Culturismo digital europeo

Alain Delon.
Alain Delon.
Manuel J. Lombardo

11 de febrero 2008 - 05:00

Tal vez sin proponérselo, aunque nunca se sabe, el argumento de la tercera entrega cinematográfica de las aventuras de Astérix y Obélix encierra la clave que explica su propia existencia y el marco industrial en el que se inscribe. A saber, impulsados por el amor romántico de uno de sus guerreros, los irreductibles galos deciden acudir a Grecia para competir en los Juegos Olímpicos como parte del combinado romano, olvidando así su condición de pueblo sometido e integrándose en las filas del gran Imperio todopoderoso con tal de conseguir sus honorables objetivos.

A falta de mejores argumentos para escribir esta crítica, el ocioso cronista quiere ver en este pasaje argumental la metáfora misma de un audiovisual europeo que, a sabiendas de sus limitaciones, no tiene otro remedio que aliarse con el enemigo (Hollywood), imitarlo en sus estrategias discursivas y promocionales, aunando fuerzas comunes bajo la vieja fórmula de la co-producción transnacional para poder competir en su misma división y por la misma tajada de público, o sea, asumiendo las hechuras de la superproducción infantilizada (¡y hasta qué grado!) que fía todo su éxito a la paleta de la espectacularidad y el gag digital y a la rebaja o anulación de toda la posible singularidad local del producto, una singularidad que, en este caso, venía delimitada por la muy gala tradición del cómic de Coscinny y Uderzo.

Así las cosas, los creadores de Astérix en los Juegos Olímpicos se olvidan de toda esencia original para favorecer un cansino e interminable despliegue de guiños y chistes posmodernos que contextualicen y actualicen (véase a un desahogado Delon recitando los títulos de sus películas más conocidas de los sesenta) a los viejos héroes de tebeo en la época de las retransmisiones deportivas interrumpidas por bloques de anuncios de patrocinadores. No es de extrañar así que el momento estelar de la película, que ha quitado además el protagonismo a los galos para dárselo al romano Bruto (Benoit Poolveorde) y a sus secuaces, sea el de una referencial carrera de cuádrigas en la que, entre piruetas pixeladas y polvo levantado por caballos auténticos (¿?), se nos recuerda, Michael Schumacher y Adriana Karembe mediante, que esto del cine es hoy una carrera de Fórmula-1 más en el continuum de la programación televisiva de cualquier fin de semana.

stats