Cuando el ego creativo se inflama
LA COCINA | CRÍTICA
La ficha
** 'La cocina'. Drama, México, 2024, 139 min. Dirección: Alonso Ruizpalacios. Guion: Alonso Ruizpalacios. Música: Tomás Barreiro. Fotografía: Juan Pablo Ramírez. Intérpretes: Rooney Mara, Raúl Briones, Anna Diaz, Motell Gyn Foster, Oded Fehr, Laura Gómez.
Para forzar una y otra vez los límites del discurso artístico establecido y del propio estilo, yendo cada vez más lejos, profundizando cada vez más en la ruptura y la singularidad, sin incurrir en el exceso gratuito, en la hipertrofia estilística o en la trasgresión banal, no basta el talento. Hace falta el genio. E incluso este, a veces, no basta cuando el ego estilístico y autorial se desquicia. Recuérdese en lo remoto El proceso de Welles y en lo próximo Megalópolis.
El mejicano Alonso Ruizpalacios es un director con mucho talento, provocativo y original. Lo ha demostrado sobradamente -además de con sus cortometrajes o participaciones en series- con los largometrajes Güeros (2014), Museo (2018) y Una película de policías (2021). Pero quizás le falte ese genio que permite jugar cada vez más al límite. O quizás es que ha tenido un mal momento, un problema de inflamación del ego creativo.
Cocina no es en absoluto una película que carezca de interés y de valores. Se basa en la obra teatral del mismo título que supuso en 1957 el debut teatral del dramaturgo, novelista y poeta inglés -de modesto origen judeo-ruso-húngaro, adscrito a la generación de los jóvenes airados- en 1959, basada en su propia experiencia en la cocina de un restaurante: "El mundo podía ser un escenario para Shakespeare, pero para mí es una cocina donde la gente entra y sale sin que permanezca lo suficiente como para comprenderse mutuamente. Yo he mostrado la fachada de la cocina, y luego la he abierto un poco para que se viera lo que hay podrido dentro". Una forma de reproducir el tópico de arriba y abajo y de señores y criados en versión cocineros y comensales.
En la obra original son trabajadores de distintas procedencias sumados a los ingleses nativos en un restaurante londinense. En la película de Ruizpalacios son inmigrantes ilegales en Nueva York. Entre ellos un mejicano (Raúl Briones) y una camarera estadounidense (Rooney Mara) que, aún dentro del carácter coral de la película, se convierten en los personajes guía en este frenético infierno de fogones que, será cosa de mi fellinismo, me ha recordado los contrastes entre los lujosos salones y camarotes del barco de E la nave va y el inframundo de las cocinas y las calderas.
La elección del blanco y negro con algún toque de color acentúa el exasperado estilo lindante con el expresionismo escogido por el director, que opta por encuadres enfáticos, planos secuencia y algún toque onírico. El problema es que la crítica a veces incurre en el tópico y la desmesura estilística en la infatuación visual, y que esta amenaza con ahogar lo primero, es decir, la crítica. Y que, quizás queriendo evocar el teatro de vanguardia de los años 50, la dirección de actores los empuja a la sobreactuación. O quizás sea resultado de la lógica que domina toda la película. Porque esta palabra, sobreactuación, es la que mejor la define.
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