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Eyaculaciones del alma

Sociedad y soledad | Crítica

Obra de postrimerías y sin embargo la más popular de cuantas escribiera Emerson, 'Sociedad y soledad' fue la aportación del filósofo estadounidense al tiempo de la reconstrucción nacional

Ralph Waldo Emerson (1803-1882).
Ignacio F. Garmendia

30 de junio 2019 - 06:00

La ficha

Sociedad y soledad. Ralph Waldo Emerson. Ed. y trad. Javier Alcoriza y Raúl Narbón. Pepitas de Calabaza. Logroño, 2019. 256 páginas. 22,80 euros

Tendemos a celebrar a Thoreau, el gran pensador libertario, por oposición a la figura más convencional y respetable de quien fuera su mentor, el filósofo trascendentalista Raph Waldo Emerson, pero más allá de la relación entre ambos el autor de Naturaleza, obra fundacional e íntimamente ligada a la historia de la democracia americana, ocupa un lugar importante en la tradición que concibió la modernidad como un diálogo con los antiguos, en la hermosa idea de que todos los seres humanos somos a la vez irrepetibles y contemporáneos, integrantes de una constelación mayor donde los altos ideales no son abstracciones inalcanzables.

Publicados en 1870, esto es, en el difícil tiempo inmediatamente posterior a la devastadora Guerra de Secesión que fracturó a la joven república, los doce ensayos que conforman Sociedad y soledad, nacidos como muchos de sus textos de conferencias, fueron los últimos supervisados por Emerson y se ofrecen ahora por primera vez íntegros en castellano, desde el que da título y sentido general al volumen –planteando el dilema no irresoluble entre el individuo y la comunidad– hasta "Vejez", que lo cierra, donde el autor amplía el clásico De senectute de Cicerón para celebrar con sabias palabras la edad de la experiencia.

Emerson imprime a sus reflexiones un tono entre conversacional y meditativo, moral en el mejor de los sentidos

La civilización, el arte, la elocuencia, la vida doméstica, la agricultura, los libros, los clubs, el valor o el éxito, son otros de los asuntos abordados en una especie de calendario personal que recoge, como en la alusión expresa a Hesíodo, los trabajos y los días de Emerson, que imprime a sus "eyaculaciones del alma" ese tono entre conversacional y meditativo, moral en el mejor de los sentidos, característico del predicador que no se eleva por encima de la parroquia.

Con razón dicen los editores que leerlo hoy es "prestar oído a un maestro capaz de apreciar la sensibilidad –o toda ocasión de apertura al mundo– por encima del sobrestimado talento". Su propuesta para superar el citado dilema, como concluye en el primero de los ensayos, pasaría por situarse en un lugar desde el que preservar la independencia sin perder la simpatía.

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