Formas del oprobio

Muere Vargas Llosa

El azar y el terror fueron fuerzas determinantes en la obra de Mario Vargas Llosa, un autor que reflexionó sobre la arbitrariedad del poder.

Flaubert y el escribidor

Mario Vargas Llosa, fotografiado en el Teatro Marsano de Lima.
Mario Vargas Llosa, fotografiado en el Teatro Marsano de Lima. / Efe

Los cachorros es una breve y angustiosa novela donde la soledad y la amargura se precipitan, inopinadamente, sobre un niño. Iguales motivos nos permiten mantener que Los cachorros es una obra de terror, en la que un infante se ve impedido radicalmente de lograrse como ser humano. Espero no equivocarme mucho si afirmo que el azar y el terror fueron fuerzas determinantes en la obra de Mario Vargas Llosa. Y lo fueron acaso en una manera particular, como es la que adopta el poder supremo en su ejercicio, cuya ferocidad y cuyos crímenes son hijos naturales del arbitrio.

En tal sentido, cabe decir que Vargas Llosa fue un autor profundamente intelectualizado. No me refiero, sin embargo, a su ejecutoria política o a su activa participación en los debates del siglo; sino a la reiterada exploración de invariantes humanos, de estructuras que nos ultrapasan, y en las que el hombre centellea como una luciérnaga extraviada. Esto es válido, naturalmente, para su obra más declaradamente política (impolítica, para ser precisos), como es su extraordinaria y acerba La fiesta del Chivo, donde se da continuación al género de la “novela de dictador”, principiada en el Tirano Banderas de Valle, y que encuentra su última expresión en la novela de Vargas Llosa. No deja de ser una curiosidad, en todo caso, que este género o subgénero literario haya sido una creación hispánica, en su más ancha y profunda manifestación, cuando la figura real del dictador, en su acuñación moderna, es hija prominente del Viejo Mundo comprendido entre Tokio y Lisboa. A este respecto, La fiesta del Chivo es una extraordinaria formulación literaria, no tanto de la figura del tirano, como del modo en que se entrecruzan y pervierten, en que se dilaceran y se agostan las vidas sometidas a un poder arbitrario.

En su extraordinaria 'La fiesta del Chivo' se da continuación al género de la “novela de dictador”, principiada en el 'Tirano Banderas' de Valle

Esa misma brutalidad, llevada a un extremo inconcebible, es la que Vargas Llosa sustancia en El sueño del celta. Con un matiz en absoluto inocuo. Es el mismo hombre, Casement, que denuncia el exterminio del Congo belga, quien negociaría con la Alemania del káiser, durante la Gran Guerra, la insurrección armada de Irlanda. En Casement, antes que en Borges, se da el “Tema del traidor y el héroe”, incluida la igualdad de escenario. Cabe conjeturar, por tanto, que es en la percusión de las ideas sobre las acciones del hombre, donde Vargas Llosa parece haber situado el nudo la aventura humana. Se trata, en puridad, de una tarea romántica, en la que Los placeres de la imaginación que formula Addison, indagan sobre su utilidad y su alcance. Esa parece ser, repito, la tarea, de grave ambición formal, que impelió la obra -rica, fructífera y excepcional- de Vargas Llosa. Una tarea donde el hombre figurará, en ocasiones, como hijo monstruoso y acre de sus fantasmas.

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