Los agravios y las ofensas

Crítica de Teatro

LAS PRESIDENTAS

Autor adaptado: Werner Schwab. Diseño de escenografía y dirección: Juan Dolores Caballero. Producción ejecutiva: Ángel Luis Colado. Ayudante de dirección: Antonio Laguna. Diseño iluminación: Mario Díaz González. Intépretes: Ana Marzoa, Paca Gabaldón, Alicia Sánchez. Fecha: Martes 15 de diciembre. Lugar: Teatro Lope de Vega. Aforo: Un cuarto.

La reescritura grotesca del teatro de cámara que ejecutó en Austria Schwab no podía encontrar mejor cómplice, sobre el papel, que Caballero, que lleva tiempo haciendo cosas parecidas con el legado clásico hispano. Su versión de Las presidentas aterrizó en el Lope para sacudir un poco la apatía monolítica de su platea y poner al respetable a blasfemar mientras abandonaba la sala. Algo pasó sobre el escenario, y si bien en parte sólo fue el reflejo de la pulsión caca-culo-pedo-pis del austriaco, ya valió la pena la experiencia.

Sobre por qué no funciona la obra de Schwab ni esta versión podría escribirse largo y tendido, pero resumamos lo esencial apuntando que el texto no ha superado la prueba del tiempo y que su particularidad nacional lo hace difícilmente exportable. Aquí comparece la Austria que Bernhard circunscribiera en sus hiperbólicas y tragicómicas fórmulas (calles espantosas + gentes espantosas, por ejemplo), ese acerado huis clos que bascula entre el ensueño amnésico y la pesadilla metamorfoseada, y a cuyas obsesiones (coalición católica y socialdemócrata para continuar la fallida aventura del Anschluss nazi) Schwab añadiera las especias propias de un punk posmoderno. Así, a vueltas con Hitler, Wojtyla, la resaca del nacionalsocialismo -y esa facilidad que el idioma alemán tiene para añadir matices a una raíz común (en este caso la declinación del universo fecal), y que aquí se pierde-, el espectador no avisado se topa con una barrera infranqueable, y el que sí lo está siente, sobre todo, que el trasvase no es posible sin una mayor intervención (vía estilización, pensamos).

Lo bueno, en cualquier caso, es que Caballero deja en su versión la semilla para esta trascendencia; se la ofrece una de estas tres católicas entre la fabulación y el espejismo: Mariedl, una gran Alicia Sánchez, la única actriz que sabe poner el cuerpo en escena, asumir el delirante soliloquio y hacer gala de la pétrea fragilidad que caracteriza a toda mitología ridícula.

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