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'En agosto nos vemos', el libro que Gabriel García Márquez no quería publicar

Crítica literaria

No hay nada moralmente cuestionable en la publicación de este libro póstumo contra la voluntad expresa de su autor

‘En agosto nos vemos’, la novela póstuma de Gabo, llega a las librerías

Ejemplares de 'En agosto nos vemos'.
José Ángel Cadelo

09 de marzo 2024 - 23:30

Acaba de publicarse la novela que Gabriel García Márquez quiso destruir. Tan es así, que los hijos del desaparecido premio Nobel han tenido que explicar en todas las entrevistas que han concedido que, cuando a Gabo le empezó a fallar la memoria para escribir, también le falló a la vez la capacidad para juzgar el valor literario de lo que había escrito. Por eso Rodrigo y Gonzalo García Barcha decidieron desoír la voluntad expresa de su octogenario padre y, diez años después de su muerte, poner en manos de Random House la versión número 5 del manuscrito, de junio de 2004, de En agosto nos vemos.

Poco importa ya si esta redonda operación editorial ha sido motivada por razones mercantiles (los herederos del realista mágico se han embolsado ya más de quince millones de euros en concepto de anticipo de regalías por la publicación de las travesuras y amoríos libertarios de Ana Magdalena Bach, la protagonista de En agosto nos vemos) o artísticas. Lo que importa es que esta breve novela (o cuento largo, según se quiera) está por fin completa al alcance de los fieles lectores del colombiano. Es más, mucho ha tardado en ver la luz este fantástico colofón a la desigual trayectoria literaria del genio de Macondo.

A los que han buceado durante décadas en las atmósferas y localizaciones de las grandes obras de García Márquez, les sorprenderá ahora encontrarse con la majestuosa naturaleza caribeña de siempre pero en un tiempo en que los automóviles tienen ya aire acondicionado y los hoteles, detectores de humo y tarjetas magnéticas en lugar de llaves. Da igual, porque esta historia de amores fulminantes, divertida y trágica a la vez, que tiene a una mujer como protagonista (por primera vez en las novelas de García Márquez; que no en los cuentos) está tan bien construida y es tan universal que podría haber sucedido en cualquier época y en cualquier lugar. Más aún, la pulcritud y cuidado del autor al describir tanto los exteriores como el alma de los personajes invita a creer que, si a Gabo no le hubiera traicionado la memoria, Ana Magdalena Bach sería la protagonista (la estrella incluso) de una larga novela como El amor en los tiempos del cólera, esa por la que García Márquez apostaba que se le recordaría en el futuro.

En agosto nos vemos ilustra perfectamente por qué las novelas de García Márquez no pueden ser llevadas al cine (a pesar de los muchos absurdos intentos en que han incurrido algunos incautos cineastas): no son historias narradas ni, mucho menos, guiones; son pura literatura. Y la literatura es para ser degustada en negro sobre blanco, al ritmo de las olas caribeñas (que es el ritmo también de la respiración serena). El mar ardiente, las garzas azules de la laguna, el silencioso recuento del año ante la tumba de la madre o la curiosidad con que Ana Magdalena se entrega al remolino de espuma del jacuzzi no son realidades que pueda captar una cámara ni mostrar la pantalla de una sala de cine.

No hay nada moralmente cuestionable en la publicación de este libro póstumo contra la voluntad expresa de su autor (los lectores teníamos derecho a estas páginas que ya estaban al alcance de los académicos en la Universidad de Texas, en Austin). El único problema moral de esta novela está en el corazón de su protagonista, que no deja de juzgarse a sí misma y que responde exactamente al individuo (el ser humano) que describía el filósofo Leonardo Polo: “No puede actuar sin mejorar o empeorar”.

La ilustrada Ana Magdalena Bach es ese individuo que va cambiando su propia realidad a lo largo de sus viajes solitarios en transbordador a la isla donde está la tumba de su madre, desde el momento en que hace su primera elección moral en el hotelucho sobre la laguna. Todo es fascinante en el universo poético y antropológico de Gabo. Por eso este canto a la vida tiene que estar, en papel, en las estanterías de quienes siguen releyendo Cien años de soledad. Y da igual lo que se vayan a embolsar los legítimos herederos del genio.

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