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Sólo McKellen logra reavivar el fuego de Baker Street

Crítica de Cine

Un estupendo Ian McKellen da una nueva vida al mítico Sherlock Holmes.
Carlos Colón

25 de agosto 2015 - 05:00

MR. HOLMES

Drama, Reino Unido, 2015, 103 min. Dirección: Bill Condon. Guión: Jeffrey Hatcher. Intérpretes: Ian McKellen, Laura Linney, Nicholas Rowe, Hiroyuki Sanada, Frances De la Tour, Roger Allam y Philip Davis.

Los apócrifos de Holmes se han debido a las mejores (Mark Twain, Maurice Leblanc, Jardiel Poncela, Asimov, Dickson Carr, Julian Symons, Stephen King y hasta Umberto Eco con su Guillermo de Baskerville) y las peores (dejémoslo estar) plumas; y lo han emparejado o enfrentado a los más importantes o extravagantes clientes o contrincantes: Freud, Marx, la reina Victoria, el rey Eduardo, Jack el Destripador, Oscar Wilde, Wittgenstein… Hace unos años la editorial Valdemar, en la colección Los Irregulares de Baker Street, editó una buena porción de ellos. La justificación de la existencia de estos apócrifos ha sido bien argumentada por el muy holmesiano Richard Lancelyn Green en el prólogo de un volumen de relatos apócrifos: "Si las historias de este libro logran reavivar el fuego de las habitaciones de Baker Street, o repetir el ruido de los cabriolés, o captar el sonido de un pie sobre la escalera, entonces habrán conseguido su objetivo".

Ésta es la pregunta que debe plantearse a toda película que se base en un apócrifo o lo cree a partir de un guión original. ¿Calienta y alumbra las habitaciones del 221B de Baker Street? ¿Logra que un coche se pare bajo sus ventanas, se oigan unos pasos apresurados por la escalera y la señora Hudson anuncie una visita que trae un nuevo caso? Si es así la película está justificada. Pasó, por ejemplo, con Elemental, Dr. Freud y , sobre todo, con La vida privada de Sherlock Holmes. ¿Sucede con Mr. Holmes? Sólo en lo que al grandísimo Ian McKellen se refiere. Al guión de Jeffrey Hatcher, basado en una discreta novela de Mitch Cullin, se le puede reprochar su falta de originalidad -el retorno de un Holmes anciano urgido por un caso antiguo ya ha sido abordado en otras narraciones- y sobre todo su carencia de encanto tardovictoriano y eduardiano. No importa que esté ambientado posteriormente. La serie protagonizada por Basil Rathbone y Nigel Bruce (¡qué estupendos Holmes y Watson!) se desarrollaba durante la II Guerra Mundial y había en ella generosas dosis de propaganda aliadófila, pero conservaban ese encanto.

A la dirección de Bill Condon (autor de la magnífica Dioses y monstruos, también magistralmente interpretada por Ian McKellen, de la estimable Dreamgirls y de las horrorosas Crepúsculo) se le puede reprochar lo mismo: carencia de encanto, pérdida del perfume victoriano y eduardiano, ausencia de esa rara sensación de confort que transmiten los relatos de Holmes, que siempre parecen leídos al amor de la lumbre una noche de tormenta. La idea de establecer la verdad sobre Holmes a partir del propio personaje, como si su último caso fuera él mismo, es imputable a la novela de Cullin, que ignora la famosa sentencia -"¡imprime la leyenda!"- fordiana. ¿A quién puñetas le interesa la supuesta verdad de un mito? Y además todo lo que se dice sobre el gorro de caza, la pipa o los adornos de Watson como narrador ya está dicho por el propio Holmes en las novelas de Conan Doyle. Pero la unión de Condon y McKellen podría haber dado de sí un relato tan conmovedor sobre el Holmes último como el que ambos construyeron sobre el último James Whale. En aquella, lejos de hurgar en el mito para establecer la verdad, se resaltaba dramáticamente. ¡La soledad y amargura del director atravesada por los fulgores de sus éxitos, sobre todo de Frankenstein y La novia de Frankenstein! Si llevándose la novela a su terreno hubiera humanizado el mito sin intentar desmitificarlo y aprovechado el juego sólo apuntado entre el autor y su criatura, enfrentando el Holmes narrado por Watson y el real, tal vez esta película cumpliría esos requisitos que Richard Lancelyn Green pedía a todo buen apócrifo. Desgraciadamente, y lo digo con todo el pesar de un holmesiano, no lo logra. Pese a que al final pretenda reconciliar mito y realidad, verdad y leyenda… Incurriendo en lo sensiblero.

Afortunadamente está McKellen, Atlas que puede sostener sobre sus viejas espaldas toda la película. ¡Qué gran Holmes nos hemos perdido o hemos ganado sólo a medias! Él es toda la película.

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