“La gente ha perdido por completo la sensibilidad”
Entrevista | Guillermo Pérez Villalta, artista
Pérez Villalta reivindica el arte que “busca algo muy profundo, que es la belleza y el placer” en una época en la que “domina el espíritu de la economía”
En el estudio de Guillermo Pérez Villalta (Tarifa, 1948) la luz del Estrecho crea una atmósfera que envuelve los objetos. Sus cuadernos de bocetos se mezclan con libros de arte, su último trabajo sobre pabellones, un nuevo experimento gráfico con lemas (“Soy el deseo de lo que deseo ser”, “Ninguna verdad es totalmente verdadera”), CD, jarrones y, por supuesto, cuadros, en una amalgama que está en la base creativa de su propietario. El artífice, como él se define, acaba de ser galardonado con el Premio Nacional de Arte Gráfico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en un año en el que celebra también el éxito de una retrospectiva en Madrid, El Arte como laberinto. Premio Nacional de Artes Plásticas y uno de los principales representantes del posmodernismo en España, Pérez Villalta es pintor, arquitecto (de facto), grabador, escultor y diseñador. Nos asomamos al mundo de un artista difícil de clasificar.
–Premio, retrospectiva y otra exposición en cartera. El 2021 parece un año propicio para Pérez Villalta.
–Por un lado es un buen año, por otro, muy ajetreado, con mucho tiempo en Madrid en el que únicamente he podido dibujar. La exposición ha tenido una gran repercusión, ha superado los 25.000 visitantes en plena pandemia, y creo que ha conseguido que cierto sector que siempre ha tenido una idea muy vaga, muy tópica sobre mí, se dé cuenta de la complejidad y riqueza de mi obra. Yo encajo muy poco en el concepto de artista que se tiene normalmente, no me he sentido pintor nunca. Siempre me he definido como artífice, que sería algo que estaría en medio de arquitecto, creador de cosas, espacios, diseño. He usado la pintura para exponer mis criterios, ideas, y a veces es una pintura excesivamente culta, por decirlo de alguna forma.
–Se le suele calificar como pintor de la movida.
–Por una circunstancia histórica se me nombró pintor de la movida, pero fue pura coincidencia. Yo era mayor que esa generación, pero me usaron un poco como referencia porque en aquel momento el arte español era especialmente aburrido. Yo lo que me he dedicado toda mi vida es a investigar la belleza y el arte, esa es mi verdadera vocación, y por eso tengo un enorme conocimiento de todas las artes.
–En su obra hay una especial influencia de la arquitectura.
–Me considero arquitecto aunque no haya obtenido el título. Dejé la escuela porque me di cuenta de que era una pérdida de tiempo y sobre todo por el ejercicio que había de la profesión, yo era fundamentalmente un creador. Aunque siempre he mantenido esa vocación y cuando he podido he construido, con la firma de un arquitecto, claro. Es una verdadera vocación mía. Afortunadamente, dentro de lo que cabe, hoy hay casos de una arquitectura bella. Es una pena, porque creo que la mayoría de la gente pasea por las calles sin fijarse en lo que la rodea.
–Puede que sea porque no nos enseñan a mirar.
–La educación en los últimos años ha sido nefasta. Ha habido un deseo de convertir a los niños en futuros profesionales y no de darles una educación humanística. La gente ha perdido por completo la sensibilidad, que es un sentido más que junta todos los sentidos: lo que ves, lo que sientes, la memoria. La sensibilidad te produce una emoción espiritual. Pero lo que se fomenta es el poder, la riqueza, el dinero, la fama, no la sensibilidad. La palabra sensible incluso tiene connotaciones negativas. Y la enseñanza del arte es realmente nefasta: datos, fechas... En el arte lo más importante es el espíritu de la época. Cuando ves una foto de los años 60 la reconoces. Hay épocas que tienen un espíritu más fuerte que otras y eso ha ido variando a lo largo de los años.
–¿Y la época actual?
–Pues vivimos una época bastante compleja, con muchos lados negativos y otros muchos positivos. Domina el espíritu de la economía: por ejemplo, los grandes edificios que se hacen son un símbolo del poder de las grandes empresas. En el campo del arte es terrible, está el arte contemporáneo dogmático: hay una serie de dogmas que se han impuesto y lo que no esté en esos circuitos, pues no se considera arte, o se considera menor. Esto ha provocado que el arte de vanguardia vaya totalmente dirigido, cuando su esencia es ser libre, hacer lo que te apetece. Algo que el arte siempre ha tenido que soportar son las ideologías impuestas: hubo un momento en que tenías que ensalzar, por ejemplo, la religión católica. Ahora hay que ensalzar los problemas sociales y eso es algo ajeno al arte, es algo que atañe a al sociología, a los estudios de economía. El arte fundamentalmente busca algo muy profundo que es la belleza y el placer. Y sobre todo la palabra placer parece que a la gente le da como repelús. ¡Es pecado! Para qué sirve la vida, pues para la belleza y el placer. El resto es alimentarse y descansar.
–¿Qué es la belleza para Pérez Villalta?
–Es algo indefinible, inefable, no sabemos qué es, pero sí que la sentimos cuando la percibimos. Sientes ese pellizco en el estómago, te quedas sin respiración. Es algo que llega al fondo del cerebro. El arte puede recrearte con algo que evidentemente no es verdad, pero te emociona igual. Esa emoción de belleza-placer es muy importante para el ser humano.
–Usted que es tan crítico con el arte actual, ¿ante qué obras siente ese pellizco en este momento?
–El arte siempre está floreciendo. Ahora mismo hay gente joven que está haciendo una obra maravillosa, pero no dentro de la ortodoxia. Incluso dentro de la gama de los dogmáticos hay gente que está haciendo cosas muy interesantes. Gente que investiga la óptica, por ejemplo. Y luego supongo que habrá quién esté trabajando sencillamente en su casa con un lápiz y un papel creando obras muy interesantes, aunque no tengan la publicidad que sí tienen ciertas chorradas, como el italiano que ha vendido el vacío. Esa gama que podemos llamar chorra del arte se ha extendido mucho porque llama la atención de la gente.
–¿Por qué se decidió a vivir en Tarifa, tan lejos del circuito del arte?
–Fundamentalmente porque nací aquí. Me pasa como a las macetas, que si las mueves se ponen mustias. Tarifa es muy simbólica, tiene un lugar privilegiado, entre el Mediterráneo y el Atlántico, entre África y Europa. Es un lugar que me gusta, con un clima raro, que cuando sopla el viento es insoportable a veces. Y hay algo obsesivo que es la necesidad del mar a mi lado, aparece en todos mis cuadros. Diría que es una necesidad metafísica, el horizonte del mar o el cielo son las dos únicas posibilidades de sentir lo infinito.
–Se caracteriza por tener un proceso creativo muy minucioso. ¿Cómo es un día de trabajo en su estudio?
–Llevo una vida muy normal. Desde que me fui de Madrid he tenido un rechazo muy fuerte a la vida social, creo que es uno de los motivos por los que me fui. Desayuno muy tranquilo, que es el momento en el que reflexiono, y me pongo a trabajar. El trabajo está muy estructurado, muy pensado. Solo pinto un cuadro cada vez, concentro todo mi pensamiento en ese cuadro, toda la energía. Y lo alterno con una época de dibujos en que preparo cosas, escribo. Ahora estoy investigando mucho con el color, los cuadros que he estado haciendo últimamente tienen un color muy raro, son miles de pinceladitas de distintos tonos que están creando una mezcla óptica del color que quiero representar. Es un sistema muy meditado, muy ordenado. Luego, no sé la repercusión que tiene en la gente. Ahí está el problema de la subjetividad, yo sé lo que siento, ¿pero los demás qué sienten? Para mí es un auténtico problema, lo que hay en el fondo es casi imposible comunicarlo a los demás. ¿Lo que estoy haciendo es bello? Sé que lo es para mí.
–Hace unos años acordó con el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo la donación de su obra, pero surgieron problemas en ese acuerdo. ¿Se resuelve el conflicto?
–He estado meditando y he tomado una decisión. Una especie de entente cordiale. No me gusta cómo se ha llevado el asunto, mis ideas las dejé claras desde el primer instante. Yo quería que parte de esa obra estuviera aquí en Tarifa, en la iglesia de Santa María, donde pensaba instalar cuatro o cinco cuadros míos y el Ayuntamiento estaba de acuerdo. Y también arreglé la planta baja de mi casa para poner ahí obra mía que para mí tiene un sentido especial. Pero no está expuesta ni aquí ni en el CAAC y los cuadernos de bocetos están metidos en una caja cerrados con un candado. La obra no es para estar en unos almacenes, sino para que se vea.
–Sí la ha seguido exponiendo en otras salas.
–He seguido con un amigo que es comisario de exposiciones, Óscar Alonso, haciendo muestras con esos fondos que están encerrados. Ahora en septiembre voy a hacer una en el Museo Patio Herreriano de Valladolid. Lo que ellos no hacen lo intento hacer yo. Al director del CAAC, que es un dogmático claro, lo que le gusta es la imagen en movimiento y eso no es lo mío, espero entenderme con el próximo que venga. Y sigo pensando que parte de esta obra debería estar aquí, como estoy haciendo lentamente con el edificio Pérez Villalta de Algeciras, al que estoy llevando toda la parte mía de diseño y arquitectura.
–¿Piensa seguir trasladando fondos al edificio que diseñó para Algeciras?
–Totalmente. Ahora mismo quien quiera puede ver todo el proceso de creación del edificio, las maquetas, aunque la arquitectura no atraiga tanto hay un mundo muy interesante. Al que le interese, al menos esa parte de mi obra la tiene allí, que está visible, no metida en un almacén. Así estará muy bien cuidada, pero es que las obras están para verse.
–En alguna ocasión se ha declarado un “apestado” de la modernidad. ¿Se siente incomprendido en su forma de entender el arte?
–Para la parte dogmática del arte contemporáneo soy un apestado, un hortera. Incomprendido hasta cierto grado sí que lo soy. Realmente exijo por parte del contemplador una sensibilidad, una cultura, que no existe. Gran parte de mi obra no se entiende y yo lo entiendo, porque llevo toda la vida dando vuelta a una serie de cuestiones y no puedo exigir el conocimiento que yo tengo a alguien para quien el arte no ha sido su vida. Por eso creo que hay un alto grado de incomprensión de mi obra que esta última exposición ha logrado vencer en gran medida. Creo que había una falsa imagen mía de frívolo, o de artista gay; sí he sido gay toda mi vida, pero no soy un artista gay. O hortera. He luchado toda mi vida para mostrar que hay una aparente barrera del gusto, que es lo kitsch, que está llena de belleza. O el arte ornamental, desde niño me he estado fijando en los azulejos, las cenefas, las baldosas. Es un mundo fascinante.
–Ha hecho casi de todo, arte en múltiples formatos distintos. ¿Qué le queda por hacer?
–Hay muchas cosas que no he podido hacer, algunas por ignorancia, como escribir música. Me hubiese gustado hacer más arquitectura. Y me encantaría hacer un templo, una iglesia, un lugar de meditación. He imaginado 20.000 ideas. Y también me encantan las fuentes, los jardines.
–Los alcaldes son muy amantes de las fuentes, hay posibilidades.
–Me encargaron una fuente para la plaza de la Contratación, en Sevilla. Hice uno de los proyectos más bonitos de mi vida, una fuente hecha por un lado de piedra y por otro de bronce y cristal. Se quedó en proyecto. Como eso, cientos. Me encargaron un monumento para el bicentenario de la batalla de Trafalgar, con un mes y medio de anticipación solo. Hice hasta una maqueta, todo sencillo para que fuera barato. Se presentó, se hicieron las fotos y si te he visto no me acuerdo. Tuve que reclamar que me pagaran. Ni siquiera hicieron fotocopias de mis planos, solo querían la foto en el periódico. Es todo una lucha atroz. Un proyecto significa un montón de trabajo. Ha llegado un momento en el que no pienso poner ni un lápiz hasta que no haya un contrato. La vida del arte público es una desazón continua.
–¿No se siente profeta en su tierra?
–Más en Algeciras que en Tarifa.
–Tiene algo en proyecto para la Isla de las Palomas.
–Un lugar de meditación. Lo que quiero es sacralizar la isla. Convertirla en un lugar de respeto y meditación. Algo difícil de explicar desde el punto de vista político, que busca la rentabilidad social y económica del sitio, pero para ese lugar de meditación lo importante sería que no viniesen muchos turistas, que la gente pudiera estar paseando. Tengo una idea, que sea algo sencillo, sin esplendor, misteriosa a más no poder. Que te pierdas por allí, te pierdas en una esquina, llegues a un lugar que no sirva para nada. Sería para mí el gran proyecto del final de mi vida.
–¿Y no sería compatible el centro de interpretación propuesto con esa idea?
–Sí, claro. Eso estaría en el edificio del faro. Mi idea es para el resto de la isla. Hay cosas que hay que eliminar, como los restos de ese campo de concentración (el centro de internamiento de extranjeros), dejar solo una esquina que diga que eso estuvo ahí. Gran parte de los cuarteles, que no tienen belleza de ningún tipo. Y para el resto, solo he determinado por ahora la posición del sol, las coordenadas para situar los elementos, pero hay muchas ideas.
–¿Cómo por ejemplo?
–Según recoge Estrabón, una leyenda apunta a que en la isla había un templo dedicado a una diosa fenicia y quiero reconstruir la idea de un templo en el centro, desde el cual puedas estar viendo todos los puntos esenciales. Otra idea: que del faro salga un puente muy estrecho para pasar y que se rompa cuando llegue al mar, como un puente que cruce el Estrecho. O también una idea para el acuario que se proyecta: crear 4 o 5 cubos de cristal con una luz que entre por arriba y que toda la luz que entre en la sala sea esa. Imagine ese silencio. Pero antes de empezar a diseñar tiene que haber un contrato. No pediría mucho dinero, el contrato es por respeto.
–En sus memorias describe cómo en un momento determinado comprende que es su vida lo que tiene que convertir en una obra de arte. ¿Lo está consiguiendo?
–Creo que sí, ha habido una síntesis de las dos cosas. De pronto la búsqueda del arte, de la belleza, también se me ha juntado físicamente con mi yo viviente. Eso de ir en pos de la belleza, de disfrutar el momento, darte cuenta de repente de que estás en un momento increíble. Me costaría mucho trabajo poner una frontera entre el arte y la vida. Estoy intentando regodearme con lo cotidiano y diría que este momento de inicio de la vejez es uno de los momentos más felices de mi vida. Claramente. Soy feliz, lo que pasa es que de vez en cuando me da tristeza de ver cómo la vida se va yendo. Pero soy feliz con mi vida, mi compañero, con todo, no puedo pedir más.
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