelva que estudia veterinaria en Córdoba y de la que se enamora perdidamente. Se casan en 2002 y se quedan a vivir en la ciudad hasta que, tras un breve paso por Almería, se trasladan a Huelva en 2007. Tienen dos hijos, pero el carácter posesivo y maniático de José hace la convivencia insoportable. Los niños le tienen miedo. “Si papito se muere, mejor”, llega a comentar la pequeña Ruth a la pediatra poco antes de que el 15 de septiembre de 2011 su madre le pidiera el divorcio a su padre. Menos de un mes después, el 8 de octubre, José Bretón recogió a los niños en Huelva para que pasaran el fin de semana en Córdoba y cometió el mayor crimen que puede cometer un ser humano.

La desaparición

El 8 de octubre de 2011 José Bretón denunció ante la Policía que había perdido a sus hijos en el parque Cruz Conde. Despierta sospechas de los agentes desde el inicio. Les explica que había recogido a los niños de casa de los abuelos para llevarlos a una comida junto a un amigo pero que finalmente la cita se había suspendido y que tras ir a al Ciudad de los Niños habían acudido al parque. A la Policía no le cuadra. Llaman al amigo de Bretón para confirmar si esa comida estaba prevista pero este lo niega. 

Sobre la marcha Bretón cambia de versión y recuerda que ese día también ha llevado a Ruth y José a la finca familiar de Las Quemadillas. Al filo de la medianoche los policías lo acompañan hasta allí y encuentran los restos de una enorme hoguera en la que todavía quedan rescoldos. Ven que hay abundantes huesos pequeños. “Son restos de bichos que mi mujer usa en sus prácticas veterinarias”, les dice. Cuenta que el resentimiento por la separación le ha hecho arrojar al fuego cosas de Ruth. Esa misma noche el forense examina los huesos pero no logra determinar si son humanos o de animales. Al día siguiente llega desde Madrid Josefina Lamas, antropóloga de la Policía con una larga experiencia. Pero quizá el propio horror de la sospecha le hace decantarse por la opción menos traumática. Esos pequeños huesecillos no son humanos, asegura.

La Policía va estrechando el cerco sobre Bretón. El comisario Castro designa a un hombre de su confianza para que sea su sombra. Sólo se separa de él para dormir. Los investigadores reconstruyen con el propio padre el momento en que perdió a sus hijos. Pero nada cuadra. Las cámaras de seguridad lo han grabado llegando solo al parque y ni siquiera parece tener claro el lugar donde aparcó. Los niños no aparecen por ninguna parte.

Mientras, Bretón tiene descontrolada a la Policía. El periodista Luis Rendueles cuenta en su libro Territorio Negro, escrito junto a Manuel Marlasca, que el inspector encargado de las diligencias expone que la dualidad en su personalidad “inquieta sobremanera si se piensa en cuál pudo ser el destino de sus hijos ahora desaparecidos”. 

Rendueles también relata que Bretón es un fanático seguidor de Jack Nicholson, sobre todo de dos de los papeles que el actor norteamericano había interpretado: el tipo insoportable y maniático de Mejor… imposible y el psicópata de El resplandor. Cuando los agentes encontraron en el cajón de su dormitorio de Córdoba un ejemplar de la novela de Stephen King decidieron bautizar a la operación con el nombre de esta historia en la que un padre de familia trata de matar a su mujer y su hijo.

A los agentes les llama la atención que mientras los niños siguen sin aparecer la única preocupación de Bretón es la de tratar de reconquistar a su mujer. Le manda flores, le escribe cartas de amor, le promete que cambiará. Una noche les cuenta que se ha ido de putas. Otra que ha retomado el contacto con una antigua novia. Lo mismo quiere poner música y bailar en la finca de Las Quemadillas que se echa a llorar. El subinspector que es su sombra le empieza a presionar para que diga qué ha pasado con los niños. 

El 12 de octubre se procede a realizar un registro en casa de sus padres. Encuentran dos recetas de ansiolíticos. El policía le pregunta dónde están las pastillas pero Bretón dice que no lo sabe. El cerco se estrecha. Cinco días después vuelven a los restos de la hoguera. ¿Te trae algún recuerdo este fuego?, le preguntan. Los niños están aquí, ¿verdad? Cerca, dice Bretón. Lo detienen. Pide hablar con su mujer. Ruth le suplica que le devuelva a sus hijos. “Los niños siempre estarán y ya está. Tenemos que seguir adelante”, le dice con frialdad. La Policía lo lleva ante el juez y se ordena su ingreso en prisión. 

Desde la cárcel sigue proclamando su inocencia. Inicia una huelga de hambre y asegura que va a suicidarse. Escribe una carta pidiendo encontrar a sus hijos y apunta que podrían habérselos llevado al extranjero. Interpol activa la búsqueda internacional pero las pesquisas no dan resultado. Llegan las Navidades y comienza una huelga de hambre. Los informes psiquiátricos y psicológicos aseguran que Bretón “no padece ningún trastorno mental”.

Mientras tanto, la Policía ha levantado la finca familiar. El comisario Castro sigue convencido de que los niños nunca salieron de allí. Desesperados después de haber consultado hasta a videntes, envían imágenes de los huesos al doctor Francisco Echevarría, uno de los más prestigiosos forenses del país. Cuando los ve no tiene dudas: los huesos son humanos. 

El 27 de agosto de 2012, el equipo de antropólogos forenses de la Universidad Complutense de Madrid ratifica que, aunque los restos están muy deteriorados, son “inoquivocamente humanos y de dos niños pequeños”. Durante el juicio la doctora Lamas reconoció su error y pidió perdón a la familia.

Las madres

Las madres están unidas a sus hijos por una corriente invisible. Por eso Ruth Ortiz siempre se temió lo peor cuando su marido no le devolvió a los niños y por eso la madre de José Bretón sigue defendiendo la inocencia de su hijo y visitándolo en prisión. Son madres.

Ruth decidió divorciarse de José Bretón porque tenía miedo. “Lo hago por mí y por mis hijos”, dijo. Los investigadores creen que Bretón está obsesionado con hacer daño a su ex mujer. Ruth había asimilado que sufría malos tratos psicológicos y pidió ayuda al Instituto Andaluz de la Mujer. Los psicólogos que la tratan le abren los ojos. José la anula, la ha separado de sus amigas, de su familia, de su ciudad natal, es celoso, posesivo, manipulador, controlador. 

Cuando tomó la decisión de separarse temía que José le hiciera daño a los niños. No se fiaba de él. El 7 de octubre, cuando Bretón viaja a Huelva a recogerlos para llevárselos el fin de semana a Córdoba, tiene un mal presentimiento. Avisa a su cuñada para que lo vigile. El sufrimiento de esta madre es difícilmente imaginable, pero, pese a esto, siempre estuvo dispuesta a colaborar en la investigación. Incluso accedió a visitarlo en prisión portando un micrófono para grabar la conversación. Le preguntó por los niños y José volvió a repetir que él no les había hecho nada. Que se perdieron.

En entrevistas posteriores con diferentes medios de comunicación, tanto escritos como televisivos, Ruth aseguró que Bretón “fue un maltratador machista desde el principio de la relación. Me di cuenta con el paso del tiempo”. “Nunca va a cambiar. Va a a ser peligroso siempre. Un hombre que ha llegado a matar a sus propios hijos a quién no puede llegar a matar”, dijo. 

Ruth Ortiz también reconoció en una entrevista que tras conocer la denuncia de su marido por la desaparición de sus hijos “supe que no volvería a verlos”.

El juicio

El 17 de junio de 2013 comenzó el juicio contra José Bretón. Un jurado popular, formado por siete mujeres y siete hombres, debe decidir si el acusado mató a sus hijos. La vista dura cuatro semanas, en las que Bretón niega que le suministrara a los niños pastillas para matarlos. “Es completamente falso”, asegura, antes de recalcar que la “mayor alegría” de su vida fue tenerlos y que los quiere con locura. Sorprende la frialdad en sus declaraciones. Un primo de Ruth declara que Bretón le dijo, hasta en tres ocasiones, que había matado a los niños y que no los iban a encontrar con vida.

El 12 de julio el jurado lo declara culpable del asesinato de sus hijos y lo condena a veinte años de cárcel por cada crimen. En marzo de 2014, Bretón interpone un recurso de casación ante el Supremo pero el 9 de julio de ese mismo año el Alto Tribunal ratifica la condena. No obstante, en marzo de 2015 la condena se vio rebajada hasta un máximo de 25 años, atendiendo al recurso presentado por su abogado defensor. Tanto el Tribunal Supremo como el de Derechos Humanos de Estrasburgo confirmaron esta última pena. 

Los investigadores que le trataron en aquellos días terribles de 2011 piensan que Bretón sigue disfrutando causando dolor a Ruth. También que, quizá, algún día tenga la valentía de reconocer que mató a esos hijos a los que aseguraba querer con locura.

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