Las claves
Pilar Cernuda
Ribera, indispensable para Sánchez
Entrevista | Coordinadora de exposiciones en el Patronato de la Alhambra
Algeciras/Cristina Garcés Hoyos (Algeciras, 1976) ha pasado la mitad de su vida escribiendo, aunque no siempre lo supo porque lo hacía de cabeza, sin bolis ni papeles. Primero fueron notas mentales de sus vivencias en ciudades que, a simple vista, poco tienen que ver entre sí: Sevilla, Chicago, Marfa en el desierto texano, y Nueva York. Sin embargo, en su primera novela, Modo aleatorio, estos escenarios remotos se conectan como puntos en un mapa personal, en ese intento casi desesperado de ordenar lo vivido, de rescatar alguna enseñanza de aquellas decisiones que, dice, “dependiendo del día, me parecen desafortunadas, muy desafortunadas o catastróficas”. Desde 2014, esta licenciada en Historia del Arte dirige exposiciones para el Patronato de la Alhambray el Generalife, pero hoy, a través de sus páginas, Garcés invita al lector a recorrer las huellas que esos lugares y disparatados personajes dejaron en ella.
La entrevista se produce un día después de que Joan Manuel Serrat recoja el premio Princesa de Asturias de las Artes. Junto a los Beatles, Serrat ha sido la banda sonora de la familia Garcés Hoyos y puede también que el germen del amor apasionado que la protagonista de Modo aleatorio siente por sus ídolos hasta convertir su vida amorosa en una locura digna de novela. En 1984, Serrat se alojaba en el Hotel Reina Cristina de Algeciras tras un memorable concierto la noche anterior. "El cantante tenía entonces cuarenta años y era en extremo atractivo", escribe la autora, que entonces era una niña de ocho años, pero ya llevaba uno o dos cogiendo sus discos para besar las portadas a escondidas metida debajo de la cama.
Pregunta.Tras leer este pasaje, parece obligada la pregunta: ¿cómo vivió ayer la ceremonia en el Teatro Campoamor de Oviedo donde Serrat regresó por una noche a los escenarios?
Respuesta.Vimos la gala en familia y lloramos todos, salvo mi padre. Me la tragué entera por primera vez y fue emocionantísima.
P.A pesar de haber publicado una novela que Ángeles González-Sinde describe en su prólogo como “maravillosamente escrita” con “gracia y verdad” y que le hizo reír mucho, apenas la ha promocionado desde que vio la luz. Es la segunda entrevista que concede desde su lanzamiento.
R.Yo quedé con mis editores de La cadena trófica que no quería hacer presentaciones. Soy una vendedora pésima. El motivo es que intento huir de todas las situaciones que me crean ansiedad y, por otro lado, supongo que no tengo nada que decir. Está todo en el libro. Además, cada vez me gusta menos hablar en público, quizá porque soy más consciente de las cosas: de lo que sé, de lo que no sé, de quién está enfrente y no me agrada… Si vuelvo a terapia, a lo mejor tendría que trabajar ese punto.
“Cada vez me gusta menos hablar en público; supongo que está todo en el libro”
P.Dijo Serrat en su discurso que era “un señor mayor tirando a viejo” y que no le gustaba el mundo en el que vivía. ¿Se siente identificada con esa confesión?
R.Tampoco me gusta la época en la que vivo, pero creo que no me habría gustado ninguna. Volví a coincidir con Serrat recientemente en La Alhambra. Le abordé cuando iba a escribir en el libro de firmas y entonces ahí tuve posibilidad de hablar con él. Y me pasó lo que me pasa siempre cuando estoy con gente a la que admiro mucho. Enmudezco. No soy capaz de decir dos frases coherentes. Parezco disfuncional. Pero a mi hermano le hacía mucha ilusión que él nos volviera a firmar la fotografía que nos sacó mi padre en la piscina del Reina Cristina. A Serrat le hizo mucha ilusión también cuando vio la foto de los tres. Dijo: “Por Dios, qué jóvenes éramos”. En mi experiencia en la Alhambra, siempre que he conocido a alguno de los grandes, son personas muy cercanas y muy amables, Aunque sea para escucharte decir tres chorradas y verte balbucear. Si no, es que no son tan grandes.
P.¿A qué otras celebridades ha tenido la oportunidad de acompañar por la Alhambra?
R.Últimamente, a Patti Smith. Pero creo que soy menos disfuncional hablando en inglés. Digo menos tonterías y parezco más normal. Ella solo estaba interesada en los árboles y en las plantas del Generalife. Fue un momento maravilloso que voy a recordar siempre.
P.En su novela, la protagonista descubre el placer de ir sola a un concierto, una exposición o al cine, lo que para muchas personas supone una práctica impensable.
R.En Estados Unidos estaba sola, no podía hacer otra cosa y ahí fue donde aprendí a ir a los sitios sin compañía. Acudir a un restaurante y comer sola para mí eso era una vergüenza, cuando ahora me parece un lujo. Desde el 2020 paso muchísimo más tiempo sola. Y me he sentido muy cómoda en esa soledad. La disfruto y la reivindico. Es lo único bueno que tuvo la pandemia; eso y el teletrabajo, que fue una maravilla. Yo he estado siempre rodeada de muchísimas personas: por mi trabajo, por mi relación con mis amigos, por los sitios en los que he estado… Siempre mucha gente. Y fue llegar a Granada hace nueve años, y empezar a vivir sola. Luego la pandemia lo potenció muchísimo más. Y ahora me cuesta mucho relacionarme, incluso con amigos. También es que me estoy haciendo mayor. Sea por lo que sea, a partir de los 44 años he encontrado la felicidad en estar sola y ahora es muy difícil romper eso. Yo vivo muy bien ahora y es muy importante llegar a ese punto.
“A los 44 encontré la felicidad en la soledad”
P.El impulso del hilo narrativo en su novela es una toma de decisiones constantes por parte de la protagonista. ¿Eso le ha ocurrido en su vida real?
R.Yo pasé una ruptura sentimental después de diecisiete años de relación y aún, depende del día, no sé si fue una decisión buena o mala. Ahora, si echo la vista atrás y veo lo bien que estoy, sé que acerté, pero he tenido a lo largo de estos años muchísimos momentos de duda. También renuncié a un contrato indefinido con la Junta de Andalucía y me podía haber quedado en Sevilla toda la vida con esa comodidad. Luego, irme a Estados Unidos fue un acierto absoluto. Sobre eso no tengo duda alguna, pero hay algunas cosas que hice en Estados Unidos que me podría haber estado quieta. En conclusión: yo soy una persona muy miedosa a la que le cuesta mucho tomar decisiones, pero las tomo con todas las consecuencias. Eso no quiere decir que no me arrepienta o veinte años después me cuestione si acerté. Digamos que tiro para adelante, pero no soy nada valiente.
“He hecho todas las cosas mal y no soy ejemplo de nada”
P.Modo aleatorio es también una historia muy generacional, con constantes referencias a la cultura pop, los videoclubs o los iPods antes de que llegara Spotify. ¿Cree que la entenderán chavales jóvenes o lectores mayores?
R.Afortunadamente, no me relaciono con mucha gente joven. Tengo dos sobrinos de 11 y 15 años y algunos amigos con hijos que están bastante amargados. Pienso que la sociedad que nos ha tocado vivir ahora es terrorífica. Veo la manera que tienen de relacionarse entre sus amistades de los institutos y me parece catastrófico, terrible, violento, tóxico… No tengo nada bueno que decir. Pero intento luchar contra eso porque pienso que, a lo mejor, esa visión es una consecuencia de que yo me estoy haciendo mayor. No quiero que se produzca una brecha generacional como mi abuelo cuando me veía con la cabeza rapada. Yo ya estoy en ese punto de mi abuelo. Por otro lado, sé que una señora de 80 años ha leído mi libro y no ha entendido absolutamente nada.
P.¿Cómo es vivir en Marfa, una pequeña ciudad como del Viejo Oeste, rodeada de vaqueros, pero cuna a la vez del arte conceptual?
R.Marfa es, sin duda, el sitio más extraño donde he aterrizado. El Marfa que yo conocí era un pueblo en medio de la absoluta nada, con mucho dinero del petróleo, con galerías de arte de proyección internacional y precios desorbitados, con unas producciones costosísimas para un público que, aunque aparentemente no existe, llega al aeropuerto de Marfa en aviones privados, visita lo que sea y se vuelve, y eso convive con los cowboys, con mucho mexicano que cruza la frontera porque está a cuatro horas de Ciudad Juárez y a nada del Parque Nacional de Big Bend, es decir, una cosa rarísima. Yo fui muy feliz allí, a lo mejor porque es un sitio para gente rara. En todos mis destinos de Estados Unidos, salvo en Nueva York, he sido sumamente feliz; también porque venía huyendo de una situación en España, como mi ruptura y haber dejado el trabajo. Yo he sido siempre muy de huir. Dicen que hay que afrontar las cosas, pero yo no las he afrontado. Yo he corrido, me he quitado de enmedio y he metido la cabeza debajo del ala. He hecho todas las cosas mal y no soy ejemplo de nada. Cuando mi situación laboral y sentimental se me hizo insoportable, puse kilómetros de por medio y no se me ocurrió un destino más lejano que Marfa, donde encontré trabajo en un museo de arte contemporáneo.
“He huido de cada cosa que no podía afrontar”
P.Su novela habla mucho de azar. El título, Modo aleatorio, es decir, un algoritmo que se encarga de hacer que una lista ordenada de forma lógica se baraje sin posibilidad de predecir cuál será el resultado, ya es una declaración de intenciones.
R.Yo no creo en el destino, pero sí en la suerte. Me he visto en situaciones y sitios de manera absolutamente fortuita y sin saber muy bien cómo había llegado allí. Mi vida ha sido un viaje en modo aleatorio.
“Yo no creo en el destino, pero sí en la suerte”
P.Asegura en un pasaje que, teniendo en cuenta la extensión y el número de habitantes en Marfa, la ciudad contaba con más actividad de ocio cultural que cualquier otra en la hubiera vivido antes. Escribe: “Es sorprendente comprobar cómo las manifestaciones artísticas pueden ayudar a cambiar el entorno y el rumbo de determinados acontecimientos”. Y añade: “El arte es poderoso”. ¿Cree que la fórmula de Marfa se podría aplicar en su ciudad natal, Algeciras, que también vive fuera de los mapas?
R.Mire, en Algeciras ya se ha perdido la posibilidad de ser un pueblo pintoresco, pesquero y con encanto. Eso ya es imposible. Para ser lo que somos, preferiría que fuéramos un Marfa, efectivamente, y que el poder transformador del arte contemporáneo nos salvara. Eso sería una solución para esta ciudad. Sin embargo, llevo mucho tiempo en esto y no creo que vaya a cambiar. Hago una crítica principalmente a los políticos, que al final son los que toman las decisiones y los que ponen el dinero, y más en este país, porque en otros sí que hay mucho capital privado para la cultura, pero aquí no. En España no se dan cuenta del poder del arte y no lo usan.
“El arte es poderoso: puede cambiar el rumbo de determinados acontecimientos”
Y así, Cristina Garcés Hoyos sigue, con una curiosidad que parece no apagarse nunca, recopilando en la mente otras notas, otras imágenes que tal vez, algún día, se conviertan en otra novela. Quizá como una suerte de Serrat moderno, su "modo aleatorio" de vivir le sigue de cerca, mientras decide los próximos desafíos o los personajes que habitarán sus historias. Porque si algo tiene claro es que, aunque todo se mezcle, a veces, la única manera de darle sentido a la vida es permitirse una sonrisa al final de cada página y, como ella misma dice, seguir adelante, aunque sea con los bolsillos llenos de dudas.
Cristina Garcés Hoyos
Año de edición: 2024
ISBN: 978-84-128485-0-2
Páginas: 366
Encuadernación: Rústica
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