James Joyce. El amigo dublinés

Literatura

En el centenario del 'Ulises', Páginas de Espuma publica los 'Cuentos y prosas breves' de Joyce, un autor que en su evolución nunca se olvidó de Dublín ni de recoger en su obra el pulso de la vida

James Joyce   (Dublín, 1882 - Zúrich, 1941).
James Joyce (Dublín, 1882 - Zúrich, 1941). / D. S.
Braulio Ortiz

31 de enero 2022 - 06:31

Cuando James Joyce era apenas un muchacho enfermo de ambición coincidió con el ya consagrado Yeats a la salida de la Biblioteca Nacional, y se presentó señalándole que él también era poeta. Yeats accedió a tomar un café con aquel joven, pero unos minutos después quizás se arrepintió de haberle otorgado su tiempo y su confianza: cuando Joyce se enteró de que el otro tenía 37 años, lamentó que era "una pena", que ya estaba, le comentó el que debería ser el discípulo y no el maestro, "demasiado viejo para verse influenciado" por su genio. A Diego Garrido, editor y traductor de los Cuentos y prosas breves del irlandés que ha publicado Páginas de Espuma, le divierte que aquel escritor que tuvo "el defecto de la vanidad" y "quiso que lo admirasen", despierte en realidad "otra cosa, distinta y mejor que nuestra admiración: nuestra amistad", que su perfil tan humano, tan plagado de imperfecciones, tan entrañable al fin, "logre al final que lo queramos como se quiere a un amigo".

El investigador expresa su gratitud al autor de Dublineses: "Yo estudiaba Cine, pero empecé a leer a Joyce y decidí seguir otro camino", cuenta Garrido, que hoy tiene 24 años y recomienda a los jóvenes que se atrevan con su obra, porque "lejos de otros escritores también muy buenos que pueden deprimirte o paralizarte, él anima o impulsa tu vocación". Con el mismo entusiasmo reivindica el Ulises a ese público potencial. "Es una obra cómica, no un texto grave ni imposible, pero lo resalto en todas las entrevistas: en ningún sitio está escrito que tenga que maravillarte, no ocurre nada si no te apasiona. Odio este cliché por el que sólo las personas inteligentes aprecian la propuesta, y eso de que si no entras en ella eres estúpido", expone.

Esa fascinación que muestra Garrido cruza un volumen de casi 600 páginas que va desde las tempranas Epifanías a Finn’s Hotel, esbozo preliminar de lo que será el monumental delirio de Finnegans Wake, y en el que no faltan ni el Retrato del artista, avance que culminará más tarde en Stephen Hero y el Retrato del artista adolescente, ni los celebrados cuentos de Dublineses. Un recorrido que el responsable de esta edición hace combinando el rigor del análisis con el amor por la anécdota, consciente de que la biografía y el carácter de Joyce son materiales jugosos. De su mano descubrirán los lectores que el escritor abrió el primer cine de su ciudad natal, que fue retado a duelo en un bar o que abandonó una casa en la que se alojaba cuando supo que sus dueños eran vegetarianos. Que su hermano apostaba por él cuando nadie había advertido su valía y lo rebautizaba como el Rousseau de Irlanda, pero que se desengañó al leer el Ulises mientras el mundo celebraba su genialidad.

Para el responsable de la edición, Diego Garrido, Joyce “logra que se le quiera como a un amigo”
Portada del libro.
Portada del libro. / D. S.

Garrido describe a un autor obsesionado con la vida –sus Epifanías son extractos de ella– que cogió como costumbre tomar notas de todas las conversaciones. "Él despreciaba la literatura fantástica, y un universo como el de Borges no le habría dicho nada. En sus comienzos aseguraba que no podía inventar, que carecía de imaginación, algo que luego se demostró que no es cierto, y la manera de suplir ese defecto era transcribir la vida, un propósito inalcanzable en realidad. Por eso tenía la manía de apuntarlo absolutamente todo, porque pensaba que todo era susceptible de convertirse en literatura. Que las cosas ocurrían en el mundo para que un artista las recogiese y las iluminase".

En estas piezas se ponen de manifiesto los sentimientos encontrados con que Joyce observaba sus orígenes: para Garrido, el protagonista en su obra no es un hombre, sino una ciudad, Dublín, que abandonó a los 22 años y a la que regresó tantas veces en sus escritos, en principio con el afán de vengarse, después vencido por la nostalgia. "Es uno de los casos más extremos de un creador que vuelve una y otra vez al mismo tema, hasta el punto de que todos los libros que escribió entre los 20 y los 60 años parecen el mismo libro, los mismos personajes reaparecen a lo largo de su obra. Y eso que él albergaba cierta neurosis de joven, percibía a Irlanda como una especie de Saturno que devoraba a sus hijos, y se marchó seguro de que no regresaría nunca. Esa distancia, y la nostalgia que fue creciendo en él mientras se hacía mayor, propiciaron que firmara el retrato de una ciudad y de su gente más poderoso de la historia de la literatura".

Una ilustración de Arturo Garrido para el libro.
Una ilustración de Arturo Garrido para el libro. / D. S.

Entre las notas que Garrido hace de Dublineses, el especialista vincula el emocionante final del último cuento a la inseguridad con que Joyce se preguntaba por los amores anteriores de su esposa, Nora. "Esa escena es un símbolo de la compleja relación que tuvo con las mujeres: cuando se topaba con una atractiva, él se encogía. Su madre murió joven y él se negó a arrodillarse frente a su lecho, un recuerdo que viviría con culpa. En sus obras tiende a asociar la imagen de la mujer a la naturaleza, a la Virgen María, a las putas y a su madre, una mezcla ciertamente extraña. A Nora le decía que quería meterse en su útero, que lo acogiera allí", argumenta Garrido, que no se ha acobardado ante la portentosa imaginería verbal que Joyce despliega en Finn’s Hotel, uno de los desafíos que implicaba la traducción del volumen. "Fue muy divertido. En otros textos tienes que preocuparte por ser fiel, pero aquí no podía traducir literalmente todos esos neologismos porque perdían la gracia, así que tuve que inventármelos. Pude jugar".

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