'Dead Man': el 'western' exangüe de Jim Jarmusch
DVD

Dead Man. Director: Jim Jarmusch. Con Johnny Depp, Gary Farmer, Lance Henriksen. Notro.
El gran mérito de Jarmusch en Dead man fue revitalizar una corriente casi extinta y siempre complicada, la de los westerns intemporales, metafísicos y abstractos -esos que, por ejemplo, rodara Monte Hellman, tan trágicos y kafkianos como El tiroteo o A través del huracán-, la del Oeste de errancias paradójicas -como las que filmara Ulmer en The naked dawn-. Dead man fue una película que gusto muy poco en Norteamérica (excepción hecha del crítico Jonathan Rosenbaum, que se deshizo en elogios desde el principio en una memorable crítica-ensayo que pronto dio lugar a un librito), quizá demasiado japonesa, con esos planos alargados a la manera de Mizoguchi, quizá demasiado estadounidense, pues junto a sus bellísimas imagénes e hipnóticas transiciones (cortesía del wendersiano Robby Müller) aparecían las huellas de un país terrorífico, desangrándose entre estúpidos hombres blancos de gatillo fácil. Jarmusch, el minimalista melancólico que, supuestamente, había traicionado el verdadero espíritu independiente al despolitizarlo en aquellas primeras películas en falso movimiento (Stranger than paradise, Down by law, Mystery train...), recurría al género fundacional de la mitología clásica para esculpir en 24 daguerrotipos por segundo una historia en línea recta, la de una lenta muerte, ya anunciada desde la conversación en el ferrocarril que abre el filme, que va poco a poco infectando todo, como una oscura maldición que hubiera esperado, agazapada, el mejor momento para extenderse.
Y el que va sembrando de cadáveres estos paisajes de un romanticismo estrangulado no es otro que un doble, un tipo gafe y nefasto al que el azar y la falta de carácter van restando escrúpulos. Su compañero de fatigas, el peculiar indio Nobody, quien le prepara la mortaja para poco más tarde expirar de la misma manera que los demás, cree que se encuentra ante el pintor y poeta británico William Blake, sin llegar a descubrir que no es sino la casualidad la que hace compartir nombre y apellido a dos personas en las antípodas, pues nada más lejos del autor de Proverbios del infierno que un mundano y apocado contable. Es de esta extraña relación entre el indio desarraigado y el hombre especular de donde sale lo más reconocible y lo más original de Dead man. Por un lado comparece en esta compañía la frecuente alianza de perdedores y marginales cara al cine de Jarmusch, ésos que siguen el mismo camino aunque no se entiendan. Por otro, es la identidad del aciago protagonista, la repetitiva confusión en torno a su nombre, la que explicita la deuda de Jarmusch con la poética e imaginería de Blake a la hora de dar forma a su película: versos y proverbios (como aquel que reza Del agua estancada espera veneno, y que parece desconocer el más joven de los perseguidores del falso Blake) se transforman en matices de gris hasta que el negro lo absorbe todo.
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