Un cuento de verano para el perfecto idiota

Con El cielo rojo nos llega el Petzold más rohmeriano, en una suerte de cuento (moral) de verano ambientado en la costa del Báltico, en el retrato del perfecto (escritor/artista) idiota ensimismado en su ego y su vanidad (un gran Thomas Schubert), incapaz de ver el mundo alrededor y su gozosa complejidad incluso cuando este se desmorona, el bosque arde o las algas iluminan en la noche el fondo marino.

La casa de verano del amigo fotógrafo se dispone espacialmente como escenario para el despliegue del juego y el estudio de personaje(s): una inquilina inesperada (de nuevo Paula Beer tras Ondina), su amante el vigilante de la playa, las molestias y los roces, las comidas y conversaciones que revelan la estupidez y el aire fatuo de un personaje que mira todo y a todos con condescendencia y aire de superioridad. La trama se expande con la llegada del editor con su sentencia, pero ya antes el ego ha sido herido por esa mujer misteriosa que se ha convertido en objeto de deseo al tiempo que en espejo de miserias.

El cielo rojo, los anuncios y el sonido de los helicópteros amenazan como catarsis para desanudar la escalada de decepciones, también como preludio de una tragedia no anunciada que aún se reserva una última y genial vuelta de tuerca autorreflexiva para cerrar el relato y que este se pliegue sobre sí mismo. A la postre, esta comedia de verano también tiene su enseñanza congelada en una última sonrisa.