"Hay cosas que como cantante no he hecho y estoy dispuesto a probarlas"
El intérprete, que ofrece el domingo un recital lírico en Málaga, debutará en julio en el Teatro Colón de Buenos Aires con 'Otello', título que cantará antes en Valencia dirigido por Zubin Mehta
La agenda de Carlos Álvarez, malagueño de 1966 afincado en Sevilla, luce el esplendor internacional de siempre, y aunque algo menos frenética que antaño no deja lugar a dudas respecto a su recuperación. Acaba de ofrecer en Turín un Don Giovanni para la historia y este domingo regresa al Teatro Cervantes con un recital atípico en el que interpretará obras de Carlos Guastavino, Astor Piazzolla, Miquel Ortega, Stephen Sondheim y Richard Rodgers, entre otros, junto al pianista Rubén Fernández-Aguirre, que tan buen recuerdo dejó recientemente en el Maestranza al acompañar a María Bayo.
-El repertorio presenta novedades importantes. Sin arias ni zarzuelas pero con temas de Sondheim y Rodgers. ¿Va para largo su idilio con el musical?
-Sí, me gusta mucho el musical. Hace algo más de un año, en el Festival de Peralada, donde hice Don Giovanni, conocí a Mario Gas, que acababa de montar el Follies de Sondheim en el Español. Le transmití mi entusiasmo por este tipo de repertorio y le planteé la posibilidad de que hiciéramos algo. A un cantante lírico la tecnología de amplificación de la voz le suele resultar extraña, ajena, pero la verdad es que me gustaría llevarme esa tecnología a mi favor y experimentar. Siento que, como cantante, hay muchas cosas que no he hecho aún y me encuentro en disposición de probarlas.
-Juan Diego Flórez me dijo una vez que si entre los barítonos hicieran escalafones tan alegremente como entre los tenores, usted ocuparía el número uno. ¿Alguna vez esto se ha convertido en una presión?
-Para empezar, Juan Diego Flórez es un gran amigo mío y he tenido ocasión de cantar con él muchas veces. Pero respecto a lo que dice de la presión, no, nunca. Todo lo contrario. Para mí constituye una ventaja, porque me permite hacer cosas que de otra manera no haría. Ante todo, me siento muy privilegiado por poder dedicarme a lo que me gusta. Luego hay muchas leyendas, se habla de uno por todas partes, hay gente que pone en mi boca cosas que yo no he dicho y quien asegura haber estado conmigo no sé dónde cuando nunca ha sido así. Pero, más allá de todo esto, uno se sabe perfectamente juzgado en el preciso instante en que sale al escenario. Por más años que uno lleve en este oficio, siempre es así. Y siempre hay que estar a la altura de las expectativas.
-La crisis ha afectado de manera trágica a la cultura en España y, en particular, a la lírica, tras la subida del IVA al 21%. ¿Qué puede contar del resto de Europa?
-Atravesamos un momento verdaderamente dramático que, sin embargo, se ha incorporado ya a la vida cotidiana. Tanto en Europa como en Estados Unidos los artistas tenemos claro que si el sueldo de la gente peligra, lo último que va a hacer es comprar una entrada para una ópera. Una vez aclarado esto, conviene decir que hay diferencias de peso entre el modo en que esta crisis se está gestionando en España y en otros países. Ahora mismo vengo de Turín, donde hemos representado nueve funciones de Don Giovanni con un doble reparto, homogéneo en cuanto a calidad. Pues bien, el público agotó las localidades para las nueve funciones en pocos días. Hemos asistido a nueve llenos como al suceso más natural del mundo. Y eso ha ocurrido en un país, Italia, que también atraviesa serias dificultades económicas. A veces, durante las representaciones, pasaban las manifestaciones por la puerta del teatro. Conseguir algo así en España es hoy muy difícil. Y vemos que no puede achacarse sólo a la crisis económica. En mi opinión es una cuestión de educación: si ésta fuese más importante, y no me refiero sólo a la educación musical, sino a la educación general, ni siquiera nos lo plantearíamos. No se permitiría que ocurriera otra cosa distinta a lo que pasa en Italia, Alemania, Francia o Estados Unidos. Pero en España todo esto nos pilla de una manera tangencial, no se entra de lleno en el asunto. Respecto al IVA, la subida perjudica, y mucho, a la profesión, por una sencilla cuestión de derechos: hay cantantes profesionales a los que les cuesta mucho pagar la cuota mensual de autónomo, pero si no la pagas no te pueden contratar. Y si subes el impuesto un 21%, directamente estás obligando a contratar en negro. Todo esto forma parte, en fin, del ADN español, que no es muy musical.
-¿Qué alternativa a subir impuestos podría adoptarse para evitar la caída de espectadores?
-Ante todo, hay que tener claro que desde la función pública no se puede hacer lo que a un director artístico le dé la gana. Hay que gestionar las cosas con un mayor equilibrio. Eso está muy claro en Estados Unidos, por ejemplo. Yo abogo por la independencia de los programadores artísticos, pero su trabajo tiene que ser corroborado. Si se deduce que una determinada programación acarrea una pérdida de abonados, los responsables deberían tener algo que decir. Lo que ocurre es que a veces los gestores públicos no tienen ni idea, ni conocen el mundo de la cultura, ni siquiera son aficionados. Hay que dejar la gestión cultural a quien sepa hacerlo y se muestre suficientemente sensible ante una evaluación de sus logros.
-Tanto el Gobierno como la Junta de Andalucía amenazan con aprobar próximamente leyes de mecenazgo. ¿Qué confianza le merece esta unanimidad?
-Una ley de mecenazgo tiene que ser eficaz. Si no, es mejor no hacerla. Cuando vas al Metropolitan ves en la butaca de enfrente una plaquita con el nombre de la persona que sufraga ese asiento, y esa persona tiene deducciones fiscales reales. Esto sí es mecenazgo: cualquier otra iniciativa estará destinada al fracaso. Es cierto que en España los impuestos no son nominativos salvo para la Iglesia católica, pero nuestra legislación debería estar abierta a que esto pudiera ser así. Si Andalucía es capaz de promover una ley de mecenazgo que sirva de modelo al resto de España, yo me sentiré orgulloso, pero hay que hacerlo bien.
-¿Qué proyectos le aguardan en los próximos meses?
-La agenda de marzo está que echa humo. Estaré el miércoles en el Auditorio Nacional de Madrid con otro recital solidario junto a Isabel Rey, Ruggero Raimondi y Rosa Torres-Pardo. El día 9 cantaré en Córdoba el Réquiem de Fauré en homenaje a los niños Ruth y José. Y después me embarcaré en la grabación de un disco de dúos en el que habrá temas de pop-rock, tangos y canción española. En abril regresaré al Teatro de la Ópera de Viena con La hija del Regimiento, en junio y julio estaré en Valencia con un Otello que dirigirá Zubin Mehta y en julio cumpliré un viejo sueño: debutar en el Teatro Colón de Buenos Aires, también con Otello. Tenía muchísimas ganas. Ahora por fin estoy preparado y puedo hacerlo.
-Más allá de una puesta en escena transgresora, ¿le tienta el repertorio contemporáneo vocalmente hablando?
-Obras como Einstein on the beach me resultan interesantes, sí. Pero no sé por qué los compositores contemporáneos se empeñan en que la voz funcione en una ópera como un instrumento más. Al final, ¿qué queremos? ¿Que el aficionado que se gasta su dinero en la taquilla sea un crítico sesudo y muy formado o que, sencillamente, disfrute? El esfuerzo intelectual es importante, pero no debe privarte del placer de salir del teatro tarareando una melodía.
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