Y al vigésimo día Pedro Pacheco resucitó
Cádiz Herzegovina - 34
Todos daban por acabado al alcalde eterno de Jerez tras su derrota de 2003 a manos del PSOE, pero un pacto inesperado con el PP que se cerró con nocturnidad y puede que hasta con algo de alevosía le mantuvo en el gobierno
Pilar Sánchez celebró su triunfo a lo grande y durante varios días, pero al final se quedó compuesta y sin Alcaldía
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Está ubicada en la ladera suroriental del Monte de los Olivos, a unos tres kilómetros al este de Jerusalén, y hoy es una ciudad palestina localizada en la Cisjordania ocupada, con una población que ronda los 23.000 habitantes y que recibe el nombre de Al Azariyeh. Así, con esta denominación, nadie la conocerá, pero sí quizás por su traducción del árabe, porque esa ciudad significa, literalmente, el Sitio de Lázaro. O, dicho de otro modo, Al Azariyeh es el nombre actual de la mítica Betania, la aldea que se ubicaba en el camino a Jericó y donde se produjo, según la Biblia, la segunda resurrección más importante de la historia, después de la de Jesucristo que hoy celebra toda la cristiandad.
El Nuevo Testamento narra que Jesús hizo varios viajes a Betania alojándose al menos en tres ocasiones en la vivienda de los hermanos Lázaro, María y Marta, por quienes sentía mucho aprecio. Y cuando se enteró del fallecimiento de su amigo se desplazó hasta allí, donde obró uno de sus milagros. Fue en la puerta de su sepulcro, donde el cadáver de Lázaro llevaba ya cuatro días encerrado, cuando Jesús pronunció aquella frase de “levántate y anda”. Y al poco tiempo Lázaro aparecía en la puerta de su enterramiento con los pies y las manos atadas con vendas y con su rostro envuelto en un sudario, según detalla el Evangelio de San Juan.
Cuatro días estuvo fallecido Lázaro hasta que volvió a la vida, y algunos más, hasta llegar a la veintena, hubo que esperar en esta provincia para ver la resurrección política de uno de sus dirigentes más emblemáticos. Aquello sucedió a mediados de 2003, cuando Pedro Pacheco, el histórico dirigente andalucista y emblemático alcalde de Jerez, pasó de ser un fiambre político tras ser derrotado en las urnas por el PSOE a recuperar el aliento manteniéndose en el gobierno municipal merced a un inesperado pacto con el PP que se cerró con nocturnidad y puede incluso que hasta con alevosía.
Es una verdad como un templo que en esta provincia se han repetido pactos de gobierno de lo más extraños, protagonizados por partidos situados en las antípodas ideológicas o por políticos que hasta ese mismo momento habían protagonizado enfrentamientos verbales de lo más sonoros. Pero el poder es un reclamo que suele ser muy apetitoso y que, llegado el caso, puede superar sin ningún inconveniente cualquier atisbo de coherencia. Y cuando se da esa posibilidad, más vale compartir ese poder que no catarlo.
Eso sería lo que pensarían muchos en Jerez en aquellos intentos días de mayo y junio de 2003, cuando se vivieron escenas que fácilmente podrían dar para escribir un libro. Y es que aquellos acontecimientos trascendieron la realidad sociopolítica del municipio más habitado de esta provincia para convertirse en noticia de primer orden como mínimo en el ámbito regional.
En ese 2003, transcurridos ya 24 años de las primeras elecciones municipales en democracia, Jerez no había conocido otro alcalde que no fuera Pedro Pacheco, un andalucista ideológicamente inclinado a la izquierda, abogado de profesión y que sumaba una larga trayectoria como parlamentario andaluz, además de una corta experiencia de un año como europarlamentario. Acabar con el reinado del todopoderoso Pacheco era un objetivo largamente perseguido por todos los partidos políticos, por todos sin excepción, desde la izquierda a la derecha. Por eso las elecciones municipales de ese 2003 se convirtieron en una cacería contra Pacheco en la que todos estaban invitados: el PSOE, el PP (su gran azote en esos años con Miguel Arias Cañete de abanderado), IU y hasta el PA, porque entonces el omnipresente alcalde de Jerez ya había vuelto a abandonar esas siglas andalucistas para comandar el histórico PSA (Partido Socialista de Andalucía), reflotado pocos meses antes. Y por ello, y por muchas otras cosas más, sus ex compañeros del PA se la tenían jurada también.
No hubo más debate en aquella campaña electoral. Todo se resumía en Pacheco sí o Pacheco no. Era un todos contra uno... y cuando se abrieron las urnas y empezó el recuento de votos estaba clarísimo que el todos había ganado al uno, algo muy novedoso en Jerez.
Después de seis victorias electorales consecutivas Pacheco era derrotado. Había bajado de 12 a nueve concejales, quedándose a poco menos de 2.000 votos de la candidatura del PSOE que lideraba Pilar Sánchez y que se erigía esa noche del 25 de mayo de 2003 en la gran triunfadora de los comicios. Concentrados en el hotel Guadalete, los socialistas vivieron una fiesta total. Fue el día en que Pilar Sánchez se hizo con un micrófono de Onda Jerez y empezó a gritar aquello de “ya ha llegado la libertad”. Para todos los socialistas la muerte política de Pacheco era incuestionable.
Curiosamente ese era el mismo sentimiento que se compartía esa noche electoral en el cuartel general del PP. La lista encabezada por María José García-Pelayo había roto todos sus techos, rozando los 25.000 votos y alcanzado por primera vez los ocho concejales, pero esa representación suponía un edil menos de los logrados por el PSOE y por el PSA y la sensación de derrota estaba ahí. Pero era una derrota dulce por eso mismo, porque se estaba empezando a poner fin a la era Pacheco. Hasta una interventora del PP no tuvo reparos en ponerse a cantar por Laura Pausini entonando aquel estribillo de “Se fue, se fue”, en evidente alusión al que aún era su alcalde.
Los veinte días que separaron esa noche electoral del pleno de investidura del sábado 14 de junio fueron muy curiosos. El PSOE era todo una fiesta, con Pilar Sánchez paseándose triunfal por la calle Larga de Jerez, repartiendo flores a los viandantes, proclamándose alcaldesa, distribuyendo las áreas de su gobierno entre sus concejales y hasta organizando una paella multitudinaria para los militantes socialistas en una bodega de la ciudad. Frases como “Pacheco no sabe perder”, “el PP respetará la lista más votada”, “Pacheco no tiene margen de maniobra y no gobernará”, “Jerez no aguanta cuatro años más de pachequismo”, “el PP no traicionará a sus electores”, “Pacheco tiene que bajar del pedestal”, “este es el fin de una dictadura de 25 años” o “el 70% de los jerezanos han dicho no a Pacheco” salían de su boca un día sí y otro también. Hasta líderes de peso como Chaves o Pizarro se sumaban a la cruzada, pidiéndole al aún alcalde que se fuera con dignidad.
Pero ese triunfalismo socialista se fue tornando al final, conforme se acercaba el día de la investidura. En el PP, sin embargo, todo fue silencio. Si acaso García-Pelayo recordaba cuando podía que si algún partido en el pasado había dado oxígeno a Pacheco ese había sido el PSOE –apenas cuatro años antes, en 1999, los ediles socialistas se habían abstenido en la toma de posesión del regidor andalucista– y Arenas pronunciaba un “seremos coherentes pero no tontos” que dejó a más de uno cavilando. Y es que, efectivamente, el futuro de Pacheco dependía en exclusiva de un PP que tenía que elegir en lo malo o lo peor. Y dudaba. Mucho.
El día anterior al pleno de elección del nuevo alcalde fue una auténtica locura. Las reuniones a dos bandas (PSOE-PP y PSA-PP) se repetían en Sevilla y en Jerez. Los socialistas llegaron a ofrecerle a los populares la gestión de medio ayuntamiento. Era un cogobierno en toda regla pero sustentada en una Alcaldía para Pilar Sánchez que era intocable. Y ahí estuvo la clave. Porque Pacheco al final sí terminó cediendo en ese punto.
Bien entrada la madrugada de ese sábado 14 de junio se cerró el pacto, que quedó redactado en una suite del hotel Royal Sherry Park: los dos primeros años con García-Pelayo de alcaldesa (lo que acallaba a sus detractores internos, que los había) y los dos siguientes para Pacheco, que controlaría la jugosa Gerencia Municipal de Urbanismo y que se mantendría en el gobierno.
Aquel pacto fue firmado por sus protagonistas apenas media hora antes del pleno celebrado en el Cabildo antiguo y cuya sesión fue la mayor afrenta vivida jamás por el socialismo jerezano y gaditano. De nada sirvió que varios cientos de simpatizantes aclamaran en la calle a Pilar Sánchez a los gritos de “alcaldesa, alcaldesa” o “que vivan los novios”, ni que Perales, Pizarro o Cabaña hablaran de “pacto vergonzoso”, de “estafa a los ciudadanos” o de “odio enfermizo de Arenas al PSOE”. Todo estaba consumado. Una muy seria García-Pelayo era la nueva alcaldesa (pese a que un edil popular se abstuvo en esa votación) y relevaba a un Pacheco eufórico. “El día de las elecciones empatamos y hoy hemos desempatado”, resumía con toda la tranquilidad del mundo.
El sepulcro de Lázaro en Betania es hoy un lugar de peregrinaje para los cristianos y para los turistas en general, al igual que lo es la tumba de Chipre donde la tradición dice que ese mismo Lázaro sería enterrado tras fallecer por segunda vez 30 años después. Pacheco apenas vivió políticamente cuatro años más: dos como socio de García-Pelayo y, tras negarse ésta a cederle la Alcaldía, otros dos como socio de Pilar Sánchez, hasta 2007. Tras dejar la política, cumplir condena y salir de la cárcel, su casa no es que sea un lugar de peregrinaje para los jerezanos que aún le son fieles, pero casi.
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