Fallida conversión del tiburón en cordero

Drama, EEUU, 2010, 145 min. Dirección: Oliver Stone. Guión: Allan Loeba. Intérpretes: Michael Douglas, Carey Mulligan, Shia LaBeouf, Josh Brolin, Susan Sarandon, Frank Langella, Elli Wallach. Cines: Ábaco, Al-Ándalus Bormujos, Al-Ándalus Utrera, Arcos, Avenida, Cervantes, Cineápolis, Cineápolis Montequinto, Plaza de Armas, Nervión Plaza, CineZona, Los Alcores, Metromar.
Cuando Michael Douglas sale de la cárcel con aire de teclista de Mecano ya se han perdido todas las esperanzas. Lo malo es que esto sucede en el primer minuto. No hacía falta el gigantesco teléfono móvil que le restituyen junto a sus otras pertenencias para marcar el paso del tiempo: la publicidad ya se ha encargado de avisarnos del retorno de Gordon Gekko, el decorado nos dice que ha pasado unos años a la sombra y su cara, que no han sido pocos. No hacía falta que al narcotraficante excarcelado lo recoja un cochazo vibrante de hip-hop para decirnos que las cosas han cambiado y que el viejo tiburón de las fianzas vuelve a un mundo distinto. Ni hacía falta que el cochazo en que el narco es recogido le brinde una tan calurosa como ruidosa acogida para retratar la soledad de un Gekko al que nadie viene a recoger.
Nada de esto hacía falta. Como tampoco la hacía que se rodara esta secuela de la otrora popular Wall Street (1987), eficaz retrato del universo de los tiburones financieros en la era del pelotazo pre-global. Pero aquí están, tanto los planos redundantes como la propia película, reclamando su dinero y mi atención. ¿Las merece? No. Para saltar del universo eufórica y salvajemente especulativo de los 80 a la inminencia de los grandes escándalos y aún mayores crisis de la primera década del siglo XXI, y con él de aquel Gekko con tirantes y gomina a sus aún más agresivos y sucios herederos, Stone ha creado un mundo artificial con pretensiones de retrato de la realidad que parece una fusión involuntariamente paródica de Blade Runner (en su insistencia por visualizar el poder del dinero a través de enfáticos paisajes de rascacielos que crean un mundo deshumanizado), de Eyes Wide Shut (en su intento por recrear las recámaras del poder y el dinero como sociedades secretas dadas a la avaricia como los libertinos de Kubrick se daban a la lujuria) y de El Padrino (en su esfuerzo nunca logrado de retratar el mal, en este caso el financiero, con el aura sombría con que Coppola orló a la mafia; especialmente en las secuencias tenebristas de las reuniones que acaban con Frank Langella y encumbran a Josh Brolin).
En este mundo, que nunca logra hacer creíble, Stone desarrolla una trama superficialmente moralizante y pobremente divulgadora que intenta escenificar los resortes de la actual crisis de una forma tan simplona como las imperdonables metáforas de las pompas de jabón o las fichas de dominó cayendo que visualizan el estallido de las burbujas financieras o el desplome de los mercados. De pena. No es fácil reconocer aquí al excesivo pero gran realizador de Platoon, JFK o Nixon. Ni tan siquiera al hábil urdidor de la primera Wall Street. Sí, en cambio, al fatuo impostor de Asesinos natos, Giro al infierno o Comandante. Tampoco es fácil reconocer al brutal Gekko del 87 -el ejecutivo tan sobrado de gomina como falto de escrúpulos- en este hombre al que el dolor y la cárcel han hecho descubrir, a la vez, las bondades del amor, la familia y la ética empresarial. Lo que le llevará a enfrentarse al universo pre-catastrófico que provocó la crisis en la que aún vivimos, representado por un malo de opereta cuyo salón está presidido por el goyesco Saturno devorando a sus hijos. ¿Lo cogen? Tópico, ya. Y fácil. Tanto como para haberla convertido en un taquillazo.
Douglas parece una caricatura de su padre. Shia LaBeouf crea con precarios recursos interpretativos un personaje grotesco, Josh Brolin es un malo deplorable y Susan Sarandon, un fantasma. Sólo se salvan, y de paso nos salvan el poco tiempo que aparecen en pantalla, el abuelo Frank Langella y ese prodigioso bisabuelo que es Eli Wallach.
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