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El 9 de septiembre de 1958 nació para muchos la gran leyenda del toreo algecireño. Aquella tarde en la plaza de toros de Murcia se doctoraba como matador de toros Miguel Mateo Miguelín, al que muchos definieron años más tarde como un torero de toreros. La alternativa se la dio Luis Miguel Dominguín con una corrida de Francisco Galache y con César Girón como testigo. Ese día el diestro algecireño cortó cuatro orejas, un rabo y una pata.
Los cronistas de la época definieron la primera tarde de Miguelín de matador de toros como un éxito de clamor. Los primeros aplausos los recibió toreando con el capote en unas verónicas acompasando la embestida y moviendo con gusto las muñecas. El público se entregó al de Algeciras en el tercio de banderillas, demostrando un dominio absoluto en esta suerte. El toro de nombre Plateresco estaba marcado con el número 22, un animal de pelaje negro entrepelao y al que el diestro algecireño entendió desde el primer momento.
Después vendría la ceremonia de alternativa de manos de Luis Miguel Dominguín con la presencia de César Girón, ambos figuras de la época. Miguelín, que vestía un terno de blanco y oro, comenzó la faena toreando por bajo, luego vinieron unas series de templados redondos, rematados con el de pecho. Luego vinieron los naturales que pusieron en pie a los tendido. La obra la rubricó con una gran estocada y paseó las dos orejas y el rabo.
Pero la apoteosis llegó en el sexto de la tarde, el segundo del lote, al que recibió con tres largas afaroladas y al que toreó de manera sensacional por chicuelinas. De nuevo estuvo cumbre en el tercio de banderillas. El toro de nombre Camarón estaba marcado con el número 19 y Miguelín tuvo el detalle de brindarlo a sus dos compañeros de terna. La faena fue similar a la de su primero, pero tuvo una mayor rotundidad. La gran faena la remató con una gran estocada y paseó las dos orejas, el rabo y la pata, los máximos trofeos de la época.
Esa temporada la terminó con catorce corridas y con un triunfo rotundo en la plaza de toros de Zaragoza, el 14 de octubre al cortar cuatro orejas y un rabo en una tarde que compartió junto a Manolo Vázquez y Julio Aparicio. A partir de ahí vinieron, años más tardes, los triunfos y las grandes tardes en plazas como Sevilla, Madrid, Málaga, Bilbao y como no en su plaza de Algeciras, donde hubo ferias en las que se anunciaba cuatro tardes y en todas ellas se colocaba el cartel de no hay billetes.
En 1979 decidió retirarse en la plaza de toros de Granada y puso fin a una trayectoria profesional admirada entre otros por el gran Antonio Ordóñez, que lo definió como un torero exquisito, poderoso y completo en todos los tercios. La leyenda de Miguelín tras su fallecimiento fue mayor y comenzó a fraguarse. Fue un torero completo, respetado y admirado por los profesionales y al que todavía el mundo del toro no le ha hecho justicia. Fue un torero de toreros con un cabeza privilegiada para ver al toro.
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