Cambio de banda
Desbandao I Crítica literaria
El linense Daniel Domínguez Romero acaba de publicar su último poemario que lleva por título "Desbandao"
Las palabras son susurros y alegatos, salvoconductos y hasta santo y seña. En estos pagos de verjas y foconas, donde las sombras son piramidales y los vientos perros fieles tatuados en el alma, la locución cambiar de banda se utilizaba para expresar la búsqueda de una nueva estación de radio en tiempos de los viejos aparatos de galena. En este verano de impenitentes calores, Daniel Domínguez Romero, natural de La Línea y estudiante de Bellas Artes, ha publicado un libro de poemas cuyo título, Desbandao, sugiere también indisimulados cambios de emisión. Se trata de un adjetivo que, de entrada, evoca la histórica Desbandá de la costa oriental andaluza en el invierno de 1937. El autor no elude referencias a este hecho histórico, pero en estas páginas se trata de una desbandá íntima, la del que corre para distanciarse de una contemporánea botellona con los altavoces bajos. Se trata de una huida pero en dirección prohibida, que atraviesa territorios próximos plagados de guiños y referencias personales.
Todo el texto se articula a partir de una compleja paráfrasis de la fuga. El autor considera el poemario como “una huida hacia delante sin mirar atrás, cruzando un paso de cebra sin pisar las rayas blancas. Huida de cuerpo y alma, dejando atrás sentimientos, amores, personas, ciudades, objetos, maneras de hacer, dolores, recuerdos y ladrillos”. A lo largo de las estrofas, el autor no abandona la primera persona y justifica continuamente su particular evasión. Confiesa que “dejé de estar perdido porque dejé de estar quieto” y realiza la fuga “lúcido de manos” ante un acechante “alambre de puertas blancas”. Para él, correr “es un violento símil de huir”, aunque realiza esta acción en condiciones no siempre recomendables, haciendo “driftin por los alberos” con unos tenis sin suelas, “más drenao que los campos en noviembre” y sin espejos en los que verse los pies.
A pesar de su galopante juventud, Daniel Domínguez Romero no es nuevo en estas lides. Su primera recopilación consciente de textos, La ansiedad me llama pero no le contesto, fue de 2018. Un año más tarde vio la luz Con el perdón tatuao, poemario prologado por José Juan Yborra que publicó la desaparecida editorial Demasiado Amarillo. En 2020 comenzó a trabajar con Daniel Medina Hermosilla en un fancine publicado en la exposición Jondos21 que tuvo lugar en el granadino palacio del Almirante de la mano de la oficina EA y la Universidad de Granada. Allí, tras los nobles dinteles de piedra de la sierra de Elvira, comenzó a gestarse el presente Desbandao.
El libro se compone de un total de 15 poemas, a los que se le añade Golden Hookah, una farsa urbana en un cuadro, además de un prólogo escrito por Ana Pérez Vallejo y un epílogo de Daniel Medina Hermosilla, autor de la maquetación, la portada y de cuatro ilustraciones en color que se insertan en sus páginas, unas páginas que considera como una imagen a la que no es difícil volver. Medina advierte que se trata de un texto que, a pesar de las connotaciones históricas, pertenece a un presente, aunque fácilmente conectado con algo atemporal, lo que viene a sugerir una portada donde se dibuja el recorrido de una Desbandá sin referencias ni escalas.
Daniel Domínguez Romero, que se considera un hijo de su tiempo, reconoce que ha llegado a la literatura de manos tan diferentes como la de Miguel Hernández o la estética ecléctica de Internet y define su proceso de creación como algo no precisamente placentero. Reconoce que “escribir cuesta” y se llenan hojas gracias a una suma de “sufrimientos que enganchan”, hasta el punto de disfrutar “viendo que me he deshecho en partes que mi intuición considera que son inherentes”. Piensa que estos poemas conforman un zeitgeist, una obra hija de una generación que se inserta en una realidad globalizada a la vez que deudora de tradiciones, afectos y conflictos.
Los poemas se articulan a partir de estructuras heterogéneas: desde la alternancia de versos cortos con párrafos en prosa, largas tiradas con rima interna o incluso poemas con hechura de canción, donde estrofas y estribillos conforman ensamblajes paralelos que entroncan directamente con la lírica popular en un ejercicio donde se aúnan las técnicas más vanguardistas con las más tradicionales. El autor posee una decidida conciencia de escritor y hace referencias a poemarios anteriores, cuando se “deja perder a medias por toh los perdones tatuaos”. De forma constante incluye términos coloquiales en andaluz oportunamente transcritos en cursiva, a la vez que realiza un decidido uso de la rima, con repeticiones internas que llegan a recordar textos de rap. Sin embargo, si algo caracteriza su expresión literaria, es el continuado uso de las amplificaciones. El escritor se siente a gusto empleando continuas cataratas léxicas con influencias surreales, como las bóvedas con goteras de río, las hojas que caen sangrando, las goteras de la luna o la identificación de la mujer con la “plata de ley, playa de ópalo, casa de campo con miradas de rótulo”. El lenguaje se desata en hipérboles atmosféricas, como el agua, que cae como cañones “mientras el monzón se abre paso”. Utiliza la palabra como relámpago conceptual y como recurso estructural al hilvanar el heraclitiano concepto del tiempo con las isobaras o los nubarrones que le hacen falta para huir; las repeticiones se encargan de calificar conceptos, como el colorao, quintaesencia del color, que define el viento o los antitéticos grises. Resultan recurrentes los juegos de palabras: “pasta de barro para pasto de ovejas” y asociaciones de ideas que tienen su origen en el territorio de fronteras donde se gesta el libro, donde aparecen “tómbolas sin vano, sin salvaora”. La palabra se conforma como máscara y como instrumento de arte y es utilizada por el escritor que se considera “de tapa dura y demasiadas revoluciones”, inserto en un proceso de fuga que tiene mucho de configuración de un hecho artístico que tiene en el cambio su propia razón de ser.
En el libro abundan las referencias metaliterarias: unas son bíblicas, como las del poema “Perdona a los pobrecitos”, donde el autor defiende una poesía comprometida con los que viven con ansias, los que no saben llegar, “los ángeles que no tienen alas” para subir y no tienen más remedio que pegar a las puertas. En otras ocasiones, el autor no oculta su cercanía al flamenco, con guiños léxicos y estructurales que se vuelven mucho más definidos en su texto “Niña de fuego”, la zambra escrita por Rafael de León e interpretada por Manolo Caracol, a cuya memoria lo dedica. Sin embargo, las referencias más recurrentes tienen que ver con Jung Beef, el cantante, compositor y rapero granadino, de quien toma el título del poema “Cold Turkey”, cuyo primer verso parece seguir la insistente repetición del autor de ADROMICFMS. Al “Tu amor ya no coloca”, Daniel Domínguez replica “Como una roca”, expresión con innegables referencias personales para un autor que, cuando las relaciones pasan a tener la misma humanidad que “una lámpara que besa a una bombilla”, se siente preso de las circunstancias y necesita huir, convirtiéndose en el desbandao que da título al libro. Tras el descenso a sus particulares infiernos, el poeta necesita partir, una fuga que dé sentido a su estado, ya que “no hay aguja que cosa este hueco tan hondo”.
Daniel Medina, en el epílogo del poemario escribe que la desbandá es un estado del alma, solo posible en un paisaje atemporal, indiferente y galáctico, atemporalidad e indiferencias cercanas a las propuestas por el escritor y crítico de arte John Berger y en este espacio es donde el autor rima para señalar hitos de su peculiar camino. Ahora bien, en el libro se muestra un sutil juego de espejos entre esa inconcreción y una intencionada sarta de referencias a universos cotidianos y próximos, donde afloran apuntes muy concretos a experiencias vividas y sentidas por el autor. Este ve difícil partir con unas Nike 97 pinchadas, “salivando sangre, con el frenillo de la boca medio roto”; son igualmente constantes las referencias familiares a unos “goterones de madre” y a una abuela “que sabe en el tiempo”. En el poemario, la experiencia real se convierte en arte mediante la palabra, como la “fiesta sin viento, sin magreo, sin buitres”.
Ana Pérez Vallejo señala en su prólogo que el autor escribe versos frescos que reconstruyen cuentos en un pedacito de la tierra íntima. Aquí está una de las claves del libro: en el poemario afloran paisajes metafóricos, preñados de elementos cercanos, que se pueden identificar con elementos del estrecho istmo donde se mueve la conciencia poética. Son lugares llenos de estelas de rocas, de colores, de trincheras donde resuenan las palmas, un espacio de lluvias, de lloradores de las cuevas, de cavernas actuales, “de sombras que escuecen y fits galácticos, de otro planeta”.
Al igual que la de Juan Ramón Jiménez, la infancia del autor fue amarilla, pero en este caso, sobre bloques de hormigón y patios de cemento, mar presente, fortificaciones y viento, mucho viento “que ladea los árboles y convierte en palillos a los mástiles”. Daniel Domínguez no dedica su libro a persona, institución o colectivo cercano, sino “Al cruce de la Avenida de la Banqueta con Calle San Cayetano”, el lugar de La Línea de la Concepción desde cuya ventana ha visto pasar el tiempo y el salitre, el viento y las palmeras, una acera “llena de dátiles pisados” y unos troncos arraigados “en tierra maldita, salina, un lugar desierto con crías de gaviotas”, vecinas que tienden toallas de colores y ríos de motos. En este territorio de arenales cubiertos de asfalto, de constantes vientos, de inclementes lluvias, de fronteras y triangulares sombras de rocas, el escritor realiza un muy particular cambio de banda, resintoniza registros y busca nuevas formas de emisión en un intento de nombrar su huida, la de un desbandao que decide abandonar su esquina, donde solo las palmeras esperan entre palabras escritas e impenitentes calores.
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