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El rastro de una beguina en Cádiz

otra historia

El Archivo Provincial escoge como Documento del Mes la nota de un traspaso de poderes de una beguina de Amberes

El Documento del Mes se dedica a la Iglesia de San Jorge de Alcalá de los Gazules

Fuera del mundo: las ciudades de las mujeres

Ilustración del Documento del Mes, a partir de un Códice de Trajes del XVI de la BNE. / BNE
Pilar Vera

16 de mayo 2024 - 06:00

En los protocolos notariales de Cádiz, encontramos el testimonio escrito de una beguina del beguinaje de Amberes. La nota no es del todo extraña, sino señal del flujo comercial que vivía la ciudad en el siglo XVIII -que provocó la formación de varias colonias de comerciantes extranjeros- y de la actividad que llevaban a cabo estas comunidades de mujeres, más un "movimiento social espontáneo" -como apunta José Ramón Barroso al explicar el Documento del Mes en el Archivo Provincial- que una orden o congregación religiosa.

"Es difícil cuantificar el número de flamencos establecidos en la ciudad de Cádiz -explica Barroso- pero baste decir que para el periodo 1600-1800 encontramos 318 disposiciones testamentarias de naturales de Amberes, 111 de naturales de Gante, 101 de naturales de Brujas o 96 de Bruselas". Se dedicaban sobre todo al comercio, siendo el "nexo de unión entre España, las Indias y el Norte de Europa, comerciando con textiles y manufacturas de Flandes y productos procedentes de Indias, como perlas, plata, cacao, índigo, cochinilla, quinina, etc". La presencia de inmigrantes flamencos en Cádiz se remonta, de hecho, a fines de la Edad Media, en su mayoría en relación con el comercio y la navegación, alcanzando su cénit en el primer cuarto del siglo XVIII.

Lo destacable de la beguina protagonista del Documento del Mes es que el nombre salta del ámbito de influencia habitual (Flandes, Países Bajos y Alemania), para aparecer entre los documentos notariales de una ciudad a miles de kilómetros: así, María Magdalena Speecq, "beguina del beguinaje de Amberes" en 1728 -según describe el documento original- otorga un poder a Jacobo Vermolen, vecino de Cádiz,para que administre sus bienes como heredera de María Teresa de Hugalde y Adriano Speecq. Los pliegos son el recibo y finiquito protocolizados de la gestión.

El nacimiento de las beguinerías no es algo ajeno al clima sociocultural que se había conformado en los Países Bajos. Un clima que dio lugar a una serie de peculiaridades de las que también eran partícipes las mujeres: por ejemplo, en Flandes, podían ser nombradas herederas, y la educación se consideraba moneda de cambio a la hora de venderse como producto casadero.y la educación se consideraba moneda de cambio a la hora de venderse como producto casadero Indirectamente, esto propició la existencia tanto de tutores como de tutoras. La futura esposa se consideraba un buen partido si se demostraba que podía contribuir a la economía familiar -por estos lares, más allá de tener la regla y no mostrar signos evidentes de tisis, no nos poníamos muy exquisitos-.

A diferencia de los conventos -y a diferencia, también, de los matrimonios más allá del ámbito de influencia flamenco-, para formar parte del beguinato no hacía falta una dote: el sustento se procuraba mediante el cuidado a los enfermos, la enseñanza o trabajando de tejedoras. Tampoco hacía falta, atención, cumplir votos conventuales, aunque se definían como grupos de mujeres que vivían en "virtud cristiana".

"Las beguinas -prosigue la explicación de José Ramón Barroso- son un ejemplo de ir contracorriente, llegando a tener en contra la jerarquía de la Iglesia en su idea de servir a Dios en libertad y con sabiduría. La actitud del la jerarquía de la Iglesia hacia las beguinas a lo largo de la historia fluctuó entre la prohibición, la permisividad o la condena. A pesar de ello muchas beguinas continuaron siendo fieles a la ortodoxia de la Iglesia católica, especialmente en Brujas, Gante y otras ciudades flamencas aunque muchas de ellas se incorporaron a órdenes religiosas reconocidas por el papado".

Por supuesto, se trataba un grupo de señoras que vivían solas y se manejaban a su antojo. No podía permitirse. El Papa Clemente V decretó que el modo de vida de las beguinas debía “ser prohibido definitivamente y excluido de la Iglesia de Dios”. Su sucesor, Juan XXII, levantó la prohibición -a cambio, tuvo el detallazo de ascender a la brujería a la categoría de herejía, liándola parda durante varios siglos-. Pero, desde ese momento, la supervivencia de las beguinas pasó a depender en alto grado de su asimilación en alguna orden conventual.

Seguro que muchos de los que leen esto han visitado Bélgica, han ido a Brujas. No sé si entre chocolates y estampas paradas en el tiempo habrán entrado en alguna de las beguinerías (o beaterías): hay 13 'begijnhofs' repartidas por todo el país, pero la de Brujas carda la lana y guarda la fama. Alrededor de todas ellas, varios carteles señalan un emplazamiento que juega al despiste, porque su estructura era la de ciudadelas dentro de las propias ciudades: murallas a las que se accedía (a las que se accede) por una puerta que permanecía cerrada por las noches. Dentro, una hilera de casitas -a menudo, conectadas entre ellas- alrededor de una plaza arbolada. Las copas de los árboles, los ladrillos y el pasmo compartido convierten esos rincones en remansos. La luz es dorada y filtra el silencio. Un pie dentro del mundo, un pie fuera. Una velocidad dentro, otra fuera. Y, desde luego, un testigo de lo que fueron, más allá de su canto a la humanidad y a la armonía: una muestra de disidencia.

No serían las beguinas, a pesar de su posterior jibarización, las únicas mujeres que echaron un pulso al orden establecido en la Edad Media. Pero esa, desde luego, es otra historia.

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